Empresas
artísticas de una reina
Sea cual
sea el juicio político y social que merezca el gobierno de los Reyes Católicos,
y en particular de ella, nadie duda ni debe dudar, que estamos ante uno de los
reinados más importantes de la historia de España.Y no cambia la
situación si hablamos de Isabel como patrona, promotora y coleccionista
de arte. Quizás sea hasta entonces el monarca de los reinos cristianos
medievales hispanos más destacado, aun teniendo en cuenta que entre ellos
algunos son tan singulares como Alfonso X el Sabio, Pedro el Ceremonioso y Alfonso
V el Magnánimo. Con todo, si queremos entender lo que ello ha significado
es imposible que dejemos de lado la instrumentalización que supo hacer
de los proyectos que hoy llamamos artísticos, unas veces por motivaciones
políticas, otras sociales y, siempre, religiosas.
En su adolescencia
adquirió pronto una madurez notable, consecuencia del estado de la Corona
de Castilla con la no siempre acertada ni firme actitud de su hermanastro, Enrique
IV, que le llevó a intervenir muy tempranamente con energía y decisión
en los revueltos asuntos políticos, primero en apoyo de su hermano Alfonso
y luego en su propio interés. Pero los momentos de precariedad por los
que hubo de pasar no le permitieron dedicar la más pequeña atención
a los encargos artísticos y aún a concluir su formación cultural.
Si queremos señalar en qué momento se le ve relacionada con un producto
de este tipo, probablemente tenemos que recordar la fascinante historia del impresionante
collar de balajes (rubíes morados) que había pertenecido a Juana
Enríquez, la madre de Fernando el Católico, y que éste, no
sin antes liberarlo de manos valencianas que fueron generosas con él, se
lo entregó como regalo de promesa de boda.
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San
Juan de los Reyes (Toledo) de Juan Guas |
Sin embargo,
el primer gran empeño de un reinado que parecía consolidarse después
de la batalla de Toro fue el convento franciscano de Toledo que acabará
conociéndose como San Juan de los Reyes. Con él se pretendía
realizar una empresa monumental donde la arquitectura manifestaba el poder recién
adquirido. Se dispuso de un maestro de obras, Juan Guas, que pronto se mostrará
como uno de los más importantes de la Península Ibérica.
Y ya desde su inicio se pone de relieve que existe la voluntad de llevar a cabo
una reforma de la iglesia castellana, de manera que, existiendo un convento franciscano
en la ciudad, se elige a frailes de la Observancia franciscana, por tanto quienes
la habían realizado ya en Italia a partir de Bernardino de Siena y otros,
y en Castilla con los Observantes de Pedro de Villacreces, para que ocupen el
nuevo.
Todo apunta
a que se decidió que en San Juan de los Reyes se habían de enterrar
estos, algo significativo,dada la importancia que se concede al ámbito
funerario, porque tanto la antigua casa de Barcelona como los Trastámara
en la Corona de Aragón, tenían ya sepultura en el monasterio de
Poblet y así se hará con Juan II, padre de Fernando. Desconocemos
de qué manera justificaría el cambio el nuevo rey en sus estados,
pero indudablemente la decisión tomada apuntaba hacia la idea política
unificadora. A esas alturas la heráldica era más que una señal
distintiva social y de identificación y su presencia y dimensiones se habían
convertido en una obsesión por parte de la nobleza. En San Juan de los
Reyes los muros norte y sur en el transepto de la iglesia conventual resaltan
imponentes con los escudos gigantescos en relieve sin la granada de 1492 y cobijados
por el águila de San San Juan de los Reyes (Toledo) de Juan GuasJuan y
la corona repetidos una y otra vez, separados por imágenes de santos entre
los que abundan los franciscanos ilustres (Francisco,Antonio de Padua, Clara,
Luis de Tolosa) y no faltan aquellos por los que Isabel muestra una más
evidente devoción, como los santos Juanes.
La posterior
guerra de Granada, mientras la construcción avanza, tendrá consecuencias
que afectan al convento. Es en esos años el edificio emblema de la nueva
monarquía. Por eso se decide que los cautivos cristianos liberados en las
ciudades conquistadas han de llegar a Toledo para entregar sus cadenas que se
cuelgan en los muros externos de la iglesia. Con todo, quizás entonces
comienza a tomar forma la idea de que si se recupera Granada, la ciudad se debe
convertir en un símbolo y en el lugar de enterramiento de la pareja real,
desechando Toledo, en exceso comprometida sólo con la Corona de Castilla.
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Lauda
sepulcral de Pedro Arbués (Zaragoza) obra de Gil de Morlanes |
Las obras avanzan
con rapidez y las cantidades entregadas son muy importantes y continuadas. Es
imposible olvidar que la documentación a partir de un momento habla de
dinero abundante destinado a adquirir y elaborar los libros que han de formar
una notable biblioteca, siempre favorecida por la reina. Por desgracia se perdió
por completo en un incendio.
Finalmente,
en otro orden de cosas, puede que, más la tradición contemporánea
que la sociedad de entonces, ha visto en el convento la muestra visible de una
arquitectura con caracteres personales que se vincula con exceso con la reina,
porque sobre todo es propia de uno de sus arquitectos favoritos, el mencionado
Juan Guas, también escultor, de formación nórdica que sufre
una aculturación ante la omnipresencia de lo mudéjar que tanto se
dejaba sentir en la ciudad. San Juan de los Reyes se convirtió en un conjunto
de referencia, singularmente su iglesia, pese a las modificaciones simplificadoras
que fue experimentando su cabecera desde el inicio, y su claustro. Por eso Juan
Guas cuando otorga testamento se hace notar como arquitecto de San Juan de los
Reyes, cuando había participado en tantos otros edificios importantes.
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Convento
de Santa Cruz (Segovia) |
Entre las señales
de tensión que heredaron los Reyes Católicos no es menos importante
el conflicto que protagonizaban judíos, conversos, criptojudíos
y cristianos viejos, enfrentados más o menos abiertamente, en especial
en Castilla. Las horribles matanzas de judíos en 1391 habían provocado
numerosas conversiones,muchas de las cuales obedecían al miedo y no fueron
sinceras, por lo que en secreto algunos conversos siguieron siendo fieles a sus
creencias y costumbres tradicionales.Tampoco faltaron los que se hicieron cristianos
y no volvieron a judaizar. Aunque lo que resultó preocupante para muchos
fue que determinadas familias de conversos se situaran bien social y económicamente,
ocupando puestos de responsabilidad. En definitiva, que por motivos múltiples
se fue generando un clima de recelos, tensiones, sospechas, odios, al que por
desgracia colaboraron determinados miembros de diversas órdenes religiosas
destacadas entonces,
como el franciscano Alonso de Espina, autor de un impactante Fortalitium Fidei,
en el que habla de los peligros que para el cristianismo proceden de los herejes,
los musulmanes, los diablos y los judíos. Aunque no es más extensa
que las otras es la última parte la que tuvo más acogida y difusión.
Se narraban historias más o menos verídicas o creíbles, dadas
como ciertas, en las que el protagonista negativo y condenado era el pueblo de
Israel.
Es en este clima
crispado en el que deciden intervenir los reyes de un modo radical, resucitando
el medieval tribunal de la Santa Inquisición, remodelado y vigilado por
la Corona con la aprobación expresa del papa. Se ha dicho que temieron
que el problema fuera de más largo alcance del que en realidad tenía
y que podía influir en la estabilidad y homogeneidad que buscaban para
unos reinos que se habían visto convulsionados hasta entonces por múltiples
problemas. Lo cierto es que restablecieron un tribunal controlado cuyos fines
primordiales no consistían en castigar a judíos, herejes y musulmanes,
sino a descubrir criptojudíos entre los conversos.
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Iglesia
de Santo Tomás (Ávila) |
Fueran ellos
directamente o, lo que es más razonable, los dominicos y gentes de iglesia
comprometidos con el Tribunal refundado, lo cierto es que manifestaron la necesidad
de encontrar argumentos y, sobre todo, hechos que ayudaran a apuntalar el nuevo
edificio y a hacerlo popular, al menos en alguna medida, entre sus súbditos.
Es cuando surge una historia o una información, cuando se puede manifestar
materialmente a través de un proyecto artístico, aunque la dinámica
es cambiante. No fue algo buscado, sino resultado del miedo, de la oposición
o de la alarma, que entre los conversos aragoneses provocara la imposición
del Tribunal no querido en el reino de Aragón, el que algunos se conjuraran
para matar a Pedro Arbués de Epila, inquisidor en Zaragoza. Su asesinato
en el interior de la Seo fue un revulsivo que tuvo consecuencias contrarias a
las esperadas, porque muchos de los que manifestaran su rechazo estuvieron dispuestos
a aceptarlo ahora.Al tiempo, los reyes intervinieron de inmediato y ordenaron
que se encargara una lauda sepulcral que sería colocada en el mismo lugar
en que se había producido el homicidio. Al escultor Gil de Morlanes el
Viejo se le encargó un sepulcro monumental exento, trabajado en sus cuatro
caras con las escenas que acababan con su muerte y entierro, y con el yacente
sobre la cama. Los nombres de ambos monarcas se encuentran en las diversas inscripciones
de que se le dotó.A la par, se comenzó a hablar de algún
milagro realizado en el entorno de la tumba que pudo apuntar hacia una canonización
que no llegó de momento a tener lugar.
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Retablo
de Santo Domingo de Pedro Berruguete (Museo del Prado) |
En Castilla,
dos conventos dominicos destacan: el de Santa Cruz de Segovia, de gran valor simbólico
para la orden, por el recuerdo de una estancia penitencial del fundador, Santo
Domingo de Guzmán, y el de nueva fundación, Santo Tomás de
Ávila. Del primero fue prior Tomás de Torquemada, de familia ilustre
de conversos, entre los que destaca su tío el cardenal Juan de Torquemada,
cuya vida pública más decisiva transcurre en Roma y cerca del papado.
El convento de Santa Cruz se vincula a los reyes, al menos en lo artístico,
tal vez por deseo del propio Tomás de Torquemada. La divisa del tanto monta
se ve con claridad y repetido en letras enormes en relieve talladas en el exterior.
Una exaltación de la orden a partir de la presencia de sus miembros más
eximios se dibuja en la monumental portada de los pies. El tímpano lo ocupa
una Quinta Angustia de fórmula iconográfica particular, pero en
donde en los extremos se encuentran las estatuas orantes de los monarcas, comprometidos
así en el programa temático. Entre otros santos de la orden dominica
no podía faltar el fundador. Pero se ha creado una iconografía nueva
para él: sus pies humillan a una fiera que se vuelve y arde en el fuego.
Es una metamorfosis del perro del señor que lleva una candela en la boca
en la visión positiva de su madre, y lo es porque ahora se ha transformado
en el animal de la herejía aplastada por el santo, que se convierte en
inquisidor.
No deben existir
dudas sobre el significado y el papel que se le hace jugar. Unos años más
tarde Pedro Berruguete pintará igual al mismo fundador en la tabla central
del retablo puesto bajo su advocación en la iglesia de Santo Tomás
de Ávila (Madrid, Museo del Prado). Para eliminar incertezas sobre el papel
que le quieren hacer jugar, se ve que en el nimbo usual se encuentra además
del nombre de identificación el apelativo de enquisidor. Sin
embargo, nunca lo fue y nunca participó en la represión violenta
contra los cátaros del sur de Francia, que se materializó en una
cruzada sangrienta contra ellos. De inmediato se comienza a dar forma al primer
Tribunal de la santa Inquisición, del que tampoco forma parte, entre otros
motivos porque cuando se consolida el santo ya ha muerto. ¿Qué mejor
manera de prestigiar el Tribunal nuevo que convertir en inquisidor al fundador
de la orden que había aceptado participar tan activamente en su funcionamiento,
aunque supusiera una manipulación de la verdad?. Queda el beneficio de
la duda, esto es, de si a fines del siglo XV creían de buena fe que había
desempeñado esta función.
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Auto
de fe (Museo del Prado. Berruguete (?) |
En realidad,
a esas alturas el convento de Santo
Tomás de Ávila estaba comprometido en la nueva lucha. Hay que
destacar el cambio que va sufriendo con el paso del tiempo. Hernán Núñez
Arnalte, secretario y tesorero de Isabel durante unos años muere y dedica
unos fondos económicos importantes a fin de que con ellos se funde y construya
un convento dominico y en su iglesia pueda enterrarse de modo conveniente. Son
albaceas testamentarios su viuda, María Dávila, y Tomás de
Torquemada. La juventud de la viuda favorece un nuevo matrimonio tres años
después del fallecimiento de su primer marido. Se le destina fuera no ya
de Ávila sino de España. Aunque
hasta entonces se había ocupado de los asuntos propios de su carácter
de albacea, a partir de la nueva situación le resulta imposible por lo
que cede sus obligaciones a favor de Isabel la Católica. A partir de aquí
las circunstancias van cambiando. Hacia 1493 las obras han avanzado mucho y años
después muere el príncipe Juan, primogénito de los reyes.
Isabel desea que su cuerpo se deposite en el nuevo convento, de manera que durante
un tiempo se olvida la tumba del fundador y por fin se desplaza del lugar de privilegio
en el que pretendía situarse.A la par, el convento dedicado a Santo Tomás
de Aquino se inclina hacia todo lo que afecta al nuevo Tribunal inquisitorial.
Por otro lado,
comienza a fraguarse una historia cuya verosimilitud ha sido puesta en cuestión
y que se destina a enconar la opinión general contra los judíos
y los falsos conversos: el proceso del niño de La Guardia. Los supuestos
responsables de un crimen ritual cumplido en un niño en el que repiten
la pasión de Jesús son trasladados desde Segovia
hasta Ávila y allí se sigue
el procedimiento usual. Condenados por culpables sin pruebas sólidas, deben
morir después de que se organiza el auto de fe y el posterior traslado
al quemadero. Los signos distintivos de los condenados (corozas,
sambenitos, sogas, etc.) son trasladados a la iglesia y expuestos a la pública
contemplación.
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Retablo
Mayor de la Cartuja de Miraflores (Burgos) de Gil de Siloé |
Entretanto,
la iglesia se había vestido con el arte mueble que se requiere. A Pedro
Berruguete se le encargan al menos tres retablos. El central, que sigue in
situ, dedicado al titular, Santo
Tomás, mientras los laterales corresponden al fundador, Domingo de
Guzmán, y a Pedro Mártir de Verona, el primer santo y mártir
de la orden, inquisidor asesinado como ahora lo ha sido Pedro de Arbués.
Entre las escenas elegidas en los retablos de menores dimensiones varias se refieren
al enfrentamiento con los herejes, además de la imagen de Domingo de Guzmán
como inquisidor pisoteando la herejía. Al margen de ambas piezas se encuentra
una pintura en apariencia nunca integrada en obra mayor y que se ha convertido
en una especie de arquetipo del Auto de Fe aunque no sea fiel a los hechos (Madrid,
M. Prado). En realidad en el auto de fe no se quemaba a los relajados, sino que
esto se llevaba a cabo en otra parte y después de que hubiera concluido
el auto. Por otro lado, tampoco el hecho de integrar en un mismo espacio ambos
momentos implica fidelidad con lo que ocurrió en el siglo XIII cuando Domingo
convenció de sus errores a un hereje de nombre Raimundo que se convirtió
a partir de entonces y entró en religión llevando una vida ejemplar.
Sin embargo, la lectura que haría un fiel en tiempos de Berruguete es que
Domingo presidió un auto de fe en que se condenó a la hoguera a
varios cátaros, salvando tan solo a uno arrepentido.
Remarcando aún
su proximidad al convento, la reina debió juzgar la conveniencia de incluir
un palacio o residencia real en el mismo ámbito con entrada directa desde
el exterior y en comunicación interna. No es un caso único, pero
en todo caso significativo de una actitud repetida en el monasterio de Guadalupe.
No sabemos que en momento alguno, ni el matrimonio, ni ella únicamente
utilizaran ese espacio en algún momento de su vida. Es muy probable que
fuera un palacio representativo de la realeza, una estructura de poder, al tiempo
que en el terreno de lo simbólico permitía entroncar a la monarquía
con la Iglesia.
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Sepulcro
de Juan II en la Cartuja de Miraflores (Burgos) obra de Gil de Siloé. Ampliación
de fotografía |
Hubo
que esperar a los años de la guerra de Granada, y más aún
cuando se veía un final triunfante, para que Isabel retomara un viejo proyecto.
Su padre, Juan II, disponía de unas posadas en los alrededores
de Burgos, en el lugar de Miraflores, que
donó a los cartujos con la promesa de construcción de un monasterio
en cuya iglesia debería ubicarse su propio panteón. Comenzaron las
obras que dirigió Juan de Colonia, el arquitecto que había traído
el obispo Alonso de Cartagena de Centroeuropa, pero pronto se detuvieron por la
muerte del rey que, no obstante, dejó una fuerte suma para seguir. Durante
los años de reinado de Enrique IV todo estuvo detenido. En los primeros
de Isabel nada cambió, pero al menos a partir de 1483 el proyecto se puso
de nuevo en marcha requiriéndose mucho más dinero que el que había
previsto el difunto. Cuando las construcciones tocaban a su fin (1488) de la mano
ahora del hijo de Juan de Colonia, Simón, llegó el momento de pensar
en las tumbas que habían de colocarse en medio de la iglesia. Se constituyó
un espacio funerario deslumbrante del que se responsabilizó a varios artistas
destacando sobre todos Gil de Siloé, escultor, en colaboración a
veces con el pintor Diego de la Cruz, mientras la zona de los legos la presidían
dos retablos, uno extraordinario dedicado a Juan Bautista, obra del gran Juan
de Flandes y el otro centrado en una Epifanía y realizado por un buen anónimo
flamenco, ambos dispersados y sólo en parte identificadas parte de las
tablas.
Lo que llama
poderosamente la atención es el contraste entre la austera sencillez de
las estancias ocupadas por la comunidad y la suntuosa iglesia colmada con los
sepulcros monumentales de Juan II y su segunda mujer, Isabel de Portugal, y el
de su hijo Alfonso, hermano de Isabel, el retablo mayor original de diseño,
complejo de composición, rico en iconografía donde la eucaristía
tiene un protagonismo extraordinario, la sillería de coro de madera tallada
con delicadeza y extremo adorno pero exenta de figuras, los retablos mencionados
en la otra zona, la silla prioral y tantas obras como la pequeña Virgen
de alabastro en la entrada que comunicaba la capilla con la zona habitada por
los hermanos, además de pinturas espléndidas como el tríptico
de Miraflores de Weyden, el de Juan Bautista del mismo (M. Berlín) y de
devoción como el Ecce Homo de Juan de Flandes o la Anunciación de
Pedro Berruguete.
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La
Virgen y el Niño con ángeles de Dirk Bouts |
Isabel deseaba
crear un espacio funerario y unos sepulcros que pusieran de manifiesto la majestad
del rey y superaran por diseño y ejecución los de la arrogante nobleza
con la que se había llegado a un pacto no expreso de pacífica convivencia.
Hacía casi cien años que los reyes no descansaban en sepulcros apropiados,
mientras la aristocracia se enterraba en recintos monumentales centrados con las
tumbas y completados por los retablos. Seguramente por eso se exigió a
Gil de Siloé que hiciera un diseño llamativo. En realidad no tiene
paralelo en Castilla ni en Europa. En base, es el resultado de la intersección
de un rombo con un rectángulo, de modo que aparezca una
estrella de
ocho puntas e irregular, mientras en el espacio existen dieciséis caras
todas rebosantes con escultura figurativa y ornamental. Sobre el rectángulo
se disponen los yacentes de los monarcas, vestidos con un lujo que refleja perfectamente
la maestría en la obtención de diversas calidades con el alabastro
según los materiales que representa. El programa temático es extenso
y variado, asimismo personal y con sólo semejanzas en otras partes.
Más normal de diseño es el sepulcro adosado al muro destinado a
Alfonso, el príncipe que muere en la adolescencia (15 años), rebelde
a su rey y hermanastro, Enrique. De este, una damnatio memoriae,
un olvido consciente. Cierto es que había mostrado interés por enterrarse
en el monasterio de Guadalupe, pero tampoco allí se hizo ninguna intervención.
La lectura funeraria de los sepulcros se completa con la eucarística del
retablo, obra cumbre de la escultura tardogótica completada por la intervención
magistral de Diego de la Cruz con pintura y dorado. Sin duda el conjunto es uno
de los más extraordinarios que se conocen en Europa en el fin de la Edad
Media.
La conquista
de Granada tuvo una repercusión internacional extraordinaria, aunque hoy
no parezca tan llamativa, porque hacía años que la cristiandad,
oriental y occidental, iba retrocediendo ante el impulso agresivo del Islam. Sólo,
como contraste, la desaparición del reino musulmán nazarí
del sur de España. La incorporación de un amplio territorio de religión
distinta a la cristiana supuso ya no tan solo nueva repoblación sino reorganizar
las ciudades que debían cristianizarse. Determinadas mezquitas se convirtieron
en iglesias, pero otras se derribaron para comenzar desde las bases. Los objetos
necesarios para el culto (cáliz, patena, candelabros, portapaces,
)
se fabricaron modestos o con lujo, mientras se encargaban docenas de imágenes
de la Virgen y otras. Esto en general. Granada tuvo un trato especial y se convirtió
en un emblema del nuevo estado de cosas.
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Virgen
y niño de Dirk Bouts en la Capilla Real de Granada |
Se mantuvo la
Alhambra como palacio, pero se edificó en su entorno un convento franciscano
sobre otro palacio musulmán. En particular, la mezquita comenzó
a sustituirse por lo que debería ser una gran catedral cuyos primeros planos
dio Enrique Egas, sucesor en las preferencias arquitectónicas de los monarcas
después de la muerte de Juan Guas. La planta, sin duda concebida ex profeso,
se asemejaba a la del siglo XIII de la catedral de Toledo. Y, formando muro con
ella, la Capilla Real destinada a panteón de ambos monarcas y sus sucesores.
Isabel no llegó a ver colocada ni la primera piedra, pero dejó un
legado impresionante del que aún es visible una parte que constituiría
su tesoro. Es un signo asimismo de sus elecciones y preferencias.
Hoy destacamos
la colección de pintura formada por piezas flamencas tan extraordinarias
como el Tríptico del Descendimiento de Dirk Bouts, la Virgen y el Niño
con ángeles, del mismo, el Díptico del Descendimiento de Hans Memling,
los anónimos Juan Bautista y Miguel arcángel, y la espléndida
copia del Tríptico Miraflores de Weyden, todos ellos flamencos. De esta
manera se manifiestan sus preferencias estéticas que estaban en el arte
nórdico y en particular en los Países Bajos, aunque no falte algún
italiano, como Botticelli y otros hispanos, como Bermejo y Pedro Berruguete.
En su momento
se apreciaron más los relicarios, por su valor piadoso y sus propiedades.
La mayoría incluían las reliquias en un estuche de calidad, aunque
por sólo por excepción eran extraordinarios, como el del Árbol
de Jesé. Enmarcados en una construcción muy posterior todavía
son visibles bastantes entre ellos. Menos fortuna corrieron los tapices. La colección
de la reina era sobresaliente por número y calidad. Algunos los regaló
en vida a Margarita de Austria, la viuda de su hijo, Juan. Otros los había
recibido de la misma manera. Muchos se subastaron en pública almoneda después
de su muerte. La cuidada selección destinada a su capilla funeraria fue
maltratada y
llegaron las piezas a la época barroca en mal estado,
culminando el desastre al decidir que se quemaran para recobrar el oro del hilo
con el que habían sido tejidos.
Joyas y tapices
constituían capítulo destacado en las colecciones de nobles y reyes,
aunque lo comprobemos más en los documentos que en la realidad, porque
unos y otros han desaparecido casi en su totalidad. Sabemos así que poseía
pequeñas imágenes de plata de santos, adornadas con esmaltes y con
pedrería preciosa o semipreciosa. Conocemos que buena parte fue adquirida
a su muerte por nobles, el mismo rey viudo y gentes de su casa. Un San Sebastián
de la catedral de Toledo es muestra casi única de todo lo que se perdió.
Dispuso, al margen del tesoro de la Capilla Real, de una espléndida custodia
que luego adquirió la catedral de Toledo y que se encuentra incluida en
el núcleo de la famosa de Arfe. Su autor fue el catalán Aymerich,
notable platero.Y hemos perdido la más famosa y rica de sus coronas.
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Libro
de las horas de Isabel la Católica (Museo de Cleveland). Ampliación
de fotografía |
Destinó
algunos libros para su Capilla, pero su biblioteca estaba dispersa. Era una de
las más importantes reunidas hasta entonces. Incluía temas diversos
aunque abundaran los devotos, de leyes e históricos. Muchos, quizás
la mayoría, no estaban iluminados, pero el capítulo de los que habían
sido completados con miniaturas era amplio. Es probable que, sabida su afición,
algunos de los grandes códices le hayan sido regalados. Es el caso del
bellísimo de Horas de Isabel la Católica del museo de Cleveland
, obra maestra de los talleres gantobrujenses de hacia 1495, o el aún más
extraordinario Breviario de Isabel la Católica de la British Library de
Londres, de igual procedencia y seguramente regalo de su embajador, Francisco
de Rojas.También le pertenecieron otras Horas hoy en la biblioteca de La
Haya, ejemplar lombardo de hacia 1390-1400, al que se añadieron luego algunas
miniaturas en los talleres de la reina. Otros muchos fueron encargados por ella,
para su uso o para el de sus hijos, figurando en nómina diversos miniaturistas
como el parisino Ruperto, el picardo Felipe Morras o el castellano
Alonso
Vázquez, autores de Breviarios, Libros de Horas, Misales, etc.
En todo lo dicho
se pone en evidencia que la reina, como su esposo, cumplió con aquello
que exigía la corona en relación a encargos artísticos ,
a los que a todo lo dicho hay que añadir diversos productos como imágenes
de devoción u otras vinculadas a santuarios importantes y empresas con
un matiz entre social y religioso, como los grandes hospitales de Santiago de
Compostela y de Granada. Pero el número y calidad de lo reunido va más
allá de lo que exigía esta instrumentalización del arte.
Detrás está un espíritu devoto muy sincero y una sensibilidad
ante los objetos reunidos. Y esta sensibilidad, sin el menor género de
dudas, apuntaba hacia lo nórdico, desechando casi cualquier atención
al renacimiento, además de utilizar los servicios de alarifes mudéjares
sobre todo en residencias palaciales, signo de singularidad. Dos eran los modelos
de referencia en Occidente y hay que juzgarlos con ojos del siglo XV, el italiano
y el nórdico.A lo largo de la centuria los italianos serán más
sensibles al norte que los del norte a lo italiano. En el siglo XVI el proceso
se invierte. La reina también había escogido en el paso de un siglo
al siguiente el modelo nórdico, aunque matizado por la herencia autóctona.