La relación de Castilla y León con los reyes Felipe comenzó tras la muerte de la reina Isabel en la localidad vallisoletana de Medina del Campo el 26 de noviembre de 1504. Su esposo, Fernando el Católico, proclamó entonces a Juana, la hija de ambos, y tomó él mismo las riendas del reino acogiéndose al testamento de su difunta esposa. Fue entonces cuando el marido de Juana, el flamenco Felipe el Hermoso, reclamó su cuota de poder y en la Concordia de Salamanca, celebrada el 24 de noviembre de 1505, se acodó que Fernando seguiría como gobernador si bien Felipe tendría los mismos derechos que Juana.
Mientras aumentaban las dudas sobre el estado mental de la reina Juana, la tensión entre Fernando y Felipe (este último respaldado por la nobleza castellana, cuyo favor se había ganado con la concesión de dádivas) no hacía más que crecer. El 27 de junio de 1506 Fernando el Católico firma la Concordia de Villafáfila en el municipio zamorano, ratificado un día más tarde por su yerno en Benavente; en virtud a ese pacto, se reconocía la incapacidad de Juana para reinar, Fernando se retiraba a la Corona de Aragón para evitar un conflicto armado y Felipe de Austria se convertía unos días después en Felipe I de Castilla.
Fue el 12 de julio de ese mismo año cuando Felipe el Hermoso y Juana de Castilla prestaron juramento en las Cortes de Valladolid, donde fueron reconocidos como pareja real por sus súbditos y su hijo don Carlos fue jurado como heredero de Castilla, mientras el gobierno quedaba en manos de su padre al contar él con apenas seis años. Aquella ceremonia, según escribe Jean-Marie Cauchies en 'Philippe le Beau. Le dernier duc de Bourgogne', no puede calificarse de coronación ya que tan sólo se hizo el juramento de fidelidad mutuo entre el monarca y los súbditos.
El reinado de Felipe I concluiría de forma abrupta dos meses después, al fallecer en extrañas circunstancias el 25 de septiembre en la Casa del Cordón de Burgos, ocho días después de establecerse en Castilla junto a su esposa, encinta por sexta ocasión. Las crónicas ligan su muerte a haber bebido un vaso de agua fría tras jugar un partido de pelota. En su momento se relacionó su muerte con un presunto envenenamiento ordenado por su suegro, aunque otras investigaciones la relacionan con el brote de peste que rodeaba la Corte en los meses precedentes. Lo cierto es que tras fallecer a los 28 años, el cardenal Cisneros asumió su primera regencia del Reino de Castilla, a la espera del regreso del rey Fernando.
Felipe II
En el caso de Felipe II el Prudente, nieto de Felipe I e hijo de Carlos I, su mismo nacimiento se produjo en Valladolid ya que en abril de aquel año las Cortes se habían celebrado en la ciudad del Pisuerga. El 21 de mayo de 1527 vino al mundo y quince días después le bautizaron en una ceremonia que aún hoy sigue rodeada de leyenda. Al dar a luz la reina en el Palacio de Bernardino Pimentel, la distribución zonal existente en la ciudad obligada a bautizar al pequeño en la Iglesia de San Martín, pero los monarcas deseaban celebrar la ceremonia en la inmediata Iglesia de San Pablo.
EL MONARCA
Felipe II / El Norte
La teoría popular más extendida es que, para complacer a los reyes, en lugar de utilizar la puerta principal del palacio, se decidió romper una reja (que aún hoy conservaría su estado) y sacar al bebé por una ventana del palacio que daba a la calle Cadenas de San Gregorio, ésta sí, adscrita a la Iglesia de San Pablo. Otra versión, más defendida por los historiadores, apunta a la construcción de un pasadizo elevado entre la iglesia de San Pablo y el palacio para que la familia real lo atravesara y llegara al templo sin pisar la calle.
En sus conexiones con Castilla y León, siendo niño en repetidas ocasiones se alojó con sus padres en el Palacio del Marqués de Velada en Ávila, y hasta la muerte de ésta cuando él contaba con 28 años, realizó frecuentes visitas a su abuela Juana en su reclusión en Tordesillas. Tras pasar dos años y medio recorriendo el imperio, con estancias prolongadas en Países Bajos y Alemania, en el verano de 1551 Felipe regresó a la península y ese mismo otoño se instaló en Valladolid, donde comenzó a asesorar a su padre, Carlos I, haciéndose cargo del gobierno de forma directa.
Unos años después, tras la abdicación del emperador el 26 de enero de 1556, Felipe II fue proclamado rey de España en Valladolid el 28 de marzo, convirtiéndose en el monarca más poderoso de su tiempo, ya que en los territorios de su reino 'no se ponía el sol'. Él ni siquiera estuvo presente en una ceremonia celebrada en la Plaza Mayor, en un tablado construido junto al convento de San Francisco, y fue su hermana menor, doña Juana de Austria, que tenía la Corte en Valladolid, quien convocó a la población para celebrar la ceremonia que en Castilla sustituía a la coronación, ordenando levantar los pendones reales.
Felipe II fue el responsable de acabar en 1558 con los principales focos protestantes que en su época aún resistían en España (dos de los cuales se encontraban en Salamanca y Valladolid), y un año después fue el primer monarca en asistir a un multitudinario auto de fe que tuvo lugar en la Plaza Mayor de Valladolid el 8 de octubre de 1559.
De su mano se produjo el Renacimiento Español, con la irrupción de escritores muy vinculados con la Comunidad como San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, San Juan de Ávila o Miguel de Cervantes, dramaturgos como Lope de Vega o arquitectos como Juan de Herrera, autor de edificios como la Real Casa de la Moneda, que se levantó en la calle de San Lorenzo, al lado de la iglesia homónima.
El monarca siguió también de cerca el terrible incendio que arrasó una décima parte de la ciudad el 21 de septiembre de 1561, y contribuyó a reedificar buena parte de lo destruido por las llamas, planificando una 'urbs regia' que fue el proyecto urbanístico español más importante del siglo XVI, aunque no acabó de cristalizar. Así, en torno a 1580 le encargó al propio Juan de Herrera construir una nueva colegiata en la ciudad que se erigiría en Catedral de Valladolid en 1595.
Además, durante su reinado se rodeó de otros personajes históricos castellanos y leoneses que tuvieron mucho que decir en el devenir del imperio, como el cardenal segoviano Diego de Espinosa, inquisidor general y presidente del Consejo de Castilla, o el salmantino Pedro de Ávila y Zúñiga, contador mayor de Castilla, mayordomo del rey y embajador en Inglaterra y Roma.
Felipe III
El hijo de Felipe II y Ana de Austria nació en Madrid el 14 de abril de 1578. Tras la muerte de su padre, el 13 de septiembre de 1598, Felipe III el Piadoso fue proclamado rey de forma inmediata, aunque el edicto que así lo anunciaba fue alcanzando todos los territorios del reino en semanas sucesivas. Así, su proclamación en Valladolid se produjo el 13 de noviembre, cuando el obispo de Palencia, Pedro de la Gasca, ordenó alzar por él el pendón de Castilla.
Tras su matrimonio con Margarita de Austria-Estiria, nieta de Fernando I de Habsburgo, Felipe III se convirtió en el rey español que ha controlado un mayor volumen de territorios, pero su devoción por la caza, la pintura y el teatro le llevó a desatender los asuntos de gobierno, algo que llevó al inicio de la decadencia del reino.
Para intentar subsanar la situación creó el cargo de valido, que entregó a su amigo de la infancia el tordesillano Francisco de Sandoval y Rojas, primer duque de Lerma, a quien nombró además primer ministro como hombre de más confianza del monarca.
La relación entre ambos era tan estrecha que el duque de Lerma consiguió convencer a Felipe III de la conveniencia de trasladar la capitalidad del reino desde Madrid hasta Valladolid. Así sucedió entre el 11 de enero de 1601 y el 4 de marzo de 1606, y 9 de febrero de 1601 el monarca llegó a la ciudad para instalarse en el Palacio de los Condes de Benavente, posteriormente Real Casa de Misericordia de Valladolid y actual Biblioteca Pública de Castilla y León. Allí residió hasta que el duque de Lerma, en sus constantes trapicheos inmobiliarios, le compró al marqués de Camarasa el Palacio Real de la Corredera de San Pablo (actual Capitanía General), para vendérselo después a la corona que lo adoptó como sede.
El 12 de enero de 1602 Felipe III presidió las últimas Cortes celebradas en Valladolid, en una cita en la cual solicitó dinero con el que paliar las muchas carencias del erario público, y el 26 de abril de 1604 concedió también en Valladolid licencia a Miguel de Cervantes para la publicación de 'El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha'.
Tal y como consiguió trasladar la capital del reino desde Madrid hasta Valladolid, donde había adquirido a bajo precio numerosos terrenos que posteriormente multiplicaron su valor, el duque de Lerma convenció al monarca para regresar con la Corte a Madrid después de adquirir a bajo precio otros terrenos en la actual capital de España en una operación de especulación sin precedentes, terminando con la capitalidad de Valladolid.
Felipe IV
Antes del retorno a la ciudad del Manzanares, el 8 de abril de 1605 nacía en el Palacio Real de Valladolid Felipe IV el Grande, bautizado veinte días después en la Iglesia de San Pablo como su abuelo. Como recogen las crónicas, en los festejos organizados para celebrar la ocasión la torre del convento de San Benito el Real sufrió un incendio por defectos en la instalación de la iluminación festiva.
Felipe IV accedió al trono a los 16 años tras la muerte de sus dos progenitores, y emprendió entonces el reinado más largo de la Casa de Austria y el tercero más longevo de toda la historia de España, tras los de su bisnieto Felipe V y Alfonso XIII.
Durante la primera etapa de su reinado, el poder recayó en manos del italiano Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares, que había sido nombrado años antes gentilhombre de cámara del príncipe Felipe, por la mediación del duque de Lerma. Con su proclamación como rey, Felipe IV le designó como valido y éste, al acceder al poder, ejecutó un ambicioso y polémico programa político. Su autoritarismo y las constantes derrotas militares sufridas acabaron con el conde-duque desterrado en la localidad zamorana de Toro en 1643, donde fue procesado por la Inquisición un año más tarde y terminó muriendo en 1645.
Felipe V
Sucesor del último monarca de la Casa de Austria, su tío-abuelo Carlos II, Felipe V el Animoso nació en Versalles (Francia) el 19 de diciembre de 1683, y se convirtió en el primer rey de la Casa de Borbón, abriendo la dinastía que a día de hoy ocupa el trono español. Su reinado, de 45 años y tres días, ha sido el más prolongado en la historia de este país.
El 30 de noviembre del año 1700 fue proclamado rey en Valladolid, seis días después de haberlo sido en Madrid, y su acceso a la Corte se verificó el 14 de abril de 1701. Inspirado por el palacio de su Versalles natal, y testigo del esplendor alcanzado por el reinado de su abuelo Luis XIV, el Rey Sol, la afición por la caza de Felipe V le llevó en varias ocasiones junto a la reina y el duque del Arco a los reales montes de Valsaín, en el municipio segoviano de Real Sitio de San Ildefonso. Enamorado del entorno, ordenó construir un palacio en el lugar en que se encontraba la ermita de San Ildefonso, y con ese fin compró a la Comunidad de Monjes del Parral la granja-ermita, la hospedería y los terrenos circundantes. Así, tras tres años de obras, en 1724 convirtió el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso en un lugar de refugio donde cazar y recuperarse de sus frecuentes depresiones.
Poco después, en 1727, por orden también del monarca, la corona financió la construcción de un pequeño horno de vidrios planos para abastecer al Palacio de La Granja de ventanas y espejos, que acabaría convirtiéndose en Real Fábrica de Vidrios y Cristales de La Granja.
Virtud y victoria
Ignoramos el parte facultativo, así como el acta de defunción de la soberana; aunque se ha apuntado que falleció víctima de un cáncer de matriz de tanto montar a caballo, a imagen y semejanza de doña Juana Enríquez, madre de Fernando el Católico. El clérigo Pedro el Monje, veterano cronista del siglo XVII, narra así el final de Isabel en su Galería de las mujeres fuertes: «Le vino de una úlcera secreta que el trabajo y la agitación del caballo le habían causado en la guerra de Granada. Su valor le causó el mal, su pudor lo mantuvo y, no habiendo querido exponerlo jamás a las manos ni a las miradas de los médicos, murió al fin por su virtud y su victoria». Pero más crédito merece al postulador del proceso de beatificación de la reina, el padre claretiano Anastasio Gutiérrez, el testimonio de Pedro Mártir de Anglería, presente a la cabecera del lecho mortal, para quien «la continua sed y los demás síntomas de la enfermedad eran de terminar en hidropesía», que es una manifestación cardíaca, en opinión del doctor Villalobos. Luis Comenge, médico erudito, comenta por su parte: «Las noticias de los disturbios matrimoniales de doña Juana y don Felipe acongojó a los Reyes Católicos –los más gloriosos que tuvo España–, quienes enfermaron de tercianas don Fernando y de hidropesía doña Isabel. Podemos sospechar que esta hidropesía fue motivada por una lesión cardíaca; y si, como no es desatinado presupuesto, así fuera, la Soberana ejemplar que se distinguió por lo magnánimo de su corazón, por dicha entraña vínole su total ruina».
Finalmente, el doctor Junceda nos dice que falleció «habiendo padecido síntomas febriles permanentes que habrían de terminar en una hidropesía y en una posible endocarditis; su cuerpo estaba también ulcerado y manifestó hasta el final una marcada sed, lo que sugiere una diabetes». Amortajada con el hábito franciscano, se organizó la fúnebre comitiva para trasladar sus restos mortales desde Medina del Campo hasta Granada. En este viaje póstumo de la reina la acompañó mucha gente, pese a las inclemencias del tiempo y a las lluvias torrenciales que cayeron durante todo el trayecto haciendo los caminos intransitables. Parece como si la Madre Naturaleza hubiese querido asociarse con sus lluvias al llanto generalizado de todo un pueblo por la muerte de su reina.
El propio Alonso de Santa Cruz dejó escrito para la posteridad, en su «Chronica de los Reyes Católicos»: «Después de muerta la Reina Doña Isabel fue tanto el lloro y tristeça que dexó en la Corte y en todas las ciudades de España, que en ninguna manera lo podré encarecer. Y con mucha razón, pues avían perdido una Reina que la natura no crió otra semejante para gobernación de sus reinos».
Una curiosa anécdota tuvo lugar en este viaje póstumo de Isabel, relatada por el canónigo toledano Alvar Gómez de Castro, según el cual una pastorcita que custodiaba su rebaño de ovejas salió al encuentro de los que portaban el féretro para preguntarles quién había muerto. Al confirmarle que se trataba de la reina, la joven exclamó: «¡Oh, gran triunfo el que han conseguido los vicios, porque hoy se ven libres de las severas ataduras con que estaban encadenados!».
Partió el regio cadáver de Medina del Campo, el 27 de noviembre, y no llegó a Granada hasta el 18 de diciembre, donde aguardaban el conde de Tendilla y fray Hernando de Talavera para hacerse cargo del mismo. Así fue como se apagó esta luz de la reina católica, encendida por la Providencia sobre el candelero de España.