Algo
confuso está el saber fijamente la fecha de la fundación
de este Monasterio, intitulado primeramente de santa Eufemia,
después de Santa Catalina mártir, y más tarde
de Santa Clara, tras la muerte y canonización de ésta.
La
destrucción acaecida 16 años después de ser
profetizada, la misma, por la religiosa Sor Inés Ortega,
y a los posteriores incendios que arrasaron el archivo del Monasterio,
nos han privado de documentos de incalculable valor, como sería
la "BULA FUNDACIONAL", imprescindible en el momento
de querer reconstruir la historia del mismo. No obstante, apoyándonos
en los datos, que de manera oral, unos, y que han sido recopilados
de distintos archivos y documentos, aún existentes, otros,
trataremos de dar una breve historia de este Monasterio, lo mas
ajustada posible a la realidad.
Los
historiadores difieren en lo que a las fechas y circunstancias
se refieren. Lo que sí es indudable, es: Que la fundación
se hizo en vida de Santa Clara. Esto nos lo confirma:
1º) La Bula "CUM SICUT VESTRA" que su S.S. Inocencio IV
nos dirigió desde Lyon, el 2 de junio de 1.246. Este es
el documento gráfico más antiguo que conocemos;
el cual aunque no nos da con exactitud la fecha fundacional, si
nos hace afirmar la existencia del mismo, unos cuantos años
antes.
Si
se tiene en cuenta, que, con esta misma fecha se dirigió
una Bula del mismo tenor a los conventos de Burgos y Zamora, fundados respectivamente en los años 1.,234 y 1.237, podemos
tener una idea más aproximada de la fecha en que fue fundado
este Real Monasterio.
2º) Otra prueba más que avala nuestra afirmación, es
la existencia en el archivo de una carta Real del Rey de Castilla
D. Sancho el Bravo, en la que se dice: Viemos previllejos del
Papa Alejandro IV, de gracias y franquezas que fizo a las dueñas
del Monasterio de Santa Clara de Medina del Campo... etc.
y habiendo gobernado la iglesia el Papa Alejandro IV desde el
año 1.254 al 1.261, es de suponer, que el mismo llevaría
ya algunos años de existencia, y naturalmente ser edificado
y habitado viviendo aún Santa Clara, la cual murió
el año 1.253, un año antes de la elección
de dicho Papa.
Según
escribe el Venerable Gonzaga, y es de tradición común,
la fundación del Monasterio fue llevada a cabo por el Rey
D. Fernando III el Santo, quien, según el P. Cardeñoso
O.F.M. no hizo más que continuar la fundación que
ya había comenzado su predecesor el Rey D. Enrique I.
Sea
como fuere, la tradición sigue diciéndonos, que
para dicha fundación, los susodichos reyes, hicieron traer
de San Damián dos discípulas de Santa Clara, las
cuales habitaron en este Monasterio y están enterradas
en la iglesia, al pie de la reja del coro. Estas convivieron con
dos religiosas medinenses y a las cuales dieron sepultura, dentro
del coro, llamadas Sor Francisca de Bracamonte y Sor Inés
Ortega, que se distinguieron por sus virtudes y a las cuales las
dotó el Señor de grandes gracias. La primera mereció
que la revelase Dios el día y la hora de su muerte, y la
segunda, por su ejemplar virtud y mortificada vida mereció
que el Señor la favoreciera con el don de profecía,
pues estando para morir, predijo que habría de venir una
gran ruina para el Monasterio y la dispersión que habría
de padecer en ella. Sucedió como la había predicho,
arruinándose todo 16 años después del vaticinio,
y fue necesario que la Provincia dividiese las 30 religiosas que
entonces tenía, por otros de ella hasta que reedificado,
se volvieron a él. Este derrumbamiento es uno de los acontecimientos
más notables en la historia del Monasterio, al tiempo que
es uno de los hechos que mejor se puede comprobar por las Cartas
reales que existen en el archivo, comparando con las que subsiguieron.
La
fecha que podemos fijar entre los años 1.285 y 1.290. Ya
el Rey Alfonso X el Sabio, en la carta que envía a las
religiosas desde Sevilla, con fecha 12 de octubre de 1.268, las
tranquiliza en lo que se refiere al estado ruinoso del edificio,
y en lo que respecta a algunas personas, que ante el deterioro
que ésta presenta, quiere hacerlas salir a la fuerza de
él. Dice en la carta: Commino... a que minguno sea usado
de las facer fuerzas, nin daño a ellas, nin a ninguno de
sus casas... nin en la iglesia, nin en el empiso del sobredicho
Monasterio... sin sacar ende soca ninguna por fuerza... etc.
En
el año de 1.285, el miedo de las monjas a ser sacadas del
Convento, por su estado ruinoso, continúa, y el necesario
que el Rey D. Sancho confirme con una carta dada en Burgos el 31 de marzo, del mismo año, la de su padre D. Alfonso.
Existe
otra carta del mismo Rey D. Sancho, fechada en Valladolid a 2
de junio de 1.290, en la cual, ya no se defiende a las monjas
de aquellos que las querían sacar a la fuerza de su Monasterio,
sino que se anima a las Dueñas a entrar en él, a
que lo puebles de nuevo, aunque siempre permaneciendo en el Monasterio
el suficiente número de monjas, para atender a la reconstrucción
del Monasterio y para que la vida de Comunidad subsistiera; en
la carta de la que venimos hablando, el Rey confirma el privilegio
del Papa Alejandro IV, para tener bienes y posesiones, lo que
nos da a conocer que en esta fecha de 1.290, el Monasterio se
había derrumbado, lo urgente era la reparación del
edificio, por lo cual pidieron al Rey la confirmación del
Papa Alejandro IV "para tener bienes y posesiones y cualquier
otra cosa que les dieren por reyes y prelados u otros hombres..." como asimismo "facilidades para allegar recursos con
que repararle o edificarle de nuevo".
Al
llegar a este punto, es necesario hacer un inciso en la narración
para aclarar algo que pareciera quedar oscuro, y que sin embargo,
pudiera ser la base sobre la que verdaderamente estuviese atentada
la forma y vida de la Comunidad de "FREIRAS MENORES" de este Monasterio, como así mismas se intitulan.
Podría
parecer raro que las monjas pidan al Rey D. Sancho en el año
1.290, la confirmación de un privilegio concedido por el
Papa Alejandro IV entre los años 1.254 y 1.261; esto no
nos hable veleidad de las monjas, en pedir un privilegio que luego
no usarán, sino una estima por la altísima pobreza,
como fiel reflejo de la Regla que San Francisco escribió
para Santa Clara y sus primeras discípulas a su regreso
de Siria, y prueba clarísima, de que la Comunidad, no admitió
la Regla de San Benito, sino la "informe" dada
por San Francisco, o la escritura después de su viaje a
Siria.
Por
su amor a la Santísima Pobreza, y a pesar del Privilegio
Papal, las monjas no hace uso de él hasta 1,290, en que
se encuentran sin recursos suficientes para hacer frente a las
primeras obras de restauración del Convento.
Estos
dos detalles, el de la pobreza viciad hasta sus últimas
consecuencias, y el nombre con que se intitulan de "Freiras
Menores" nos confirma en lo que más arriba apuntábamos,
en lo concerniente a las primeras fundadoras del Monasterio.
Enlacemos
de nuevo con la narración cortada por el inciso, vemos
como las monjas siguieron acudiendo a los reyes en demanda de
ayuda, como se ve en dos cartas reales de D. Fernando IV el Emplazado,
la primera fechada en 1.295, en la que confirma las gracias y
privilegios que les habían concedido su padre el Rey D.
Sancho. Y la segunda, fechada en Medina "a dos días
andando del mes de enero de 1.302", concediendo a las
monjas que puedan heredar, es un documento que prueba con claridad
la ruina del Monasterio. D. Fernando no se contenta con haber
confirmado las gracias y privilegios concedidos por el Papa Alejandro
IV y por el Rey D. Sancho su padre, sino que añade otras
nuevas concesiones, para que puedan llegar recursos. El mismo
Rey les hizo la gracia de seis excusados, libres de toda carga,
como consta en el documento guardado en el archivo del Monasterio.
Por
último, el Rey D. Alfonso XI confirma las cartas que sus
predecesores dieron en favor del Monasterio, y así dice
en Carta real fechada en Toro a 4 de diciembre de 1.313 "E
agora el abbadesa e convento de las Dueñas de este monasterio
sobredicho, embiaronme pedir por merced que yo las confirmase
estas tres Cartas sobredichas". Al llegar aquí,
tenemos que enlazar con la tradición referida por Gonzaga,
y que asegura que la reconstrucción del Monasterio fue
hecha por D. Pedro I el Cruel, aunque en realidad la obra fue
costeada por nobles medinenses entre quienes hay que destacar
a los Duques de Maqueda y los Marqueses de Alcañices.
Grandes
dotaciones recibió también el Monasterio especialmente
del Rey D. Enrique IV según se desprende de las cartas
reales de los Reyes Católicos, de Doña Juana La
Loca y otros reyes posteriores, confirmando la que dio Enrique
IV en favor del convento.
También
dotó al Monasterio Doña Leonor, Reina de Aragón"con
algunos miles de maravedíes..." dotación
que fue confirmada por su hijo D. Juan, Rey de Navarra, y Reyes
posteriores de Castilla.
Desde
estas fechas de la reconstrucción del Monasterio, pasamos
casi en silencio, sin hechos de mayor relieve, si no es las continuas
gracias que los Reyes de Castilla siguen concediendo a las monjas,
y así se conservan detalles de sus vidas, pero se sabe
con certeza que destacaron por su vida ejemplar.
Nos
encontramos de nuevo rodeadas de las gracias del Señor,
esta vez por n¡mediación del muy noble Señor
D. Álvaro del Castillo, quien el el año 1.512 edificó
de nueva planta la Capilla Mayor de la Iglesia, fundando en ella
una capellanía perpetua y dotando al mismo Monasterio;
por lo que desde entonces quedó el patronato de dicha Capilla
Mayor en el Mayorazgo de esta familia. Desde el año de
1.752 al año de 1.781, 6 religiosas, cuyos nombres y ascendientes,
constan en el archivo, entraron en la Comunidad con las dotes
que daba el Patronato de la susodicha Capilla Mayor.
En
el tiempo de la edificación, era Abadesa Sor Elvira Nieto,
a quien, debido a sus muchas virtudes, profesaban gran veneración
y afecto, en particular el mismo D. Álvaro.
El
año 1.794 en que se apoderaron los franceses de gran parte
de las provincias Vascongadas, se vieron las religiosas de aquella
comarca en la precisión de abandonar sus Conventos, y ésta
Comunidad recibió entonces a dos Hermanas del Convento
de Vergara, llamadas Sor Mª. de S. Francisco y Sor Mª.
de S. José y Elguero, las cuales permanecieron aquí
desde el 12 de diciembre de 1.794, hasta el 30 de octubre de 1.795,
en que firmaba la paz y los franceses devolvieron el Convento,
el cual había sido convertido en cuartel, y volvieron a
él todas las religiosas.
También
en otra ocasión sirvió este Convento de refugio
a una Hermana del Convento de Tordehumos, llamada Sor Francisca
Laguna, la cual permaneció aquí desde 1.824, que
sufrió un incendio su Convento, hasta el 2 de junio de
1.830.
Con
la llegada de Napoleón a España, en 1.803, la paz
y el sosiego de la Comunidad, de nuevo fueron alteradas; las Hermanas
se vieron precisadas a huir a un lugar distante una legua del
convento, llamado Pozal de Gallinas en donde fueron acogidas por
familias amigas. De las 19 religiosas que se componía la
Comunidad, no quedaban más que 11, las restantes se encontraban
con sus parientes, por miedo a los franceses, quienes como se
temía, el 23 de noviembre de 1.809 entraron en el convento, "lo saquearon, y se llevaron en efectivo 240 reales, todo
lo que encontraron en la despensa, así como dos cubiertos
y 1 cuchillo de plata, 2 cálices y 1 copón; cuanto,
por lo mucho que se llevaron, el tiempo que quebrantaron puertas
y ventanas"
En
cuanto se serenaron las cosas, las religiosas volvieron a su Monasterio.
La
Comunidad había quedado sumida en la mayor penuria, por
lo que se vieron precisadas a elevar un memorial a S. Majestad
pidiéndole continuara con la merced de las 240 cargas de
trigo, con que eran antes agraciadas.
No
obstante, la paz no se había del todo restablecido, y las
Hermanas seguían padeciendo por parte de las tropas francesas,
quienes las visitaba, cómo y cuándo querían
entrando en el Monasterio y llevándose cuanto encontraban
y llegando incluso a golpear a las religiosas. Una noche, las
Hermanas tocan a maitines, es una fría noche de febrero,
cuando en ese mismo momento, un soldado, D. Vicente Hortuza cae
herido, esto les lleva a pensar que el toque de las monjas es
una contraseña con el bando enemigo, y sin mediar más,
se presenta en el convento, el Señor Corregidor y la tropa,
quienes se llevaron prisionera a la M. Abadesa Dñª.
Lucía Llamas, al convento de las monjas Isabeles, donde permaneció por espacio de dos meses.
En
el año 1.835, es también de tristes recuerdos para
la historia del Monasterio, la desamortización de Mendizabal
cayo sobre él, como sobre todos los del resto de España.
Sólo
quedaban en él 9 religiosas, a las cuales les fue asignada
una pensión de 4 reales para cada una, y como las licencias
para recibir novicias, también habían sido suprimidas,
el número de religiosas en 1.845, quedó reducido
a 7.
Cuando
en el año de 1.853, las licencias fueron de nuevo concedidas,
había 8 novicias esperando se les concediera el permiso
para tomas el hábito, siendo la primera en recibirlo, la
religiosa de coro, Sor Mª, Santos Gutiérrez de grata
memoria.
En
el año. 1.868, arreció de nuevo la tempestad y la
Comunidad corrió el peligro de ser expulsada del Monasterio;
fue necesario pedir ayuda a personas influyentes que se interesaron
por las Hermanas y que pidieron prorrogas al Gobierno, hasta tanto
que apareció el Patrono de la Capilla Mayor, que era a
la sazón D. Vicente Diezquijada, por su esposa Dñª.
Micaela Gallo, quien salió al frente del convento.
También
en estos tiempos de dolor y desolación, la divina Providencia
sigue suscitando almas a El consagradas, que por medio de la vida
comunitaria, y en la estrechez de la pobreza vivida bajo el carisma
de Francisco y Clara, sigue dando gloria al Dador de todo bien,
al tiempo que sirven de ejemplo y estímulo a aquellas con
las que conviven; tal es el caso de nuestra hermana del coro Sor
Teresa Peláez, religiosa de admirable virtud y superior
talento. La cual murió a los 23 años de edad y 6
de hábito, el 18 de septiembre de 1.890, dejando edificada
a la Comunidad por los grandes ejemplos de virtud que la dejó,
especialmente por la humildad y paciencia con que sufría
todas las enfermedades y pruebas de todo género. Fue un
alma verdaderamente seráfica.
Unos
años más adelante nos encontramos con otra Hermana,
ejemplar por su virtud: Sor Asunción de Jesús Íscar,
que murió el día 2 de octubre de 1.907 a la edad
de 24 años y 9 e hábito criatura verdaderamente
privilegiada y a quien había tocado el suerte un alma buena,
pues nuca se la vioalterada, sino gozando siempre de suma paz,
a lo que ayudaba mucho, el cuidado y esmero con que hacía
las obras ordinarias, las que practicaba con tal espíritu,
que bien se comprendía no tenía otras miras en todos
sus actos que el amor a Dios y al prójimo. Era pura y sencilla
como una paloma, y humilde y caritativa hasta el extremo, unido
a una gran dosis de prudencia, era motivo, de que, a pesar de
sus pocos años, todas la religiosas acudían a ella
en sus necesidades, con la más absoluta confianza.
En
el año de 1.912, nos encontramos con otra santa religiosa,
también muerta en la flor de la vida; 15 años contaba,
solamente Sor María Castañón, "La
Niña María", como se la llamaba, cuando
el Señor la llamó junto Sí. Había
nacido en Palencia, y era sobrina de D. Manuel Diez-Quijada, sucesor
directo del fundador del patronato de la Capilla Mayor.
Era
un alma sencilla y entregada, cuya máxima aspiración
era ser "esposa de Jesús". El Señor
tenía puesta sobre ella la mirada, mirada de predilección
manifiesta por medio de la enfermedad que muy pronto se manifestó,
con carácter de incurable, su familia acudió solícita
llevándosela a los mejores médicos entonces conocidos,
más allá desde el primer momento manifestó
su deseo de morir con el pobre sayal franciscano, dentro de los
muros de su amado convento. A él regresó sin esperanza
alguna de curación, en el que después de haber edificado
a todas las hermanas por su paciencia y conformidad con la voluntad
Divina, y tras haber recibido la Profesión Religiosa, "in artículo mortis", murió el 16
de octubre de 1.912.
Reanudando
de nuevo con la historia de nuestro Monasterio nos encontramos
en el año 1.903, exactamente el día 13 de enero
fecha muy recordada entre las Hermanas y que mereció especial
relieve, ese día, en estos nuevos tiempos. Vienen por primera
vez a este convento, con el cargo de Capellanes y Confesores,
los PP. Franciscanos de la Santa y Apostólica provincia
de San Gregorio de Filipinas, y el primero fue el P. Martínez,
del convento de San Antonio de Ávila, quien vivió
en la Casa-vicaría destinada a los Capellanes, ejerciendo
el cargo de confesor y el de capellán, hasta su muerte,
acaecida 29 años después de su llegada.
Hasta
el año 1.940, esta Provincia de San Gregorio se hizo cargo
de la Capellanía, pero al llegar esta fecha y al haber
sido martirizados en la guerra civil española, 75 miembros
de dicha Provincia, el P. Provincial, se vioprecisado a llamar
al P. Eduardo de la Torre, que a la sazón, ejercía
el cargo de Capellán, el 28 de octubre de dicho año,
por falta de PP. en la Provincia.
Quedó
pues la Comunidad sin asistencia de los PP. Franciscanos, y siendo
atendidas durante dos meses por algunos sacerdotes de la villa,
hasta que al final, viendo que no había perspectivas de
que los PP. volvieses, la Comunidad acudió al Rvdmº.
P. General, por medio del P. Mariano Fernández, residente
en la Curia Generalicia, el cual influyó ante el mismo
P. General para que de nuevo tornasen los PP. Franciscanos a esta
Capellanía, lo cual se consiguió en diciembre de
1.940 cuando la Provincia de Cantabria se hizo cargo de ella,
siendo la Comunidad de Valladolid la encargada de atenderla. El
primer franciscano de Cantabria que vino a ocupar el cargo de
capellán, fuel el P. Segundo Bilbao.
Estuvo
atendida la Comunidad por los Hermanos de Valladolid, hasta el
3 de octubre de 1.982. Al llegar a esta fecha, nos encontramos
de nuevo ante el problema de la escasez de personal por lo que
el P. Provincial, Fr. Eusebio Unzurrunzaga, se vio en la necesidad
de retirar, de manera definitiva, al P. José Ángel
L- de Guevara, que en ese momento ejercía el cargo de Capellán
y confesor de la Comunidad. De esta manera, la capellanía
pasó al Arzobispado, y el Señor Obispo D- José
Delicado nos mandó al sacerdote diocesano D. Enrique Barrientos,
como primer Capellán diocesano de la Comunidad.
En
tiempos modernos queremos hacer reseña de nuevos sucesos
acaecidos en la Comunidad y, que merecen como los anteriores entrar
en el marco de este breve resumen histórico.
El
primero de estos sucesos lo constituye la nueva destrucción
que sufrió la fábrica del Monasterio por causas
de un incendio. El 2 de marzo de 1.960. Mientras las Hermanas
elevaban sus cantos de alabanzas al Señor en este histórico
despertar del Miércoles de Ceniza, y ofrecían al
Señor este público reconocimiento de su nada y pecado,
otro era el canto que el Señor aceptaba, simbolizado en
el elevarse trepidante de las llamas, y otro el reconocimiento
de la propia nada, ante la destrucción a escombros y cenizas
del propio Monasterio.
Hecho
éste que dio lugar a probar, una vez más, como el
Señor quiere a sus Clarisas en Medina, y que se vio coreado
por la voz de las mismas, en la contestación que M. Teresa
Pedrosa, a la sazón Abadesa, diera al Prelado de la Diócesis,
D. José García Goldázar, cuando éste
dijo al ver las ruinas a que había quedado reducido el
Monasterio "Dentro de unos años, habrá más",
a lo que Sor Teresa, con aquella resolución que la caracterizaba,
respondió "Pues yo de aquí, no me voy" queriendo ya indicar, que la decisión de levantar de nuevo
el Monasterio, estaba tomada.
Grandes
y hermosas anécdotas, hermosa historia podría redactarse
sobre este hecho, al vivir prácticamente la totalidad de
las Hermanas, de las 22 que en esos momentos constaba la Comunidad;
bástanos señalar, que en el siniestro hubo una víctima
mortal, el Teniente Coronel de la Guardia Civil, D. Ángel
Ramos Patiño, y dos heridos de gravedad, los Capitanes,
también de la benemérita Guardia Civil, D. Moisés
Rodríguez Escudero y D. Santos de Amo.
La
reconstrucción, como hemos indicado, se logró en
primer lugar por la serenidad de M- Teresa, ella y cuatro hermanas
más quedaron al frente de la obra, mientras que el resto
de la Comunidad fueron repartidas por los conventos de Tordesillas,
Santa Isabel y Santa Clara de Valladolid, donde permanecieron
durante los 15 meses que duraron las obras. Desde estas líneas,
nuestro público agradecimiento a estas Hermana.
Esta
nueva destrucción del Monasterio, dio lugar, a que el pueblo
de Medina, diera pruebas, una vez más del amor que tiene
a "sus Clarisas", especialmente por medio de
un hijo de la Villa D. Agustín Alonso Galicia (q.e.p.d.)
A la sazón Concejal de obras del Excmº. Ayuntamiento,
quien olvidado de sus quehaceres laborales y casi sus deberes
familiares, se dedicó por entero a esta obra de Dios y
de Medina. Desde aquí nuestro agradecimiento perpetuo a
tan insigne bienhechor.
La
obra tardó 15 meses en terminarse, gracias al esfuerzo
de D. Agustín, y al trabajo callado y sacrificado de las
Hermanas que habían quedado al frente de las mismas, y
mantener al mismo tiempo el culto de la iglesia, que no sufrió
dato en el siniestro.
Cuando
el 4 de junio de 1.961, al volteo de las campanas parroquiales,
y del propio Monasterio, volvieron a entrar en sus casas las Clarisas
ausentes durante estos meses, la alegría y el júbilo
eran desbordantes, al que se unieron autoridades eclesiales, civiles
y pueblos en general, que quisieron unirse con las Hermanas, en
la celebración de tan magno acontecimiento.
Otro
hecho importante que reseñar, es la celebración
que tuvo lugar en el Monasterio el 16 de abril de 1.969: La Comunidad
en un pleno profesaba la Regla de Santa Clarisa, aprobada por
el Papa Inocencio IV. Puede decirse que desde sus orígenes
la Comunidad profesaba la Regla de Urbano IV, pero como respuesta
a la Santa Iglesia, y como retorno a las fuentes, este día,
histórico para la Comunidad, profesamos esta primera Regla
de la Madre Santa Clara.
En
el año de 1.971, se llevó a cano una primera obra
de restauración de la iglesia, adaptándola al mismo
tiempo a las nuevas normas litúrgicas, así mismo
se construyó un coro adosado al presbiterio, desde donde
se siguen mejor las funciones litúrgicas.
Y
ya sin dejar casi las obras, el año de 1.975, dio comienzo
otra de más envergadura: La construcción de un nuevo
convento. El restaurado en 1.960, se deterioraba a ojos vista,
y era urgente tomar una solución, y el acuerdo a que llegó
la Comunidad, con su Abadesa, fue el de derribarlo y edificar
uno de nueva planta en el mismo solar del anterior. Fue una obra
laboriosa y costosa, para la cual contamos, como en la anterior,
con una Abadesa voluntariosa, Sor Inmaculada Rodríguez,
una Comunidad firme y un contratista lleno de ilusión,
D. Luis Núñez, que al ser la primera obra que por
su cuenta realizaba, la tomó con notable interés.
Hubo grandes dificultades, pero todas se superaron, y el día
17 de diciembre de 1.976, inauguramos el nuevo Monasterio.
Como
el trabajo de confección fallaba, comenzamos a fabricar
algunos sencillos dulces que vendimos a las amistades, hasta que
nos decidimos en serio por el trabajo de repostería y comenzamos
a acudir al Monasterio de Porta Coeli (Dominicas de Valladolid)
para recibir las primeras nociones; unos meses después,
un afamado pastelero, poseedor de Medalla de Oro en el arte, D.
Felipe López (q.e.p.d.) se nos ofreció para enseñarnos
todo lo concerniente al oficio, aceptamos encantadas, y gracias
a él, no sólo nosotras sino varios conventos de
la Federación, y más allá, nos hemos visto
beneficiadas.
De
nuevo en el año 1.990, encontramos a la Comunidad buscando
nuevas y duraderas formas de consolidad las paredes de la iglesia
monacal, y mediante una ayuda de la Conserjería de Fomento,
el 5 de febrero de 1.990 da comienzo este nuevo arreglo. La obra
fue dirigida por el arquitecto D. Andrés San José
y la realizó el constructor D. Jesús de Castro,
de esta villa.
La
obra con sus múltiples contratiempos se terminó
en noviembre del mismo año, teniendo lugar la inauguración
y apertura el día 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada
Concepción.
La
iglesia consta de dos cuerpos, por así decir, una Capilla
Mayor, que contiene el presbiterio, de estilo gótico-mudejar,
y la nave central de construcción posterior, posiblemente
siglo XVIII. Las paredes han quedado en ladrillo, conforme a su
construcción primitiva, y preside en la pared frontal,
en ardo de medio punto, un Cristo del siglo XIII al XIV, restaurado
en el año 1.986 por D. Francisco Santamaría. Este
Cristo estuvo en el coro de las Hermanas, y cuenta la tradición,
"que queriendo las religiosas fabricar capilla para su mayor
decencia y decoro, le volvieron el rostro a la iglesia para que
le venerasen los fieles, y volviendo por la mañana, le
hallaron otra ves vuelto al coro el rostro santísimo, como
antes estaba..." (Tomado del libro de Becerro).
En
los arcos laterales de dicha Capilla Mayor, figuran unas imágenes
de la Inmaculada del siglo XVII en talla policromada, de notable
belleza, y en el lado posterior una imagen de Santa Clara.
En
la actualidad la comunidad la componen 10 religiosas de votos
solemnes, y nuestra vida litúrgica gira en torno a la Eucaristía
y al canto de la Alabanza Divina.
Desde
el año 1954 tenemos Exposición diurna del Santísimo
Sacramento todos los jueves y domingos del año, y a partir
del año 1.974 también la tenemos las fiestas de
la Santísima Virgen de los primeros viernes de mes, como
asimismo los días 18 en que celebramos el día vocacional.
También
los días 19 de cada mes, tienen un carácter especial
en nuestra liturgia, al celebrar en él nuestro día
de oración por la Unidad de la Iglesia. Todas las contemplativas
de la Diócesis, formamos a lo largo del mes como un único
Monasterio, y así en cada uno de ellos, tenemos asignado
un día para pedir por la Unidad. Nosotras elevamos preces
especiales en Laudes y Vísperas, y la Santa Misa, si las
normas lo permiten, se celebra la votiva por la Unidad.
El
rezo de la liturgia de las Horas, lo hacemos según las
normas de la O.G.L.H., cantando cada día en Laudes y Vísperas
las partes comunes. Los días en que el oficio es la fiesta
o solemnidad , lo solemnizamos más, cantando salmos y antífonas,
así como los himnos de las horas menores. resaltando de
una manera especial las celebraciones de los tiempos fuertes,
y las Fiestas Marianas.
Nuestras
Eucaristía no son demasiado concurridas debido a la lejanía
del Monasterio, con respecto a la villa, pero sí acude
el suficiente número de personas, como para sentirnos nosotras
Iglesia, y ellas fortalecidas por esa fuerza que da la Liturgia
bien celebrada. Hay que hacer una excepción con el mes
de mayo, que ya por tradición, acuden personas de todas
las edades, y desde todos los puntos de la villa, para honrar
a la Virgen con ese sacrificio matutino. Durante todos los meses
la iglesia se queda pequeña para acoger a los devotos de
Nuestra Señora.
Desde
hace cuatro años, también la gente que desea aprender
a orar, se acerca con gusto a nuestro Monasterio, donde una Hermana
dirige uno de los muchos "Talleres de Oración y
Vida" lanzados por el P. Ignacio Larrañaga.
A
nivel comunitario, hacemos los Ejercicios Espirituales por espacio
de una semana, para lo cual nos gusta vernos acompañadas
por un P. Franciscano. Mensualmente celebramos el día de
Retiro o Desierto, donde las Hermanas a solas con su Dios, pasan
el día en total soledad, silencio y oración.
El
triduo que en honor de nuestra madre Santa Clara se celebra cada
año, se ve cada vez más concurrido, buena muestra
de la devoción que a Santa Clara, y del amor que a las
Clarisas el pueblo entero siente, aunque nunca falta, quien la
subir al locutorio a saludar a la Comunidad y tomar un refresco,
eche de menos los cohetes y las hogueras, que, hasta hace unos
años, desde las vísperas, anunciaban a todo el contorno
que Santa Clara estaba cerca...y para terminar diremos que: Comunidad,
tan reducida actualmente, se ha distinguido siempre en tres puntos:
1º
Especial predilección por parte de los Reyes. a parte de
los legados, juros, cartas, concesiones, etc., relatadas anteriormente,
existen en la Comunidad, Cálices donados por S.M. Alfonso
XII y por S.M. Alfonso XIII, y en un velo cuajado de lentejuelas
de la Reina Doña María Cristina.
2º
Aguante y perseverancia en el sufrimiento, con una gran dosis
de fe en la voluntad de Dios.
3º
Una gran capacidad de trabajo en las Hermanas, como expresión
de pobreza y medio de encuentro con Dios, unido a un especial
amor a Cristo Eucaristía, que es de donde dimana toda fuerza
interior.
Dios
quiera, que estos trabajos, glorias y sufrimientos, nos vayan
ayudando a vivir cada día con más intensidad el
espíritu de Minoridad y Fraternidad, de Francisco y Clara,
a lo cual hemos sido llamadas a vivir en la Iglesia tratando siempre
de el "El trabajo no apague el espíritu de Oración
y Devoción al que todas las demás cosas deben servir".
En
alabanza de Cristo y de su Santísima Madre. Amén.