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17-01-2020 - COMUNEROS El tiempo de la libertad

- Video realizado para la Fundación Villalar y la presentación de los actos de celebración del V centenario de la revolución comunera

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26-01-2020 - Nadie se acuerda de Bravo, Padilla y Maldonado

C.S.Rubio

Ejecución de los comuneros de Castilla
Ejecución de los Comuneros
Ejecución de los Comuneros

Esta primavera se cumplen 500 años del estallido de la revuelta comunera en Toledo. Ni la Junta de Comunidades ni las Cortes regionales tienen en estos momentos nada en agenda para celebrar esta efeméride, precedente de las revoluciones burguesas.

En la primavera de 1520 estallaba en Toledo la revuelta comunera, precedente de las revoluciones burguesas de finales del siglo XVIII y buena parte del XIX. Pese a ello, poco se habla de la Guerra de las Comunidades de Castilla 500 años después. El proyecto encabezado por las Cortes de Castilla y León para celebrar esta efeméride está paralizado tras la entrada de Ciudadanos en este Ejecutivo autonómico. Y en Castilla-La  Mancha, ni el Gobierno regional ni el parlamento autonómico tienen nada previsto en su agenda, tal y como reconocen ambas instituciones a La Tribuna.

Un olvido que para muchos no es casual. Y es que, la Guerra de las Comunidades sigue «en el centro de la polémica»,  como explica Fernando Martínez, profesor jubilado de Historia Moderna  de la UCLM y escritor. Desde el Romanticismo, «todos han tratado de manipular» el legado comunero para «llevarse el ascua a su sardina». En su opinión, «España sigue siendo un problema no resuelto» y esta revuelta comunera aún despierta sentimientos «viscerales» entre  los «defensores de la España centralista e imperial» y los partidarios de un país «más plural y liberal».

A algunos políticos este alzamiento contra el emperador Carlos  les suena hoy demasiado «nacionalista» y, por ello, «puede que no les parezca oportuno acordarse de él», lamenta Martínez. Más ahora, en plena efervescencia del llamado procés catalán.

Además, «la crisis ha hecho mucho daño a la cultura», denuncia  esta profesor universitario, que acaba de terminar la primera biografía sobre Juan de Padilla, el gran héroe comunero de Toledo, y está en busca de un editor que se apueste por ella.   «Este año está lleno de conmemoraciones, como el centenario de la muerte de Galdós, los 50 años de ‘Tristana’ o los 500 de la creación de la Universidad de Toledo, y tampoco se está haciendo nada al respecto, hay cierta desidia a la hora de celebrar la cultura».

A su juicio, falta «una política cultural coherente», especialmente a la hora de tratar hechos históricos como la Guerra de las Comunidades. Lamentablemente, «La gente no sabe más allá de los tópicos sobre Bravo, Padilla y Maldonado», pero «pocas veces en la historia de España la  ciudad de Toledo ha tenido tanto protagonismo como el que tuvo en la revuelta comunera». Es más, de haber triunfado, «España habría sido algo muy diferente de lo que es ahora».

De una opinión parecida es Pedro Manuel Soriano, responsable regional del Partido Castellano. Como denuncia a La Tribuna, ninguna institución está haciendo nada para celebrar este quinto  centenario de la Guerra de las Comunidades. «Da la impresión de que a los políticos no les interesa recordar movimientos populares» como el protagonizado por los comuneros, «y menos aún cuando se está siempre ensalzando la figura de Carlos I».

Desde las instituciones se trata esta Guerra de las Comunidades como una mera revuelta campesina,  critica Soriano, pero los comuneros «fueron los primeros que hablaron de libertad, de igualdad y de que el rey se tenía que someter a las Cortes». «Fue la primera revolución moderna de la historia, 200 años antes que la Francesa e inspiradora de la independencia de EEUU, apareciendo citada en algunas de sus leyes», según subraya.

Con todo, el próximo sábado el Partido Castellano volverá a encabezar el homenaje a María Pacheco en Toledo capital, esposa de Juan de Padilla y último bastión de la revuelta comunera. El único acto previsto, al menos de momento, vinculado con este 500 aniversario del inicio de la Guerra de las Comunidades en la región. «La sociedad civil es la única que está tirando del carro», asegura Soriano.

La Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha (cuyo nombre, por cierto, tiene claras reminiscencias comuneras) no está por la labor de apostar por esta conmemoración. En cuanto las Cortes regionales, el convenio firmado durante la pasada legislatura con los parlamentos de Castilla y León y Madrid para organizar este centenario, duerme hoy el sueño de los justos, si bien desde la institución se apunta cierto interés por «ponerse al día» con este asunto.

Lo cierto es que Castilla-La Mancha parece que ha delegado el peso de esta conmemoración en la vecina Castilla y León, una región que en estos momentos parece no estar tampoco muy dispuesta en celebrar los 500 años comuneros. Como explican fuentes consultadas, el PP nunca ha sido muy proclive a celebrar Villalar, «una fiesta que se ha vinculado siempre con la izquierda». Aunque, como insisten, en los últimos años esta cita se ha ido institucionalizando, perdiendo su carga política  y reivindicativa.

Además, el pacto de Gobierno entre PP y Ciudadanos en esta región ha puesto sobre la mesa de debate la viabilidad de la Fundación Villalar, vinculada a las Cortes castellanoleonesas y encargada de organizar los actos conmemorativos de esta efeméride. Su desaparición está dentro del acuerdo para «desmantelar la administración paralela», firmado el pasado mayo entre los ‘populares’ y el partido naranja. Una  iniciativa que tiene en su contra al PSOE y a buena parte de la sociedad civil vinculada a esta organización, especialmente los sindicatos.

Con todo, desde la comunidad vecina se insiste en que el ‘planning’ conmemorativo estará centrado en 2021, coincidiendo con los 500 años de la derrota de Villalar y la ejecución de Bravo, Padilla y Maldonado. De Toledo y el resto de Castilla, de momento nada de nada. Se verá.

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09-02-2020 - Segovia lleva a las Cortes regionales su proyecto sobre el V Centenario Comunero.

Luis Fuentes y Clara Luquero recalcan que debe ser una «plataforma nacional y global» para mirar al futuro desde la realidad de unas señas de identidad.

Ejecución de los comuneros de Castilla
Javier Maroto llega a la sede del PP junto a Paloma Sanz y José Sanz Vitorio. /
Javier Maroto llega a la sede del PP junto a Paloma Sanz y José Sanz Vitorio.

Las Cortes de Castilla y León prevén la presentación oficial de un proyecto global de la conmemoración del V Centenario de la Guerra de las Comunidades, cuya batalla principal se libró en Villalar de las Comuneros en 1521, en las vísperas del 23 de abril de este año, Día de la Comunidad Autónoma. Así lo manifestó el presidente de las Cortes, Luis Fuentes, después de reunirse con la alcaldesa de Segovia, Clara Luquero, que le presentó una «propuesta bellísima» de participación en este proyecto de una de las ciudades que tuvo más protagonismo en el levantamiento del movimiento comunero».

Fuentes se mostró «encantado y muy ilusionado» de recoger la propuesta de Luquero para esta conmemoración histórica, sobre la que ambos recalcaron que debe ser una «plataforma nacional y global» para mirar al futuro desde la realidad de unas señas de identidad.«La propuesta de Segovia encaja perfectamente» en el programa», resumió el presidente de las Cortes, mientras que la alcaldesa de Segovia explicó que es un proyecto con el que se pretende «sembrar», que no es un «juego de artificios» y que es «de comunidad», informa Ical.

Guiño a Medina

Va a ser una celebración «nuestra y con protagonistas segovianos, pero con una repercusión posiblemente nacional», comentó recientemente la concejala de Cultura, Gina Aguiar. En el programa de Segovia habrá «un guiño» hacia Medina del Campo, que este año celebra el quinto centenario de la Quema de Medina, que el 21 de agosto de 1520 «se inmoló por Segovia» (cuando las tropas de Carlos V al mando de Rodrigo Ronquillo y Antonio de Fonseca ordenaron incendiar la villa en represalia por el intento de los medinenses de evitar que emplearan sus cañones contra los segovianos ).

Aguiar afirmó que en esta conmemoración no habrá desfiles ni recreaciones históricas. Será una celebración cultural, «identitaria, muy de reivindicar el espíritu revolucionario segoviano», en el sentido de que se vea «la fuerza creativa» de la ciudad y «muy potente», para que sea importante para Segovia y que a la vez pueda «trascender y dar visibilidad a ese evento que es nuestro».

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09-02-2020 - La Fundación Villalar borrará toda referencia comunera e identitaria.

Se llamará Fundación Castilla y León, amplía el abanico de actuación eliminando de sus fines el promover el sentimiento de pertenencia a la comunidad y desaloja al alcalde villalarino de la Vicepresidencia del patronato

SUSANA ESCRIBANO

Ejecución de los comuneros de Castilla
Celebración del día de la comunidad en Villalar de los Comuneros. /
Celebración del día de la comunidad en Villalar de los Comuneros.

La Fundación Villalar-Castilla y León pierde el nombre por el que se la conoce, el de Villalar, y pasará a llamarse Fundación Castilla y León. Al mismo tiempo, dará carpetazo a los dos fines que cimentaron su nacimiento: la promoción del sentimiento de pertenencia a la comunidad y hacer de Villalar de los Comuneros una localidad depositaria de los símbolos de Castilla y León.

El patronato de la institución se ha reunido para abordar las propuestas para reorientar su futuro, tras el debate que abrió hace unos meses el presidente de la Fundación y de las Cortes, Luis Fuentes, cuando anunció en un acto en León su intención de suprimirla, disolución descartada después por la mayoría de los patronos. El nuevo nombre, Fundación Castilla y León, atiende una sugerencia del sindicato UGT.

El proceso de borrado de cualquier referencia a la villa comunera incluye el desalojo del alcalde villalarino de la vicepresidencia de la Fundación. Pasará a ser patrono y encabezarán ese patronato el presidente y un vicepresidente de las Cortes, que serán primer y segundo responsable de la Fundación Castilla y León. Queda así desestimada una de las propuestas presentadas al proceso de refundación de la institución que abría la puerta, para «huir de posicionamientos personalistas», a que la presidencia recayera en una persona de prestigio, con respaldo de las Cortes, pero no en quien preside la Cámara.

Luis Alonso Laguna: «Esperemos que el cajón de sastre no sea de desastre»

El alcalde de la villa, Luis Alonso Laguna, comunera lamentó el «totum revolutum» hacia el que camina la Fundación y calificó de «torpeza» socavar el simbolismo que «los verdaderos liberales» han dado desde el siglo XVIII a la revuelta comunera y a Villalar. No fue un día agradecido, el de ayer, para el regidor, al que los argumentos esgrimidos le sonaron «a disculpa» para arremeter contra el origen de la Fundación. «Si dicen que no se han cumplido los fines para los que se creó, no tiene sentido cambiarlos por algo tan amplio que lo lógico es que hagan las consejerías de la Junta», defendió. «Es insólito lo que se pretende hacer. Se ha convertido en un cajón de sastre, esperemos que no sea de desastre», expresó Alonso Laguna.

Tras desaparecer Villalar del nombre de la Fundación, el alcalde ha reconocido que hay «movimientos para crear otra fundación» que lo lleve, que «no le gustaría que se creara»; y que puede estar promovida por la sociedad civil como en su día ocurrió con el Instituto Regional de Castilla y León, impulsor de la fiesta popular de Villalar en la etapa preautonómica.

La entidad, que depende del parlamento autonómico, sepulta esos fines identitarios con los que nació y abre su actividad a un abanico muy amplio en el ámbito de la cultura, la educación, la promoción del talento, del patrimonio histórico, artístico y natural, el parlamentarismo, el diálogo social y hasta «el reto demográfico», el conocimiento y la innovación, según han avanzado varios de los patronos que asistieron a la reunión. Al amplio patronato se sumarán dos miembros más de las organizaciones agrarias y se valora incorporar a algún representante del «tercer sector». Posiblemente de Cermi.

La Fundación Castilla y León tendrá como cometido, según ha destacado Luis Fuentes, «contribuir a la consolidación y el desarrollo de la convivencia democrática y el progreso social en Castilla y León mediante la promoción, la defensa, el conocimiento y la difusión de los valores en los que se asienta». El PSOE ha valorado la inclusión de la lucha contra la despoblación entre los fines de la Fundación y «las actividades deportivas como un elemento del fomento de pertenencia a la comunidad». Todos los cambios deberán plasmarse en una reforma de los estatutos de la entidad.

Cs: «Lo que era, no nos gustaba»

Miguel Ángel González, procurador de Cs y representante del partido en el patronato, ha recordado, a la salida de la reunión, que «la posición desde la pasada legislatura era cerrar la Fundación». El dirigente de la formación naranja ha subrayado que «lo que era, no nos gustaba, otra cosa es si los fines cambian y no hay simbología ni cuestiones identitarias que nos rechinan por las similitudes que guardan con lo que promueve el nacionalismo en otras comunidades, aunque aquí el decorado no sea el mismo».

«No hay nada contra Villalar, lo que se pretende es revitalizar la Fundación y que esté orientada más al futuro y no tanto al pasado», ha explicado Salvador Cruz, procurador del PP y representante de esta formación ayer.

Los patronos consultados coincidieron en que no se abordó en el encuentro, que fue «distendido», la propuesta de CC OO de valorar trasladar al 25 de febrero, aniversario del Estatuto de Autonomía, la entrega de los Premios Castilla y León que se hace en víspera del 23 de abril, para separar los discursos de la fiesta popular de Villalar, y sumar una celebración con la que se identifique el leonesismo. En este momento, la Fundación Villalar trabaja en el programa festivo del próximo 23 de abril, en la villa.

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26-02-2020 - Miguel Ángel Herrero – Revueltas comuneras.

Miguel Ángel Herrero – Revueltas comuneras.
Miguel Ángel Herrero – Revueltas comuneras.

El pasado 19 febrero, la alcaldesa Luquero hacía pública la decisión del gobierno municipal de celebrar el V centenario de la revuelta comunera de 1520. El proyecto segoviano se integraría dentro del organizado por la Fundación Villalar, cuyo objetivo será recordar una página de la historia de España escrita en la Castilla del siglo XVI.

Los historiadores discuten sobre la valoración de las revueltas comuneras. Uno de los mayores expertos en la materia, el hispano-francés Joseph Pérez entiende la subversión comunera como un intento de oponerse al absolutismo monárquico. Según J. L. Comellas concurren cuatro factores. 1) El descontento general por la presencia en España de un rey extranjero y sus acompañantes nada respetuosos con las costumbres locales. 2) Una oposición frontal a una política extraña a los fueros tradicionales. 3) Una fuerte reacción contra la injerencia en el gobierno local. 4) Un factor social decisivo que se manifestó en luchas entre grupos con intereses contrapuestos.

En aquellos días, después del reinado de Isabel de Castilla, existía un malestar general en la población que cristalizó en agrupaciones comuneras. El 29 de julio de 1520, en pleno verano, se constituyó la Santa Junta. En ella estaban representadas: Ávila, Burgos, Ciudad Rodrigo, Cuenca, Guadalajara, Madrid, Murcia, León, Salamanca, Segovia, Soria, Toledo, Valladolid y Zamora. Las acciones comuneras fueron rechazadas por las tropas reales que atacaron Segovia (uno de los núcleos urbanos más industriales de Castilla). La ciudad se defendió con tenaz resistencia contra las fuerzas mandadas por el alcalde Ronquillo, las cuales se vieron obligadas a proveerse de recursos artilleros en Medina del Campo. Los medineses resistieron heroicamente y en la batalla se produjo un pavoroso incendio, que destruyó parte de uno de los centros mercantiles más famosos de Europa. Se enardecieron los ánimos comuneros reforzados por más combatientes que se sumaron al movimiento rebelde. En Tordesillas pretendieron sin éxito el apoyo de la reina doña Juana. El intento fallido por convencer a la madre del rey Carlos, contra el que luchaban, fue una señal de su debilidad. No contaron con el respaldo de la nobleza, que se declaró a favor del rey.

Mientras tanto, en los Países Bajos, el joven monarca era puntualmente informado de cuanto ocurría en el reino castellano. Al hacerse cargo de la situación, rectificó y nombró un Consejo de regencia formado por mayoría de españoles. Entre ellos, el condestable de Castilla, don Iñigo de Velasco y el almirante don Fadrique Enríquez. Se ganó así a la nobleza, que desde ese momento se puso abiertamente a favor del monarca.

A partir de entonces, la guerra comunera estaba prácticamente decidida. Si bien, Padilla obtuvo un triunfo efímero con la toma de Torrelobatón, la Junta estaba dividida y crecía el descontento popular. En contra de lo previsto, los campesinos no se levantaron contra los nobles, pues sus intereses tenían poco que ver con los de la burguesía gremial, que controlaba la dirección del movimiento comunero. El 23 de abril de 1521, con escaso apoyo popular, se llegó a la confrontación definitiva en Villalar. En realidad, la batalla no pasó de ser una escaramuza. Las milicias concejiles que mandaba Padilla se negaron a combatir y bastó una carga de caballería para que se dispersaran o se pasaran al bando real. En el momento crucial los tres jefes de la hueste comunera, Padilla, Bravo y Maldonado, se encontraron literalmente solos. En el mismo pueblo de Villalar fueron condenados a una muerte que afrontaron con gran dignidad. Lo que comenzó como un movimiento amenazador perdió fuerza y razones; un estallido de cólera que duró seis meses. Al año siguiente, en 1522 el regreso del rey apagó los rescoldos del fugaz incendio y publicó una amnistía. En las listas de los doscientos cabecillas rebeldes abundan apellidos judíos (burgueses conversos), miembros del patriciado urbano y de la alta burguesía, que revelan el carácter de la revolución.

Fue una página particularmente radicada en la historia de Castilla, que ha inspirado la composición magistral del Nuevo Mester de Juglaría. Pero sería muy lamentable que, una vez más, los políticos (siempre “ejecutores” del presupuesto que administran), quisieran utilizarla, o sea corromperla, buscando un rédito partidista. Como tantos otros, los acontecimientos del reinado de Isabel y Fernando, de Carlos I o de Felipe II son inseparables de las tierras castellanas (no sólo de la meseta central). Y tiene mucho interés que aquellos acontecimientos de 1520 sean estudiados y recordados desde el ámbito académico y tratados con la seriedad que merecen. Aquellas reivindicaciones comuneras son expresión de la dignidad personal y de la noble lucha por la libertad, frente a la imposición despótica del poder.

Es de temer que su memoria sufra los embates de la ideología que propugna el socialismo de la “memoria histórica”, concebido para segregar. Es sospechoso que en el programa socialista de las últimas elecciones municipales se pretenda reivindicar “nuestra identidad castellana”. El proyecto socialista de definir identidades tiene el tufo que desprenden los nacionalistas periféricos a los que Sánchez alimenta a costa del resto de la regiones que cumplen y sin embargo sufren las embestidas del poder gubernamental socialcomunista. El que ha traspasado la gestión de la Seguridad Social al PNV, financiada por todos. El que se niega a pagar las deudas del IVA. El que maltrata a los gobiernos autonómicos de la oposición. El que se sienta a negociar con los independentistas de ERC, degradando al Estado español ante los cerriles profesionales del chantaje. La mayor ignominia de la historia reciente. Para encontrar algo parecido habría que pensar en los desmanes de los líderes socialistas de la segunda república.

¿Quién puede arrogarse el derecho a asignar una identidad que se ha forjado a lo largo de cinco siglos? La que engrandeció un Andrés Laguna (“segoviensis”), humanista, consejero y médico de Carlos I, que contribuyó junto con tantos otros personajes como Beatriz Galindo a conformar una gran nación; amenazada ahora por la deslealtad y la ambición de los mediocres. Políticas y políticos aparte, la esencia perdurable de la revuelta comunera nos brinda hoy una gran lección de coraje y determinación para unirse en defensa de la Constitución, junto a la Corona. La misma que ha traído el período de mayor estabilidad política y social de nuestra historia.

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02-03-2020 - Los Comuneros: 500 Aniversario de la Revolución en Guadalajara.

Ejecución de los comuneros de Castilla
Ejecución de los comuneros de Castilla, del romántico Antonio Gisbert (1860, Palacio de las Cortes).
Ejecución de los comuneros de Castilla, del romántico Antonio Gisbert (1860, Palacio de las Cortes).

La revolución comunera, o Guerra de las Comunidades (1520-1522) se puede considerar como la primera revolución moderna de la historia. Lejos de ser una mera revuelta bajomedieval, tal y como algunos añejos historiadores han declarado, la revolución de los comuneros supuso la introducción de una serie de ideas políticas de clara vocación democrática, muy avanzadas a su tiempo, que se oponían a la idea del poder absoluto del rey, emanado directamente de Dios, y que defendían que los ciudadanos (el “común” como se le llamaba en la época) debían ser dueños de su destino, y no meros sirvientes del gobernante.

La revolución comunera tuvo su origen en la Castilla posterior a los Reyes Católicos, cuando la ausencia de un poder central fuerte dio lugar a una situación de absoluta inestabilidad. Castilla, sumida en disturbios provocados por quienes ansiaban el poder, buscaba un rey respetado que le hiciera recobrar la unidad. Tales esperanzas se depositaron en la figura de Carlos V, hijo de la inestable reina Juana, a quien no dejaban gobernar por una supuesta locura, y nieto de los Reyes Católicos.

La llegada del nuevo rey en 1517 a Castilla no pudo ser más decepcionante para los castellanos. Era un extranjero que no hablaba el idioma del reino, que desconocía la realidad de sus gentes, y que basaba sus decisiones en un grupo de avariciosos consejeros flamencos, que pronto coparon los puestos de poder, enriqueciéndose a costa de los recursos del país, y relegando a los castellanos a un papel secundario en la gestión de sus propios asuntos. No solo eso: además sus intereses estaban fuera de España, concretamente en la defensa de los territorios que el rey había heredado en Europa, y en la corona imperial que quedó vacante en 1519 y que tanto ansiaba.

Para conseguir la ansiada corona Carlos V necesitaba mucho dinero, pues los sobornos a los alemanes eran imprescindibles en esta empresa. Con este fin convocó cortes en Santiago de Compostela en marzo de 1520 para que se votara el pago por parte de las ciudades castellanas de un impuesto especial que se destinaría a sufragar su campaña europea por el trono imperial. Allí, los procuradores votaron en contra de la petición real, al ser una asunto totalmente ajeno a los castellanos. Sin embargo, en una nueva convocatoria ese mismo año, en la ciudad de La Coruña, Carlos V volvió a intentarlo, recurriendo esta vez a sobornos, intimidación y engaños, que se mostraron muy efectivos para lograr su objetivo. Con el dinero asegurado, que embarcó fuera de España dejando a otro flamenco, el cardenal Adriano, como regente en Castilla.

Guadalajara era una de las ciudades castellanas con voto en cortes. Con ocasión de la convocatoria de las cortes de Santiago, la ciudad de Toledo había pedido a las restantes que se abstuvieran de otorgar ningún dinero a Carlos V si éste no se comprometía a no abandonar Castilla y a comportarse con un rey únicamente castellano. Guadalajara decidió seguir la petición de los toledanos, e instruyó a sus procuradores, Luis y Diego Guzmán, para que votaran en contra del servicio solicitado por el futuro emperador. Sin embargo, en las cortes de la Coruña, y sea por la razón que fuere (presiones o sobornos, presumiblemente), acabaron votando a favor de la petición de Carlos V, traicionando así el mandato dado por la ciudad.

No fueron los únicos traidores, como se ha mencionado, pues la mayoría de los procuradores de las otras ciudades accedieron al deseo del rey, lo que causó la indignación en toda Castilla, que se alzó en insumisión contra el rey extranjero, y especialmente contra el regente, el cardenal Adriano. Cuando se supo en Guadalajara la traición de sus representantes, los ánimos de los vecinos se exaltaron y se “alzaron en comunidad”es decir, se declararon en rebeldía tratando de deponer a los representantes reales para instaurar un gobierno de tipo popular (un gobierno del “común de las gentes”, como se decía en la época, de ahí la palabra comunero). El líder de los rebeldes alcarreños fue el doctor Francisco de Medina, hombre de gran cultura y nivel intelectual, muy cercano al duque del Infantado, y especialmente a su hijo, el joven conde de Saldaña.

El doctor Medina realizó, según la tradición, un discurso a la puerta de San Gil (de la que se conserva apenas su ábside en la actual plaza del Concejo) acompañado por el hijo del duque, arengando a los vecinos a rebelarse contra el rey, lo que supuso el comienzo de la insurrección en la ciudad. El duque del Infantado, viendo el cariz que tomaba la situación, decidió ordenar a su hijo, potencial capitán de los comuneros, que abandonara Guadalajara junto a su esposa y sus criados, pero la marcha del conde de Saldaña no sirvió más que para acelerar los acontecimientos: el 5 de junio de 1520 se reúnen de nuevo en San Gil los comuneros, esta vez con representantes de las aldeas dependientes de la ciudad, y se dirigen al palacio del Infantado, irrumpiendo en sus estancias y exigiendo hablar con el duque. No estaba con ellos el doctor Medina, por motivos que se desconocen, siendo los líderes del tumulto el carpintero Pedro de Coca y el albañil Diego de Medina. El duque trató de convencer a los rebeldes de la conveniencia de estar junto al rey, pero sus intentos fueron en vano, y acabó expulsándoles de su palacio, lo que exaltó aun más los ánimos de los vecinos.

Los comuneros nombraron capitanes a los mencionados Pedro de Coca y Diego de Medina, así como a un buñolero llamado o apodado Gigante. El día anterior habían despojado a los alcaldes y alguaciles de sus cargos, y tras la discusión con el duque tomaron el alcázar buscando a los procuradores traidores, de los que se sospechaba estaban escondidos en algún sitio de la ciudad. Al no encontrarles, saquearon sus casas, las echaron abajo, y sembraron los solares con sal.

El duque tardó un tiempo en reaccionar, pero cuando pudo reunir hombres suficientes, se enfrentó contra los rebeldes apresando a sus líderes. El capitán Pedro de Coca fue ahorcado, y su cadáver quedó expuesto varios días a la vista de todos. Los comuneros, temerosos del poder del duque, que hasta ahora no había intervenido de forma enérgica, devolvieron el alcázar y los cargos a los anteriores alcaldes y alguaciles. Parece ser, no obstante, que los comuneros y el duque llegaron a negociar la pacificación de la ciudad, pues el Mendoza trató de lograr el perdón de los rebeldes ante el rey, y de que se eximiera a la ciudad del pago del servicio acordado en las cortes de La Coruña.

La actitud del duque del Infantado, en cierta manera condescendiente con los comuneros (hasta que la situación se hizo ingobernable), es un ejemplo del papel de la nobleza castellana en esta rebelión. Los “Grandes” no quisieron decantarse claramente por uno de los bandos hasta saber las posibilidades de victoria de cada uno, y sólo se acercaron al rey cuando vieron que los comuneros creaban un programa político que les perjudicaba claramente por su componente antiseñorial. No solamente el duque permitió cierto grado de acción a los rebeldes en la ciudad (que no era suya por derecho, pues no era una ciudad de señorío, pero sí de hecho), sino que cabe sospechar cierto acuerdo con su hijo, supuestamente comunero, de tal manera que ganara quien ganara la guerra, los Mendoza alcarreños se aseguraban su futuro político, pudiendo una vez finalizada la guerra perdonar el padre al hijo, o el hijo al padre, según quien fuera el bando vencedor. En otras palabras: parece que los Mendoza jugaron con dos barajas, y aunque los representantes de Carlos V siempre sospecharon de ellos, nunca pudieron probar este extremo.

Así, tras estos hechos, Guadalajara quedó pacificada, pero el movimiento comunero continuó, con baja intensidad, bajo el control soterrado del duque, formalmente leal al emperador. La aportación militar de Guadalajara a los comuneros quedó, sin embargo, prácticamente anulada.

Mientras estos sucesos tenían lugar en Guadalajara, otras ciudades conseguían mantener muy viva la llama de la insurrección, liderada especialmente por Toledo y Segovia (capitaneada por el atencino Juan Bravo). Los comuneros pedían que el rey quedara al servicio del reino, dedicando el dinero de sus súbditos no a sus empresas europeas, sino al bienestar de los castellanos, y por supuesto que los cargos de gobierno recayeran sólo sobre los propios castellanos, y no sobre extranjeros. Castilla no quería ser parte de un imperio que le era ajeno, y que sabía que debería mantener con los impuestos exigidos por el rey, que serían gastados en guerras lejanas en las que no tenían nada que ganar. Hay que incidir en lo novedoso del planteamiento comunero, que pone a los ciudadanos, al “común”, por encima del rey, que pasa a estar al servicio de la población. Un planteamiento rupturista en la Europa feudal, que demuestra lo avanzado de la sociedad civil castellana del siglo XVI (hasta la Revolución Francesa no se volverán a promulgar ideas semejantes), y que contrasta con la belicosa monarquía hispánica de los Austria, surgida con fuerza tras la derrota de los comuneros, y que acabaría empobreciendo al país con infructuosas guerras ajenas a sus intereses en diversos rincones de Europa.

Pero retomemos los hechos: mientras los planteamientos políticos de los comuneros iban madurando, la guerra seguía su curso, siendo especialmente virulenta a partir del incendio de Medina del Campo el 21 de agosto de 1520 por parte de los realistas, que hizo que muchos indecisos abrazasen la causa comunera. Los rebeldes convocaron la Santa Junta, máximo órgano de decisión de las ciudades alzadas, comenzando por tanto a organizarse de forma que de la sublevación espontánea se pasaba a la guerra de posiciones. La situación se tornaba tan extrema que el propio Adriano pidió auxilio al emperador, temiendo perder la guerra. Carlos V realizó entonces un movimiento acertado: nombró al Almirante y al Condestable de Castilla gobernadores del reino, atrayendo así a la alta nobleza a su bando. Además, realizó algunas concesiones, tratando de ganarse a los más moderados y aislando a los más radicales. Mientras tanto, Guadalajara quedaba al margen de los hechos bélicos: ni el duque tuvo tareas de gobierno en el reino, ni los comuneros alcarreños tuvieron una participación destacada en las milicias comuneras.

Tras el nombramiento del Almirante y el Condestable como gobernadores, el bando realista convocó a todas las ciudades con voto en cortes en Medina del Campo, tratando de reconducir la situación. Guadalajara envíó como procuradores a Juan de Urbina, Diego Esquivel,  y nada menos que al doctor Francisco de Medina, iniciador de la revuelta comunera local. No cabe duda que el duque había participado, o al menos consentido, el nombramiento de estas tres personas, lo que prueba su actitud contemporizadora con los rebeldes, a la par que se mantenía, al menos formalmente, leal al emperador. Los procuradores arriacenses marcharon hacia Medina, pero no dudaron en desviar su marcha hacia Tordesillas, para unirse a los comuneros, representando así a Guadalajara en las deliberaciones de los rebeldes desde septiembre de 1520.

Los últimos meses de 1520 y primeros de 1521 la situación comenzó a cambiar, y el apoyo de parte de la alta nobleza a la causa imperial, así como las disputas internas en el bando comunero, hicieron que la balanza se fuera decantando hacia Carlos V. El propio duque del Infantado acabó por apoyar abiertamente al rey, aun manteniendo un cierto contacto secreto con los comuneros, sin duda viendo que la victoria imperial estaba cada vez más cercana, lo que quedó muy claro cuando las tropas imperiales consiguieron arrebatar Tordesillas a los comuneros el 5 de diciembre, ciudad donde estaba recluida la reina madre Juana, única posibilidad de legitimación monárquica de su causa. Este apoyo del Mendoza (llegó a dar autorización para que se reclutaran 20.000 soldados en sus señoríos, aunque pagados por el rey) se debía además al deseo que tenía de que su hijo Martín “el gitano” (bastardo nacido de sus amores con una gitana), arcediano de Guadalajara, accediera a la sede arzobispal de Toledo. La sede toledana era también pretendida por el capitán comunero Antonio de Acuña, a la sazón obispo de Zamora, quien se había hecho con el control de la ciudad, tomado Alcalá de Henares en marzo de 1521 y sembrado el caos en varias poblaciones de Castilla la Nueva. Era preciso, por tanto, que los comuneros perdieran para que un Mendoza volviera a ser arzobispo de Toledo.

El consejo de regencia leal a Carlos V pidió al duque que interviniera contra Acuña, pues era uno de los pocos poderosos que podía parar a los comuneros en esta zona del reino. El duque no esquivó la petición, y se dispuso a prepararse para la guerra contra el zamorano, aunque lo cierto es que lo hizo sin mucha prisa, y solo tomó Alcalá de Henares cuando la causa comunera había sido derrotada en Villalar el 23 de abril de 1521, y sus capitanes, Padilla, Bravo y Maldonado, ajusticiados al día siguiente. Es posible que existiera un pacto no escrito entre Acuña y el Mendoza, de forma que no hubiera un enfrentamiento abierto entre ellos. Eso explicaría el respeto del comunero por las tierras del duque, y la tardía reacción del alcarreño ante las peticiones de los regentes de tomar Alcalá de Henares.

Tras Villalar, únicamente Toledo resistió a Carlos V, en parte gracias al imprevisto ataque francés en Navarra que obligó a las tropas de Carlos V a reaccionar para defenderse. No obstante, Toledo estaba aislada, y tuvo que acabar capitulando el 3 de febrero de 1522, después de una heroica resistencia bajo el mando de María Pacheco, viuda de Padilla. El emperador, decidido a pacificar el reino, emitió un perdón general que sólo excluyó a los cabecillas de la revolución, cuatro personas en el caso de Guadalajara, entre ellos el doctor alcarreño Francisco de Medina, que tuvo que exiliarse a Portugal durante unos años. Guadalajara, al haber contribuido en menor proporción al levantamiento, fue tratada con cierta benevolencia, posiblemente también gracias a la mediación del duque del Infantado. No obstante, eso no impidió que los guadalajareños recibiéramos un regalo un tanto humillante: un enorme escudo del emperador Carlos labrado en piedra, que debía ser exhibido en la puerta del Mercado (actual plaza de Santo Domingo) para recordar a todos quien mandaba en el reino.

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22-04-2020 - La Ley Perpetua de Ávila o el sueño de una Constitución comunera

La Crónica de Salamanca

Ejecución de los comuneros de Castilla
Ricardo Muñoz / ICAL. Sacristía de la catedral del Salvador de Ávila, donde se reunieron los Comuneros
Ricardo Muñoz / ICAL. Sacristía de la catedral del Salvador de Ávila, donde se reunieron los Comuneros

Una sacristía, la de la catedral de Ávila, fue el escenario en el que se fraguó hace 500 años uno de los documentos más revolucionarios en el pensamiento político de la época. Lo era porque proponía un nuevo sistema, contrario a lo que hasta el momento la corriente europea dominante consideraba el orden natural de las cosas inspirado directamente por Dios. Este texto, que nunca entró en vigor, proponía ¡en 1520! que no era el Rey quien debía mandar sobre el Reino, sino que éste era quien disponía lo que el Monarca podía o no podía hacer. Tan ‘subversivo’ programa no podía acabar de otra manera que con la cabeza de sus promotores en la picota de Villalar.

Por: L. M. Torres / ICAL

El documento en cuestión es la Ley Perpetua de la Junta de Ávila, un escrito que recoge con dureza el proyecto político del movimiento comunero y que nació con vocación de perdurar a través de los siglos, para poner límites al poder real trasladando a una asamblea representativa de las ciudades las decisiones de Gobierno, según explica a Ical el profesor de Derecho de la Universidad Complutense, Ramón Peralta.

Este proyecto es considerado por diversos autores como Joseph Pérez, José María Maravall, Consuelo Martínez y Ramón Peralta un precedente constitucional, una proto-constitución o una verdadera carta constitucional, aunque el concepto no se crease hasta el siglo XVIII.

Su importancia como texto político es de tal envergadura que llegó a oídos de los padres de la Constitución Americana, 267 años después, y el precedente fue utilizado en los debates de la convención de Filadelfia. “Es, sin duda, el documento de transición más avezado de Europa Occidental en ese momento; ni en Francia, ni en Inglaterra ni, por supuesto, en el centro y este de Europa se planteaba algo parecido”, dice Ramón Peralta, profesor de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid y autor de ‘La Ley Perpetua de la Junta de Ávila (1520). Fundamentos de la democracia castellana’.

Ejecución de los comuneros de Castilla
ICAL . Una página del documento de la Junta de Ávila en 1520 que se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Ávila (Fondos del Ayuntamiento. Actas Consistoriales, Libro 4, Folio 65. De 5 de junio de 1520)
ICAL . Una página del documento de la Junta de Ávila en 1520 que se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Ávila (Fondos del Ayuntamiento. Actas Consistoriales, Libro 4, Folio 65. De 5 de junio de 1520)

La Ley Perpetua de 1520, dice el profesor, expresa los elementos propios de una constitución política castellana formalizados en un texto aprobado por los representantes de las principales ciudades de la Castilla nuclear. El texto fue redactado y aprobado en una Junta Extraordinaria, es decir, sin una convocatoria previa del Rey que se instituyó a modo de Cortes Constituyentes y, como en las modernas Cartas Magnas, deja claro que su contenido se impone al Monarca y que la vocación de esta ley es que no pueda ser modificada ni por las Cortes ordinarias ni por el propio Rey. De este modo, solo un nuevo proceso constituyente podría reformar su contenido.

Peralta no quiere hablar de una revolución por las connotaciones de esa palabra en el siglo XXI ya que “el comunero en nada fue un movimiento republicano o que buscaba la toma del poder por los desposeídos, sino más bien conservador y basado en la idea castellana de jerarquía y libertad’. Sin embargo este programa político tiene aspectos revolucionarios en cuanto que diseña un orden tan moderno que en muchos países solo pudo desarrollarse en el siglo XIX o, incluso en el XX: total autonomía de las Cortes como asamblea representativa de los estamentos y de las ciudades, a la que se dotaba de capacidad de co-gobierno con el Rey; fijación de las funciones y el modo de elección de los procuradores; independencia de los jueces; garantías judiciales en favor de la libertad y los derechos de los ciudadanos; criterios de mérito en la provisión de puestos en la Administración, controles en el desempeño de estos oficios y abolición de las prebendas; amplia autonomía municipal en favor de Concejos elegidos por los propios vecinos; el establecimiento de una Hacienda Pública y un orden económico en beneficio del desarrollo material del reino, de su producción y su comercio y regulación de los derechos de ciudadanía, entre otros.

Ejecución de los comuneros de Castilla
ICAL . Lienzo ‘Demencia de doña Juana de Castilla’, de Lorenzo Vallés (1866), en el Museo del Prado
ICAL . Lienzo ‘Demencia de doña Juana de Castilla’, de Lorenzo Vallés (1866), en el Museo del Prado

De este modo, el movimiento comunero que ha sido siempre visto como una revuelta de carácter fiscal, fundamentada en el rechazo a la llegada de un rey extranjero, a sus cargas impositivas y a su Corte repleta de nobles ávidos de riqueza, se hace mayor de edad y propugna también una reflexión sobre el Estado y sus fines.

Todo ello fue posible por un contexto de toma de conciencia de la burguesía local y de pujanza de las ciudades castellanas que podían considerarse a principios del siglo XVI como las sociedades más prósperas de Europa gracias al comercio. Solo un dato: la feria de Medina marcaba el precio de los principales productos de consumo en Occidente, a modo del Wall Street de la época.

“Democracia castellana”

Las ideas comuneras, explica Peralta, no surgen de la nada. Sus promotores eran personas con conocimientos y medios y beben de conceptos teóricos ya extendidos en ambientes castellanos, como son las ideas de Alonso de Madrigal sobre las relaciones entre el pueblo y los reyes y los derechos de los súbditos, pero también de una larga tradición de “democracia castellana” de raíz municipal que se remonta a la época de la repoblación y en la que los colonos, pequeños propietarios, eligen en comunidad al concejo y toman decisiones sobre sus vidas. “Esa identidad muy extendida en Castilla ha ido rebrotando y reprimiéndose a lo largo de la historia”, comenta el profesor, quien encuentra una conexión entre las Cortes de Cádiz y lo que califica como “precedente constitucional hispánico”

La Ley Perpetua nació en el verano de 1520 de los debates en Ávila de la Santa Junta, que fue el máximo órgano dirigente de la revuelta comunera. Después de que los procuradores enviados a Santiago y La Coruña por las ciudades castellanas se doblegasen a las presiones de Carlos V para sufragar sus ambiciones imperiales en contra del mandato de sus paisanos, en los meses de mayo y junio se suceden las revueltas en diferentes lugares, que fueron confrontadas por las tropas del Monarca.

En junio de ese año comienza a esbozarse ya la formación de un órgano político que pudiese liderar a los rebeldes e imponer al futuro emperador sus reformas. Toledo invitó al resto de ciudades a reunirse en Segovia para plantear sus reivindicaciones, pero finalmente es en Ávila donde acuden representantes de Toledo, Segovia, Salamanca, Toro, Zamora y los propios abulenses, si bien los zamoranos lo abandonaron pronto y los anfitriones vieron revocado su mandato, aunque ellos continuaron los trabajos por voluntad propia. Las sesiones se celebraron en la sacristía de la catedral.

Ejecución de los comuneros de Castilla
ICAL. Boceto de Eugenio Oliva para el fresco ‘Los comuneros visitando a doña Juana’, pintado en la Diputación Provincial de Palencia y desaparecido en un incendio en 1966.
ICAL. Boceto de Eugenio Oliva para el fresco ‘Los comuneros visitando a doña Juana’, pintado en la Diputación Provincial de Palencia y desaparecido en un incendio en 1966.

No parecían muchos, pero un mayúsculo error del cardenal Adriano de Utrech, ordenando incendiar en agosto Medina del Campodecantó hacia los comuneros a ciudades que en un primer momento se mostraron tibias, entre ellas León y Valladolid. En agosto, la Santa Junta emprendió camino a Tordesillas. Se reunieron varios días en la iglesia de San Martín de Medina del Campo y finalmente arribaron a la ciudad del Duero con ánimo de acabar sus trabajos y presentárselos a la firma a la reina propietaria, doña Juana I.

Allí se concentraron representantes de 13 de las 18 ciudades con derecho a voto en las Cortes (Ávila, Burgos, Toledo, Salamanca, León, Toro, Zamora, Valladolid, Soria, Cuenca, Guadalajara, Madrid y un mes después Murcia), por lo que adoptaron el nombre de Junta y Cortes Generales del Reino y asumieron las competencias del Consejo Real.

Una vez finalizados los trabajos, los procuradores presentaron el documento a doña Juana que se negó a firmarlo junto con otras disposiciones. El resto, es la historia de una derrota, un 23 de abril de 1521 en Villalar, que dio alas al proyecto imperial de Carlos y fortaleció un orden político cesarista en la que el Rey volvía a mandar sobre el Reino y éste pagaba, callaba y obedecía.

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23-04-2020 - ¿Quiénes fueron los comuneros?.

Ejecución de los comuneros de Castilla
Ejecución de los comuneros de Castilla, del romántico Antonio Gisbert (1860, Palacio de las Cortes).
Ejecución de los comuneros de Castilla, del romántico Antonio Gisbert (1860, Palacio de las Cortes).

Castilla y León celebra cada 23 de abril el Día de la Comunidad, una fecha que conmemora la derrota en 1521 de los comuneros Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, que lideraban las fuerzas comuneras, a manos del ejercito del emperador Carlos I. Una celebración que este año se ha suspendido por el estado de Alarma decretado a consecuencia de la pandemia del COVID-19.

Pero la historia perdura en el tiempo y la historia comunera se remonta a 1516, cuando a la muerte de Fernando El Católico, Carlos I se autoproclama rey de sus posesiones en España y se rodea de nobles y clérigos de Flandes lo que se convirtió en una amenaza para el poder de las élites castellanas, descontento que se extendió a todas las capas sociales.

Carlos I desconocía el idioma castellano y para financiar su nombramiento como Emperador decidió subir los impuestos a una comunidades castellanas ya mermadas económicamente. Esto, unido al malestar por una corte controlada por los flamencos fue el detonante de las revueltas comuneras que pretendían negociar con el Rey una bajada de impuestos.

En 1520, aprovechando la ausencia de Carlos I estalla la primera revuelta comunera en Toledo, a lo que siguieron otras ciudades como Salamanca, Palencia, Medina del Campo, Toro, Segovia o Valladolid. Los comuneros, que apostaban por Juana 'La Loca' como reina, procedían de diversos sectores de las ciudades castellanas aunque los líderes pertenecían a las capas medias de la población.

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25-4-2020 - Memoria comunera

Por Miguel Martínez

Fuentes: CTXT

Se cumplen 500 años de la revolución de las Comunidades castellanas. Deberíamos recuperar su republicanismo cívico, su voluntad de justicia y su arrolladora energía comunitaria para imaginar un nuevo orden.

Ejecución de los comuneros de Castilla
Doña María Pacheco después de Villalar. VICENTE BORRÁS Y MOMPÓ
Doña María Pacheco después de Villalar. VICENTE BORRÁS Y MOMPÓ

Estos días se cumplen 500 años de la primavera comunera de 1520. La revolución de las Comunidades castellanas trató de dotar al reino de un nuevo orden basado en la fraternidad de sus ciudades, parcialmente democrático y con protagonismo popular. ¿Qué hemos hecho para que la memoria de aquella insurrección no sea un referente central del régimen simbólico de la España democrática, de las formas en que imaginamos un pasado colectivo para nuestras propias comunidades? Veamos por qué nos debería importar, incluso en la incertidumbre extrema de estos días, recordar públicamente qué hicieron los comuneros, quiénes eran y qué querían. Y por qué las esperanzas vencidas del pasado, nunca del todo pasadas, pueden también albergar algún futuro.

La insurrección estalla en Toledo en 1520, a mediados de abril. El malestar venía de atrás y era profundo. Hacía tiempo que las ciudades castellanas acusaban un déficit representativo, tanto en las Cortes como en sus regimientos locales, que habían sufrido un largo proceso de transformación en la Baja Edad Media. Las trampas de Carlos I con la institucionalidad y las finanzas del reino, para asegurarse de que las ciudades le otorgaban el dinero necesario para coronarse emperador, terminarían por precipitar el levantamiento.

La alta nobleza del reino dudó al comienzo, pero no tardó en decantarse financiera y militarmente por Carlos I. Este posicionamiento alimentó los tumultos antiseñoriales

Antes se habían producido altercados violentos en varias ciudades castellanas que, si bien tomaron las formas tradicionales de la agitación antifiscal, habrían de prefigurar, en su audacia plebeya, algunas de las corrientes revolucionarias comuneras. Toledo, Segovia y Salamanca constituyeron el núcleo duro de la primera junta que se erige en gobierno legítimo del reino en ausencia de un rey soberbio y corrupto. La destrucción por parte de los imperiales de Medina del Campo prenderá la mecha que acabará de incendiar Castilla y alistará a casi todas las ciudades importantes para la causa comunera. Burgos y Valladolid se resisten a abandonar al monarca. La primera lo hará momentáneamente para después, asustada su oligarquía comerciante, volver al redil realista. La segunda, sin embargo, tras un tira y afloja entre las asambleas populares de las parroquias (cuadrillas) y los principales de la urbe, se decantará por la Junta de Tordesillas y se convertirá en el principal y más radical bastión de los rebeldes.

Los campos se van delimitando. La Junta de Tordesillas defiende su legitimidad como órgano representativo de todo el reino, basada en la libertad y el derecho de resistencia—comunidad significa, sobre todo, asociación juramentada de defensa popular, como explicó el historiador Juan Ignacio Gutiérrez Nieto. Los grandes (la alta nobleza del reino) dudaron al comienzo, pero no tardaron en decantarse financiera y militarmente por Carlos. Este posicionamiento, a su vez, alimentó los tumultos antiseñoriales que, sin ser el tronco político, social e intelectual del movimiento comunero, se convertirían sin duda en una de sus extremidades.

¿Qué quería la liga de ciudades castellanas en su inédito desafío? La línea oficial de la Junta fue siempre más moderada que las masas plebeyas que la apoyaron. Aunque la dirigencia tuvo siempre cuidado de no romper todos los puentes con el legitimismo monárquico, los comuneros –moderados y radicales– tenían claro que el reino estaba por encima del rey, y que en aquel residía la soberanía. Su acción de gobierno y su músculo intelectual, además, tienen un inconfundible sabor republicano. “Poco más se hizo cuando Roma lanzó de sí sus soberbios reyes”, le afea Burgos a la Junta cuando abandona la hermandad comunera. Hay algunos testimonios, normalmente de sus enemigos, que comparan su actuar político con la libertad de las repúblicas y comunas italianas. Los sucesivos programas de gobierno comunero, aunque varían en sus demandas y propósitos, se sostienen en unos pocos pilares: institucionalidad, participación, contrapesos, rendición de cuentas, control de la hacienda pública, autonomía de las ciudades y reforma de la Inquisición. La frenética actividad de esta federación de ciudades libres se caracterizó por una innovación política anclada, al mismo tiempo, en viejas costumbres en común que miraban a la mejor forma de alcanzar la felicidad pública.

¿Quiénes eran los comuneros? La composición social del movimiento fue también variable y ha sido bien estudiada. El tuétano de la revolución fueron las capas medias y las clases populares urbanas; la mayoría de sus jefes, sin embargo, fueron letrados y caballeros, patricios de las ciudades castellanas. El compromiso de los jefes con su pueblo era la medida de su legitimidad: unas coplas de esos días celebraban a Juan de Padilla, caballero toledano y prestigioso dirigente comunero, por ser “a los humildes, cordero / y a los soberbios, cuchillo”. Un cronista de la época registró una escena en la que un tundidor llamado Pinillos, en medio de una junta de procuradores, distribuía los turnos de palabra a prelados y caballeros con su vara de mando. En Guadalajara un carpintero, un albañil y un letrado encabezaron las primeras agitaciones, pero a la hora de elegir a su líder la ciudad se decantó por el primogénito de su señor natural, el duque del Infantado, que acabaría cortando la cabeza a quienes encumbraron a su hijo. Las cartas de fray Antonio de Guevara, acérrimo imperial, están llenas de vesania aristocrática contra los comuneros, pero retratan bien el desborde popular de aquellos días: Guevara, por ejemplo, se burlaba de Padilla por dejarse gobernar por villanos, perailes, cerrajeros y libreros. Y en efecto, los comunes, organizados en asambleas populares, tomaron parte en todo momento en los asuntos de gobierno: “Las cosas arduas todas se consultan con las cuadrillas, porque todas las cuadrillas quieren saber lo que se hace”.

Unas coplas de esos días celebraban a Juan de Padilla, caballero toledano y prestigioso dirigente comunero, por ser “a los humildes, cordero / y a los soberbios, cuchillo”

Más allá de los héroes del triunvirato liberal (Padilla, Bravo y Maldonado), hay otros personajes sin duda memorables. Pocos igualan la dimensión mítica del obispo Acuña, cuya determinación revolucionaria inflamaba a las bases comuneras y cuyas columnas recorrieron triunfantes la Tierra de Campos, poniendo fuego a las torres de los nobles y requisando bienes eclesiásticos para financiar a la Junta. O María de Pacheco, que lideró la resistencia en Toledo después de la derrota de la Junta en Villalar frente a las tropas imperiales, y que moriría en el exilio. Carlos y los grandes, sin embargo, acabarían venciendo. La represión se prolongará hasta 1527.

El movimiento comunero fue tan complejo, plural y cambiante como lo ha sido su interpretación histórica. En 1963 José Antonio Maravall publicó un libro fundamental que defendía vigorosamente la modernidad política de la insurrección comunera, su carácter democratizante, constituyente, protonacional y popular. Maravall –en la línea de Manuel Azaña– desmantelaba así las apresuradas conclusiones de Ángel Ganivet y Gregorio Marañón que, en el ánimo de revisar las lecturas liberales del XIX, la habían considerado una revuelta feudal, oligárquica y reaccionaria. La mayoría de las tesis de Maravall han resistido bastante bien el paso del tiempo y han sido repetidamente corroboradas por Joseph Pérez, tal vez el más cabal conocedor de aquellos hechos. Aportaciones fundamentales, como las de Pablo Sánchez León o José Luis Villacañas entre muchos otros, ofrecen importantes matices, pero constatan la inesperada novedad y la trascendencia histórica de la apuesta comunera.

Junto al trabajo de los historiadores de las Comunidades, están los caminos propios de una memoria popular construida desde abajo. El olvido institucional de hoy respecto a los hechos de 1520 es lamentable, pero no sorprendente. En la agonía del franquismo y el comienzo de la Transición, la fiesta popular del 23 de abril en el pueblo vallisoletano de Villalar (llamada de los Comuneros desde la Segunda República) condensó anhelos ciudadanos de democracia, autonomía y justicia social en Castilla y León. Ni la Guardia Civil ni la extrema derecha armada, aunque lo intentaron, lograron reventar una tradición festiva que congregaba a decenas de miles de personas. Villalar se celebró durante mucho tiempo sin presencia institucional y el Partido Popular, que gobierna Castilla y León desde 1987, se ausentó durante muchos años de la que ya era, desde 1986, la fiesta oficial de la comunidad autónoma. En la campa de Villalar casi nadie los echaba en falta; pero su desprecio por una fiesta que decían “politizada” denotaba la desidia y la soberbia de unos gobernantes tan reacios a los anhelos y las conquistas de su pueblo como los propios imperiales de 1520. 

El romance de Los comuneros escrito por Luis López Álvarez en 1972 y albergado en la memoria de varias generaciones gracias a la música del Nuevo Mester de Juglaría garantizaba la continuidad del recuerdo comunero mientras los gobiernos centrales de los ochenta optaban por abrazar, en su acción conmemorativa, la causa imperial que las Comunidades habían combatido. Han sido los hilos de esta memoria popular, casi siempre al margen y a menudo en contra de las instituciones, la que ha salvado la esperanza comunera de “la enorme condescendencia de la posteridad”, como dijo E. P. Thompson de otras derrotas históricas.

Estamos a punto de perder la ocasión que brinda este quinto centenario. La revolución de los comuneros podría ser el catalizador de una nueva política pública del pasado desde las administraciones y desde la ciudadanía. De aquellos hechos nos sirven, sin duda, su republicanismo cívico, su orientación democrática, su voluntad de justicia. En nuestro más acuciante presente, inmersos como estamos en una crisis de dimensiones aún desconocidas, nos urge, sobre todo, su arrolladora energía comunitaria para la imaginación de un nuevo orden. La audacia para organizar un futuro colectivo frente a la ruptura del viejo mundo tal y como lo conocían, tal y como lo conocíamos. 

Miguel Martínez es profesor de literatura y cultura españolas en la Universidad de Chicago. Es autor de Front Lines. Soldiers’ Writing in the Early Modern Hispanic World (University of Pennsylvania Press, 2016).

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