Algo 
          confuso está el saber fijamente la fecha de la fundación 
          de este Monasterio, intitulado primeramente de santa Eufemia, 
          después de Santa Catalina mártir, y más tarde 
          de Santa Clara, tras la muerte y canonización de ésta.
        La 
          destrucción acaecida 16 años después de ser 
          profetizada, la misma, por la religiosa Sor Inés Ortega, 
          y a los posteriores incendios que arrasaron el archivo del Monasterio, 
          nos han privado de documentos de incalculable valor, como sería 
          la "BULA FUNDACIONAL", imprescindible en el momento 
          de querer reconstruir la historia del mismo. No obstante, apoyándonos 
          en los datos, que de manera oral, unos, y que han sido recopilados 
          de distintos archivos y documentos, aún existentes, otros, 
          trataremos de dar una breve historia de este Monasterio, lo mas 
          ajustada posible a la realidad.
        Los 
          historiadores difieren en lo que a las fechas y circunstancias 
          se refieren. Lo que sí es indudable, es: Que la fundación 
          se hizo en vida de Santa Clara. Esto nos lo confirma:
        1º) La Bula "CUM SICUT VESTRA" que su S.S. Inocencio IV 
          nos dirigió desde Lyon, el 2 de junio de 1.246. Este es 
          el documento gráfico más antiguo que conocemos; 
          el cual aunque no nos da con exactitud la fecha fundacional, si 
          nos hace afirmar la existencia del mismo, unos cuantos años 
        antes.
        Si 
          se tiene en cuenta, que, con esta misma fecha se dirigió 
          una Bula del mismo tenor a los conventos de Burgos y Zamora, fundados respectivamente en los años 1.,234 y 1.237, podemos 
            tener una idea más aproximada de la fecha en que fue fundado 
          este Real Monasterio.
        
2º) Otra prueba más que avala nuestra afirmación, es 
          la existencia en el archivo de una carta Real del Rey de Castilla 
          D. Sancho el Bravo, en la que se dice: Viemos previllejos del 
            Papa Alejandro IV, de gracias y franquezas que fizo a las dueñas 
            del Monasterio de Santa Clara de Medina del Campo... etc. 
          y habiendo gobernado la iglesia el Papa Alejandro IV desde el 
          año 1.254 al 1.261, es de suponer, que el mismo llevaría 
          ya algunos años de existencia, y naturalmente ser edificado 
          y habitado viviendo aún Santa Clara, la cual murió 
          el año 1.253, un año antes de la elección 
          de dicho Papa.        
        
Según 
          escribe el Venerable Gonzaga, y es de tradición común, 
          la fundación del Monasterio fue llevada a cabo por el Rey 
          D. Fernando III el Santo, quien, según el P. Cardeñoso 
          O.F.M. no hizo más que continuar la fundación que 
        ya había comenzado su predecesor el Rey D. Enrique I.
        Sea 
          como fuere, la tradición sigue diciéndonos, que 
          para dicha fundación, los susodichos reyes, hicieron traer 
          de San Damián dos discípulas de Santa Clara, las 
          cuales habitaron en este Monasterio y están enterradas 
          en la iglesia, al pie de la reja del coro. Estas convivieron con 
          dos religiosas medinenses y a las cuales dieron sepultura, dentro 
          del coro, llamadas Sor Francisca de Bracamonte y Sor Inés 
          Ortega, que se distinguieron por sus virtudes y a las cuales las 
          dotó el Señor de grandes gracias. La primera mereció 
          que la revelase Dios el día y la hora de su muerte, y la 
          segunda, por su ejemplar virtud y mortificada vida mereció 
          que el Señor la favoreciera con el don de profecía, 
          pues estando para morir, predijo que habría de venir una 
          gran ruina para el Monasterio y la dispersión que habría 
          de padecer en ella. Sucedió como la había predicho, 
          arruinándose todo 16 años después del vaticinio, 
          y fue necesario que la Provincia dividiese las 30 religiosas que 
          entonces tenía, por otros de ella hasta que reedificado, 
          se volvieron a él. Este derrumbamiento es uno de los acontecimientos 
          más notables en la historia del Monasterio, al tiempo que 
          es uno de los hechos que mejor se puede comprobar por las Cartas 
          reales que existen en el archivo, comparando con las que subsiguieron.
        La 
          fecha que podemos fijar entre los años 1.285 y 1.290. Ya 
          el Rey Alfonso X el Sabio, en la carta que envía a las 
          religiosas desde Sevilla, con fecha 12 de octubre de 1.268, las 
          tranquiliza en lo que se refiere al estado ruinoso del edificio, 
          y en lo que respecta a algunas personas, que ante el deterioro 
          que ésta presenta, quiere hacerlas salir a la fuerza de 
          él. Dice en la carta: Commino... a que minguno sea usado 
            de las facer fuerzas, nin daño a ellas, nin a ninguno de 
            sus casas... nin en la iglesia, nin en el empiso del sobredicho 
          Monasterio... sin sacar ende soca ninguna por fuerza... etc.
        En 
          el año de 1.285, el miedo de las monjas a ser sacadas del 
          Convento, por su estado ruinoso, continúa, y el necesario 
          que el Rey D. Sancho confirme con una carta dada en Burgos el 31 de marzo, del mismo año, la de su padre D. Alfonso.
        
Existe 
          otra carta del mismo Rey D. Sancho, fechada en Valladolid a 2 
          de junio de 1.290, en la cual, ya no se defiende a las monjas 
          de aquellos que las querían sacar a la fuerza de su Monasterio, 
          sino que se anima a las Dueñas a entrar en él, a 
          que lo puebles de nuevo, aunque siempre permaneciendo en el Monasterio 
          el suficiente número de monjas, para atender a la reconstrucción 
          del Monasterio y para que la vida de Comunidad subsistiera; en 
          la carta de la que venimos hablando, el Rey confirma el privilegio 
          del Papa Alejandro IV, para tener bienes y posesiones, lo que 
          nos da a conocer que en esta fecha de 1.290, el Monasterio se 
          había derrumbado, lo urgente era la reparación del 
          edificio, por lo cual pidieron al Rey la confirmación del 
          Papa Alejandro IV "para tener bienes y posesiones y cualquier 
            otra cosa que les dieren por reyes y prelados u otros hombres..." como asimismo "facilidades para allegar recursos con 
              que repararle o edificarle de nuevo".        
        
Al 
          llegar a este punto, es necesario hacer un inciso en la narración 
          para aclarar algo que pareciera quedar oscuro, y que sin embargo, 
          pudiera ser la base sobre la que verdaderamente estuviese atentada 
          la forma y vida de la Comunidad de "FREIRAS MENORES" de este Monasterio, como así mismas se intitulan.
        Podría 
          parecer raro que las monjas pidan al Rey D. Sancho en el año 
          1.290, la confirmación de un privilegio concedido por el 
          Papa Alejandro IV entre los años 1.254 y 1.261; esto no 
          nos hable veleidad de las monjas, en pedir un privilegio que luego 
          no usarán, sino una estima por la altísima pobreza, 
          como fiel reflejo de la Regla que San Francisco escribió 
          para Santa Clara y sus primeras discípulas a su regreso 
          de Siria, y prueba clarísima, de que la Comunidad, no admitió 
          la Regla de San Benito, sino la "informe" dada 
          por San Francisco, o la escritura después de su viaje a 
        Siria.
        Por 
          su amor a la Santísima Pobreza, y a pesar del Privilegio 
          Papal, las monjas no hace uso de él hasta 1,290, en que 
          se encuentran sin recursos suficientes para hacer frente a las 
        primeras obras de restauración del Convento.
        Estos 
          dos detalles, el de la pobreza viciad hasta sus últimas 
          consecuencias, y el nombre con que se intitulan de "Freiras 
            Menores" nos confirma en lo que más arriba apuntábamos, 
        en lo concerniente a las primeras fundadoras del Monasterio.
        Enlacemos 
          de nuevo con la narración cortada por el inciso, vemos 
          como las monjas siguieron acudiendo a los reyes en demanda de 
          ayuda, como se ve en dos cartas reales de D. Fernando IV el Emplazado, 
          la primera fechada en 1.295, en la que confirma las gracias y 
          privilegios que les habían concedido su padre el Rey D. 
          Sancho. Y la segunda, fechada en Medina "a dos días 
            andando del mes de enero de 1.302", concediendo a las 
          monjas que puedan heredar, es un documento que prueba con claridad 
          la ruina del Monasterio. D. Fernando no se contenta con haber 
          confirmado las gracias y privilegios concedidos por el Papa Alejandro 
          IV y por el Rey D. Sancho su padre, sino que añade otras 
          nuevas concesiones, para que puedan llegar recursos. El mismo 
          Rey les hizo la gracia de seis excusados, libres de toda carga, 
          como consta en el documento guardado en el archivo del Monasterio.
        Por 
          último, el Rey D. Alfonso XI confirma las cartas que sus 
          predecesores dieron en favor del Monasterio, y así dice 
          en Carta real fechada en Toro a 4 de diciembre de 1.313 "E 
            agora el abbadesa e convento de las Dueñas de este monasterio 
            sobredicho, embiaronme pedir por merced que yo las confirmase 
            estas tres Cartas sobredichas". Al llegar aquí, 
          tenemos que enlazar con la tradición referida por Gonzaga, 
          y que asegura que la reconstrucción del Monasterio fue 
          hecha por D. Pedro I el Cruel, aunque en realidad la obra fue 
          costeada por nobles medinenses entre quienes hay que destacar 
        a los Duques de Maqueda y los Marqueses de Alcañices.
        Grandes 
          dotaciones recibió también el Monasterio especialmente 
          del Rey D. Enrique IV según se desprende de las cartas 
          reales de los Reyes Católicos, de Doña Juana La 
          Loca y otros reyes posteriores, confirmando la que dio Enrique 
        IV en favor del convento.
        También 
          dotó al Monasterio Doña Leonor, Reina de Aragón"con 
            algunos miles de maravedíes..." dotación 
          que fue confirmada por su hijo D. Juan, Rey de Navarra, y Reyes 
        posteriores de Castilla.
        Desde 
          estas fechas de la reconstrucción del Monasterio, pasamos 
          casi en silencio, sin hechos de mayor relieve, si no es las continuas 
          gracias que los Reyes de Castilla siguen concediendo a las monjas, 
          y así se conservan detalles de sus vidas, pero se sabe 
          con certeza que destacaron por su vida ejemplar.
        Nos 
          encontramos de nuevo rodeadas de las gracias del Señor, 
          esta vez por n¡mediación del muy noble Señor 
          D. Álvaro del Castillo, quien el el año 1.512 edificó 
          de nueva planta la Capilla Mayor de la Iglesia, fundando en ella 
          una capellanía perpetua y dotando al mismo Monasterio; 
          por lo que desde entonces quedó el patronato de dicha Capilla 
          Mayor en el Mayorazgo de esta familia. Desde el año de 
          1.752 al año de 1.781, 6 religiosas, cuyos nombres y ascendientes, 
          constan en el archivo, entraron en la Comunidad con las dotes 
        que daba el Patronato de la susodicha Capilla Mayor.
        En 
          el tiempo de la edificación, era Abadesa Sor Elvira Nieto, 
          a quien, debido a sus muchas virtudes, profesaban gran veneración 
        y afecto, en particular el mismo D. Álvaro.
        El 
          año 1.794 en que se apoderaron los franceses de gran parte 
          de las provincias Vascongadas, se vieron las religiosas de aquella 
          comarca en la precisión de abandonar sus Conventos, y ésta 
          Comunidad recibió entonces a dos Hermanas del Convento 
          de Vergara, llamadas Sor Mª. de S. Francisco y Sor Mª. 
          de S. José y Elguero, las cuales permanecieron aquí 
          desde el 12 de diciembre de 1.794, hasta el 30 de octubre de 1.795, 
          en que firmaba la paz y los franceses devolvieron el Convento, 
          el cual había sido convertido en cuartel, y volvieron a 
        él todas las religiosas.
        También 
          en otra ocasión sirvió este Convento de refugio 
          a una Hermana del Convento de Tordehumos, llamada Sor Francisca 
          Laguna, la cual permaneció aquí desde 1.824, que 
          sufrió un incendio su Convento, hasta el 2 de junio de 
        1.830.
        Con 
          la llegada de Napoleón a España, en 1.803, la paz 
          y el sosiego de la Comunidad, de nuevo fueron alteradas; las Hermanas 
          se vieron precisadas a huir a un lugar distante una legua del 
          convento, llamado Pozal de Gallinas en donde fueron acogidas por 
          familias amigas. De las 19 religiosas que se componía la 
          Comunidad, no quedaban más que 11, las restantes se encontraban 
          con sus parientes, por miedo a los franceses, quienes como se 
          temía, el 23 de noviembre de 1.809 entraron en el convento, "lo saquearon, y se llevaron en efectivo 240 reales, todo 
            lo que encontraron en la despensa, así como dos cubiertos 
            y 1 cuchillo de plata, 2 cálices y 1 copón; cuanto, 
            por lo mucho que se llevaron, el tiempo que quebrantaron puertas 
        y ventanas"
        En 
        cuanto se serenaron las cosas, las religiosas volvieron a su Monasterio.
       La 
          Comunidad había quedado sumida en la mayor penuria, por 
          lo que se vieron precisadas a elevar un memorial a S. Majestad 
          pidiéndole continuara con la merced de las 240 cargas de 
        trigo, con que eran antes agraciadas.
        No 
          obstante, la paz no se había del todo restablecido, y las 
          Hermanas seguían padeciendo por parte de las tropas francesas, 
          quienes las visitaba, cómo y cuándo querían 
          entrando en el Monasterio y llevándose cuanto encontraban 
          y llegando incluso a golpear a las religiosas. Una noche, las 
          Hermanas tocan a maitines, es una fría noche de febrero, 
          cuando en ese mismo momento, un soldado, D. Vicente Hortuza cae 
          herido, esto les lleva a pensar que el toque de las monjas es 
          una contraseña con el bando enemigo, y sin mediar más, 
          se presenta en el convento, el Señor Corregidor y la tropa, 
          quienes se llevaron prisionera a la M. Abadesa Dñª. 
          Lucía Llamas, al convento de las monjas Isabeles, donde permaneció por espacio de dos meses.
        En 
          el año 1.835, es también de tristes recuerdos para 
          la historia del Monasterio, la desamortización de Mendizabal 
          cayo sobre él, como sobre todos los del resto de España.
        Sólo 
          quedaban en él 9 religiosas, a las cuales les fue asignada 
          una pensión de 4 reales para cada una, y como las licencias 
          para recibir novicias, también habían sido suprimidas, 
          el número de religiosas en 1.845, quedó reducido 
          a 7.
        Cuando 
          en el año de 1.853, las licencias fueron de nuevo concedidas, 
          había 8 novicias esperando se les concediera el permiso 
          para tomas el hábito, siendo la primera en recibirlo, la 
          religiosa de coro, Sor Mª, Santos Gutiérrez de grata 
          memoria.
        En 
          el año. 1.868, arreció de nuevo la tempestad y la 
          Comunidad corrió el peligro de ser expulsada del Monasterio; 
          fue necesario pedir ayuda a personas influyentes que se interesaron 
          por las Hermanas y que pidieron prorrogas al Gobierno, hasta tanto 
          que apareció el Patrono de la Capilla Mayor, que era a 
          la sazón D. Vicente Diezquijada, por su esposa Dñª. 
          Micaela Gallo, quien salió al frente del convento.
        También 
          en estos tiempos de dolor y desolación, la divina Providencia 
          sigue suscitando almas a El consagradas, que por medio de la vida 
          comunitaria, y en la estrechez de la pobreza vivida bajo el carisma 
          de Francisco y Clara, sigue dando gloria al Dador de todo bien, 
          al tiempo que sirven de ejemplo y estímulo a aquellas con 
          las que conviven; tal es el caso de nuestra hermana del coro Sor 
          Teresa Peláez, religiosa de admirable virtud y superior 
          talento. La cual murió a los 23 años de edad y 6 
          de hábito, el 18 de septiembre de 1.890, dejando edificada 
          a la Comunidad por los grandes ejemplos de virtud que la dejó, 
          especialmente por la humildad y paciencia con que sufría 
          todas las enfermedades y pruebas de todo género. Fue un 
          alma verdaderamente seráfica.
        Unos 
          años más adelante nos encontramos con otra Hermana, 
          ejemplar por su virtud: Sor Asunción de Jesús Íscar, 
          que murió el día 2 de octubre de 1.907 a la edad 
          de 24 años y 9 e hábito criatura verdaderamente 
          privilegiada y a quien había tocado el suerte un alma buena, 
          pues nuca se la vioalterada, sino gozando siempre de suma paz, 
          a lo que ayudaba mucho, el cuidado y esmero con que hacía 
          las obras ordinarias, las que practicaba con tal espíritu, 
          que bien se comprendía no tenía otras miras en todos 
          sus actos que el amor a Dios y al prójimo. Era pura y sencilla 
          como una paloma, y humilde y caritativa hasta el extremo, unido 
          a una gran dosis de prudencia, era motivo, de que, a pesar de 
          sus pocos años, todas la religiosas acudían a ella 
          en sus necesidades, con la más absoluta confianza.
        En 
          el año de 1.912, nos encontramos con otra santa religiosa, 
          también muerta en la flor de la vida; 15 años contaba, 
          solamente Sor María Castañón, "La 
            Niña María", como se la llamaba, cuando 
          el Señor la llamó junto Sí. Había 
          nacido en Palencia, y era sobrina de D. Manuel Diez-Quijada, sucesor 
          directo del fundador del patronato de la Capilla Mayor.
        Era 
          un alma sencilla y entregada, cuya máxima aspiración 
          era ser "esposa de Jesús". El Señor 
          tenía puesta sobre ella la mirada, mirada de predilección 
          manifiesta por medio de la enfermedad que muy pronto se manifestó, 
          con carácter de incurable, su familia acudió solícita 
          llevándosela a los mejores médicos entonces conocidos, 
          más allá desde el primer momento manifestó 
          su deseo de morir con el pobre sayal franciscano, dentro de los 
          muros de su amado convento. A él regresó sin esperanza 
          alguna de curación, en el que después de haber edificado 
          a todas las hermanas por su paciencia y conformidad con la voluntad 
          Divina, y tras haber recibido la Profesión Religiosa, "in artículo mortis", murió el 16 
          de octubre de 1.912.
        Reanudando 
          de nuevo con la historia de nuestro Monasterio nos encontramos 
          en el año 1.903, exactamente el día 13 de enero 
          fecha muy recordada entre las Hermanas y que mereció especial 
          relieve, ese día, en estos nuevos tiempos. Vienen por primera 
          vez a este convento, con el cargo de Capellanes y Confesores, 
          los PP. Franciscanos de la Santa y Apostólica provincia 
          de San Gregorio de Filipinas, y el primero fue el P. Martínez, 
          del convento de San Antonio de Ávila, quien vivió 
          en la Casa-vicaría destinada a los Capellanes, ejerciendo 
          el cargo de confesor y el de capellán, hasta su muerte, 
          acaecida 29 años después de su llegada.
        Hasta 
          el año 1.940, esta Provincia de San Gregorio se hizo cargo 
          de la Capellanía, pero al llegar esta fecha y al haber 
          sido martirizados en la guerra civil española, 75 miembros 
          de dicha Provincia, el P. Provincial, se vioprecisado a llamar 
          al P. Eduardo de la Torre, que a la sazón, ejercía 
          el cargo de Capellán, el 28 de octubre de dicho año, 
          por falta de PP. en la Provincia.
       Quedó 
          pues la Comunidad sin asistencia de los PP. Franciscanos, y siendo 
          atendidas durante dos meses por algunos sacerdotes de la villa, 
          hasta que al final, viendo que no había perspectivas de 
          que los PP. volvieses, la Comunidad acudió al Rvdmº. 
          P. General, por medio del P. Mariano Fernández, residente 
          en la Curia Generalicia, el cual influyó ante el mismo 
          P. General para que de nuevo tornasen los PP. Franciscanos a esta 
          Capellanía, lo cual se consiguió en diciembre de 
          1.940 cuando la Provincia de Cantabria se hizo cargo de ella, 
          siendo la Comunidad de Valladolid la encargada de atenderla. El 
          primer franciscano de Cantabria que vino a ocupar el cargo de 
          capellán, fuel el P. Segundo Bilbao.
        Estuvo 
          atendida la Comunidad por los Hermanos de Valladolid, hasta el 
          3 de octubre de 1.982. Al llegar a esta fecha, nos encontramos 
          de nuevo ante el problema de la escasez de personal por lo que 
          el P. Provincial, Fr. Eusebio Unzurrunzaga, se vio en la necesidad 
          de retirar, de manera definitiva, al P. José Ángel 
          L- de Guevara, que en ese momento ejercía el cargo de Capellán 
          y confesor de la Comunidad. De esta manera, la capellanía 
          pasó al Arzobispado, y el Señor Obispo D- José 
          Delicado nos mandó al sacerdote diocesano D. Enrique Barrientos, 
          como primer Capellán diocesano de la Comunidad.
        En 
          tiempos modernos queremos hacer reseña de nuevos sucesos 
          acaecidos en la Comunidad y, que merecen como los anteriores entrar 
          en el marco de este breve resumen histórico.
       El 
          primero de estos sucesos lo constituye la nueva destrucción 
          que sufrió la fábrica del Monasterio por causas 
          de un incendio. El 2 de marzo de 1.960. Mientras las Hermanas 
          elevaban sus cantos de alabanzas al Señor en este histórico 
          despertar del Miércoles de Ceniza, y ofrecían al 
          Señor este público reconocimiento de su nada y pecado, 
          otro era el canto que el Señor aceptaba, simbolizado en 
          el elevarse trepidante de las llamas, y otro el reconocimiento 
          de la propia nada, ante la destrucción a escombros y cenizas 
          del propio Monasterio.
        Hecho 
          éste que dio lugar a probar, una vez más, como el 
          Señor quiere a sus Clarisas en Medina, y que se vio coreado 
          por la voz de las mismas, en la contestación que M. Teresa 
          Pedrosa, a la sazón Abadesa, diera al Prelado de la Diócesis, 
          D. José García Goldázar, cuando éste 
          dijo al ver las ruinas a que había quedado reducido el 
          Monasterio "Dentro de unos años, habrá más", 
          a lo que Sor Teresa, con aquella resolución que la caracterizaba, 
          respondió "Pues yo de aquí, no me voy" queriendo ya indicar, que la decisión de levantar de nuevo 
          el Monasterio, estaba tomada.
        Grandes 
          y hermosas anécdotas, hermosa historia podría redactarse 
          sobre este hecho, al vivir prácticamente la totalidad de 
          las Hermanas, de las 22 que en esos momentos constaba la Comunidad; 
          bástanos señalar, que en el siniestro hubo una víctima 
          mortal, el Teniente Coronel de la Guardia Civil, D. Ángel 
          Ramos Patiño, y dos heridos de gravedad, los Capitanes, 
          también de la benemérita Guardia Civil, D. Moisés 
          Rodríguez Escudero y D. Santos de Amo.
        La 
          reconstrucción, como hemos indicado, se logró en 
          primer lugar por la serenidad de M- Teresa, ella y cuatro hermanas 
          más quedaron al frente de la obra, mientras que el resto 
          de la Comunidad fueron repartidas por los conventos de Tordesillas, 
          Santa Isabel y Santa Clara de Valladolid, donde permanecieron 
          durante los 15 meses que duraron las obras. Desde estas líneas, 
          nuestro público agradecimiento a estas Hermana.
        Esta 
          nueva destrucción del Monasterio, dio lugar, a que el pueblo 
          de Medina, diera pruebas, una vez más del amor que tiene 
          a "sus Clarisas", especialmente por medio de 
          un hijo de la Villa D. Agustín Alonso Galicia (q.e.p.d.) 
          A la sazón Concejal de obras del Excmº. Ayuntamiento, 
          quien olvidado de sus quehaceres laborales y casi sus deberes 
          familiares, se dedicó por entero a esta obra de Dios y 
          de Medina. Desde aquí nuestro agradecimiento perpetuo a 
          tan insigne bienhechor.
        La 
          obra tardó 15 meses en terminarse, gracias al esfuerzo 
          de D. Agustín, y al trabajo callado y sacrificado de las 
          Hermanas que habían quedado al frente de las mismas, y 
          mantener al mismo tiempo el culto de la iglesia, que no sufrió 
          dato en el siniestro.
        Cuando 
          el 4 de junio de 1.961, al volteo de las campanas parroquiales, 
          y del propio Monasterio, volvieron a entrar en sus casas las Clarisas 
          ausentes durante estos meses, la alegría y el júbilo 
          eran desbordantes, al que se unieron autoridades eclesiales, civiles 
          y pueblos en general, que quisieron unirse con las Hermanas, en 
          la celebración de tan magno acontecimiento.
        Otro 
          hecho importante que reseñar, es la celebración 
          que tuvo lugar en el Monasterio el 16 de abril de 1.969: La Comunidad 
          en un pleno profesaba la Regla de Santa Clarisa, aprobada por 
          el Papa Inocencio IV. Puede decirse que desde sus orígenes 
          la Comunidad profesaba la Regla de Urbano IV, pero como respuesta 
          a la Santa Iglesia, y como retorno a las fuentes, este día, 
          histórico para la Comunidad, profesamos esta primera Regla 
          de la Madre Santa Clara.
        En 
          el año de 1.971, se llevó a cano una primera obra 
          de restauración de la iglesia, adaptándola al mismo 
          tiempo a las nuevas normas litúrgicas, así mismo 
          se construyó un coro adosado al presbiterio, desde donde 
          se siguen mejor las funciones litúrgicas.
        Y 
          ya sin dejar casi las obras, el año de 1.975, dio comienzo 
          otra de más envergadura: La construcción de un nuevo 
          convento. El restaurado en 1.960, se deterioraba a ojos vista, 
          y era urgente tomar una solución, y el acuerdo a que llegó 
          la Comunidad, con su Abadesa, fue el de derribarlo y edificar 
          uno de nueva planta en el mismo solar del anterior. Fue una obra 
          laboriosa y costosa, para la cual contamos, como en la anterior, 
          con una Abadesa voluntariosa, Sor Inmaculada Rodríguez, 
          una Comunidad firme y un contratista lleno de ilusión, 
          D. Luis Núñez, que al ser la primera obra que por 
          su cuenta realizaba, la tomó con notable interés. 
          Hubo grandes dificultades, pero todas se superaron, y el día 
          17 de diciembre de 1.976, inauguramos el nuevo Monasterio.
        Como 
          el trabajo de confección fallaba, comenzamos a fabricar 
          algunos sencillos dulces que vendimos a las amistades, hasta que 
          nos decidimos en serio por el trabajo de repostería y comenzamos 
          a acudir al Monasterio de Porta Coeli (Dominicas de Valladolid) 
          para recibir las primeras nociones; unos meses después, 
          un afamado pastelero, poseedor de Medalla de Oro en el arte, D. 
          Felipe López (q.e.p.d.) se nos ofreció para enseñarnos 
          todo lo concerniente al oficio, aceptamos encantadas, y gracias 
          a él, no sólo nosotras sino varios conventos de 
          la Federación, y más allá, nos hemos visto 
          beneficiadas.
        De 
          nuevo en el año 1.990, encontramos a la Comunidad buscando 
          nuevas y duraderas formas de consolidad las paredes de la iglesia 
          monacal, y mediante una ayuda de la Conserjería de Fomento, 
          el 5 de febrero de 1.990 da comienzo este nuevo arreglo. La obra 
          fue dirigida por el arquitecto D. Andrés San José 
          y la realizó el constructor D. Jesús de Castro, 
          de esta villa.
        La 
          obra con sus múltiples contratiempos se terminó 
          en noviembre del mismo año, teniendo lugar la inauguración 
          y apertura el día 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada 
          Concepción.
        La 
          iglesia consta de dos cuerpos, por así decir, una Capilla 
          Mayor, que contiene el presbiterio, de estilo gótico-mudejar, 
          y la nave central de construcción posterior, posiblemente 
          siglo XVIII. Las paredes han quedado en ladrillo, conforme a su 
          construcción primitiva, y preside en la pared frontal, 
          en ardo de medio punto, un Cristo del siglo XIII al XIV, restaurado 
          en el año 1.986 por D. Francisco Santamaría. Este 
          Cristo estuvo en el coro de las Hermanas, y cuenta la tradición, 
          "que queriendo las religiosas fabricar capilla para su mayor 
          decencia y decoro, le volvieron el rostro a la iglesia para que 
          le venerasen los fieles, y volviendo por la mañana, le 
          hallaron otra ves vuelto al coro el rostro santísimo, como 
          antes estaba..." (Tomado del libro de Becerro).
        En 
          los arcos laterales de dicha Capilla Mayor, figuran unas imágenes 
          de la Inmaculada del siglo XVII en talla policromada, de notable 
          belleza, y en el lado posterior una imagen de Santa Clara.
        En 
          la actualidad la comunidad la componen 10 religiosas de votos 
          solemnes, y nuestra vida litúrgica gira en torno a la Eucaristía 
          y al canto de la Alabanza Divina.
        Desde 
          el año 1954 tenemos Exposición diurna del Santísimo 
          Sacramento todos los jueves y domingos del año, y a partir 
          del año 1.974 también la tenemos las fiestas de 
          la Santísima Virgen de los primeros viernes de mes, como 
          asimismo los días 18 en que celebramos el día vocacional.
        También 
          los días 19 de cada mes, tienen un carácter especial 
          en nuestra liturgia, al celebrar en él nuestro día 
          de oración por la Unidad de la Iglesia. Todas las contemplativas 
          de la Diócesis, formamos a lo largo del mes como un único 
          Monasterio, y así en cada uno de ellos, tenemos asignado 
          un día para pedir por la Unidad. Nosotras elevamos preces 
          especiales en Laudes y Vísperas, y la Santa Misa, si las 
          normas lo permiten, se celebra la votiva por la Unidad.
        El 
          rezo de la liturgia de las Horas, lo hacemos según las 
          normas de la O.G.L.H., cantando cada día en Laudes y Vísperas 
          las partes comunes. Los días en que el oficio es la fiesta 
          o solemnidad , lo solemnizamos más, cantando salmos y antífonas, 
          así como los himnos de las horas menores. resaltando de 
          una manera especial las celebraciones de los tiempos fuertes, 
          y las Fiestas Marianas.
        Nuestras 
          Eucaristía no son demasiado concurridas debido a la lejanía 
          del Monasterio, con respecto a la villa, pero sí acude 
          el suficiente número de personas, como para sentirnos nosotras 
          Iglesia, y ellas fortalecidas por esa fuerza que da la Liturgia 
          bien celebrada. Hay que hacer una excepción con el mes 
          de mayo, que ya por tradición, acuden personas de todas 
          las edades, y desde todos los puntos de la villa, para honrar 
          a la Virgen con ese sacrificio matutino. Durante todos los meses 
          la iglesia se queda pequeña para acoger a los devotos de 
          Nuestra Señora.
        Desde 
          hace cuatro años, también la gente que desea aprender 
          a orar, se acerca con gusto a nuestro Monasterio, donde una Hermana 
          dirige uno de los muchos "Talleres de Oración y 
            Vida" lanzados por el P. Ignacio Larrañaga.
        A 
          nivel comunitario, hacemos los Ejercicios Espirituales por espacio 
          de una semana, para lo cual nos gusta vernos acompañadas 
          por un P. Franciscano. Mensualmente celebramos el día de 
          Retiro o Desierto, donde las Hermanas a solas con su Dios, pasan 
          el día en total soledad, silencio y oración.
        El 
          triduo que en honor de nuestra madre Santa Clara se celebra cada 
          año, se ve cada vez más concurrido, buena muestra 
          de la devoción que a Santa Clara, y del amor que a las 
          Clarisas el pueblo entero siente, aunque nunca falta, quien la 
          subir al locutorio a saludar a la Comunidad y tomar un refresco, 
          eche de menos los cohetes y las hogueras, que, hasta hace unos 
          años, desde las vísperas, anunciaban a todo el contorno 
          que Santa Clara estaba cerca...y para terminar diremos que: Comunidad, 
          tan reducida actualmente, se ha distinguido siempre en tres puntos:
        1º 
          Especial predilección por parte de los Reyes. a parte de 
          los legados, juros, cartas, concesiones, etc., relatadas anteriormente, 
          existen en la Comunidad, Cálices donados por S.M. Alfonso 
          XII y por S.M. Alfonso XIII, y en un velo cuajado de lentejuelas 
          de la Reina Doña María Cristina.
        2º 
          Aguante y perseverancia en el sufrimiento, con una gran dosis 
          de fe en la voluntad de Dios.
        3º 
          Una gran capacidad de trabajo en las Hermanas, como expresión 
          de pobreza y medio de encuentro con Dios, unido a un especial 
          amor a Cristo Eucaristía, que es de donde dimana toda fuerza 
          interior.
        Dios 
          quiera, que estos trabajos, glorias y sufrimientos, nos vayan 
          ayudando a vivir cada día con más intensidad el 
          espíritu de Minoridad y Fraternidad, de Francisco y Clara, 
          a lo cual hemos sido llamadas a vivir en la Iglesia tratando siempre 
          de el "El trabajo no apague el espíritu de Oración 
            y Devoción al que todas las demás cosas deben servir".
        En 
          alabanza de Cristo y de su Santísima Madre. Amén.