Villa histórica,
monumental, escultórica y paisajística
Villa
de las Ferias
ORIGEN
DE LAS FERIAS
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Fachada principal del Museo de las Ferias de Medina del Campo |
El inicio del comercio despertó paralelamente al despegue de la vida urbana. El
renacimiento de las ciudades, y con ellas la producción de manufacturas y de las prácticas mercantiles, puede fecharse, con carácter generalizado, para la Europa cristiana posterior al año mil, dentro de sus esferas rurales. Posteriormente se desarrolló un comercio de un radio más amplio, cuyos protagonistas fueron los mercaderes viajantes que se desplazaban de un lugar a otro llevando consigo sus productos en sus propias
alforjas o carros.
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Mapa ampliable. Plano de ubicación
de las plazas de cambios y las ferias genovesas (ampliable) |
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Este comercio interregional
sufría de innumerables obstáculos, físicos
como el deterioro de las viejas vías romanas, otros humanos
como los peajes que los señores feudales cobraban a éstos
por atravesar sus territorios, pero también el ser asaltados
por los bandidos.
En otro orden de
cosas fue un importante estímulo al comercio el crecimiento
de las acuñaciones monetarias.
Con la expansión
de esta actividad comercial comenzó el desarrollo de las
ferias. Quiere decirse, encuentros de mercaderes en fechas prefijadas
en lugares señalados. Sus inicios a nivel europeo dieron
lugar en la región francesa de Champagne, surgiendo también
en diversas villas y ciudades de nuestra tierra hispana con conexión
regional.
El periodo más
floreciente del mercado itinerante transcurrió entre los
siglos XI y XII. No obstante, otros nuevos instrumentos daban
un nuevo giro al comercio, los préstamos, la letra
de cambio, la banca y
las compañías mercantiles anunciaban una nueva era,
lo que implica el cambio de todo este proceso, de ser comercio
itinerante , característica de estos siglos a otro sedentarios,
vislumbrándose una nueva mentalidad al final del medievo,
prácticas capitalistas. El espíritu de acumulación,
reinversión del capital y la búsqueda del provecho
propio, dan impulso a una nueva experiencia, la contabilidad y
la correspondencia mercantil.
De esta forma cambia
el curso de las ferias del pasado, las cuales caen en declive
como las de Champagne. Por el contrario, a partir de aquí
surgen las pujantes ferias en toda Europa, las de Amberes, Ginebra,
o las de Lyón, donde ya podemos incluir las de Medina
del Campo, creadas
a comienzos del siglo XV por Fernando
de Antequera, entonces,
señor de la villa.
Espectacular fue
el crecimiento que en apenas unos años ya contaba entre
las ferias principales de toda la Corona
de Castilla.
Pero Tafur, viajero
por toda la Europa durante los años 1436 y 1439, se manifestó
diciendo que las Ferias de Medina
del Campo se podrían
comparar con las de Amberes. Ya en 1491 los Reyes
Católicos otorgan una disposición en
la que conceden la consideración a Medina
del Campo como Ferias Generales del Reino.
Junto con la excepcional
ubicación de Medina
del Campo, como
uno de los centros geográficos de la Península,
era el punto natural de reunión de los mercaderes itinerantes
que venían a comprar y vender, cruce de unión de
caminos procedentes de Burgos,
Toledo y Portugal. El crecimiento de la economía de Castellana,
en el curso del siglo XV, contribuyó excepcionalmente a
potenciar las ferias medinenses, las cuales, y durante 50 días
de duración cada una, se celebraban en torno a los meses
de mayo y octubre dándole un carácter internacional.
A Medina
del Campo acudían,
junto a los hombres de negocios de Castilla,
los mercaderes de Navarra y de Aragón, franceses, italianos
flamencos y portugueses.
La variedad de
productos expuestos en las ferias era espectacular, vinos, aceites
y condimentos como alimento; perlas, telas y brocados, destacándose
el papel desempeñado por Medina
del Campo en la contratación
de lanas, el mercado
más importante y próspero de Castilla entre los años, 1514 y 1573.
El mercado de capitales
donde se negociaba principalmente con letras de cambio, respondiendo
al modo de las ferias modernas, separándose ya del tipo
del comercio practicado en el Medievo, alcanzando el cenit en
el siglo XVI, época en la que destacó Simón
Ruiz Envito y Virues como mercader y banquero, personaje muy importante en Medina
del Campo.
Durante la mayor
parte del siglo XVI la forma más normal del préstamo
era la letra de cambio a corto plazo. Eses hecho era debido a
que desde el punto de vista teórico, el tomar dinero prestado
era tremendamente difícil para un país católico
como España.
Para esquivar esta
prohibición se creó un sofisticado sistema de crédito
alrededor de la letra de cambio, medio legítimo y necesario
para asegurar la liquidez a nivel internacional. La letra
de cambio exigía
dos pagos sucesivos, en lugares diferentes y en los que deberían
intervenir cuatro personas. En Medina
del Campo, por
ejemplo, el capitalista o prestamista, denominado entonces, dador,
daba un anticipo a un prestario o tomador (actual librador)
y recibía de aquél una letra de cambio que debería
cobrar en otra ciudad extranjera.
Cuando, por ejemplo,
la letra llegaba a Amberes, el corresponsal del prestamista la
presentaba al cobro ante el prestario o su corresponsal, quien
debía aceptarla y pagarla de forma inmediata.
Según los
entendidos, para que una letra tuviera validez requería
dos condiciones: que existiera distancia, es decir, que el pago
se llevase a cabo en plaza diferente a aquella en que se había
emitido y que fuera necesario el cambio de una moneda a otra
MERCADERES
Y CAMBISTAS. NOTA A LA EXPOSICIÓN
La presente exposición
sobre las célebres ferias de Medina
del Campo marca
el comienzo de un proyecto museográfico permanente, que
quiere tener como argumento fundamental aquellos encuentros comerciales
y financieros que hicieron de esta villa una de las principales
capitales económicas de Europa, durante el paso de los
tiempos medievales a los modernos.
Bajo el título
de Mercaderes
y Cambistas, se ha reunido un conjunto de piezas originales
artesanales y artísticas de muy diversa procedencia, junto
con un cuidado repertorio de documentos históricos manuscritos
e impresos, con el propósito de formar un testimonio fidedigno
de lo que un día fueron las principales producciones comerciales
y las formas de trato y cambio de las más importantes ferias
castellanas de los siglos XV y XVI. Es éste el argumento
básico de la muestra, quedando pendientes para ocasiones
venideras otros aspectos tan atractivos y sugerentes como el escenario
urbano donde se desarrollaron, los nombres propios de quienes
las fundaron o engrandecieron, las sucesivas etapas históricas
que conocieron o su resonancia nacional e internacional.
El primero de los
capítulos propuestos es el que se refiere a los encajes
y textiles. Una serie
de piezas representativas recuerdan la importancia de las telas
y los paños en el conjunto de las mercancías comerciadas
en el tiempo de ferias. Cabe recordar al respecto que bajo el
reinado de los Reyes
Católicos, Medina
del Campo fue uno de los más importantes centros
de contratación de tapices,
sobre todo de los procedentes de los cotizadísimos talleres
flamencos de Bruselas, Brujas o Amberes. Asimismo, los brocados,
encajes, bordados y "tejidos ricos" realizados
en muy diversas técnicas, constituyeron otros de los productos
fundamentales del comercio textil de entonces. El extraordinario tapizcon escenas bíblicas recogido en la exposición es
un buen ejemplo de las nuevas composiciones renacientes donde
el pasaje narrado se enmarca en una abigarrada orla repleta de
escenas menores; del mismo modo, la selección de encajes
de procedencia castellana -puntas segovianas, anillados de
Valladolid, etc.- de Milán o de Flandes, puede calificarse
de excepcional.
Respecto a la platería
y joyería, Medina
del Campo fue,
durante la segunda mitad del s.XVI, uno de los principales focos
castellanos. Sin llegar a la altura de las producciones de la
capital vallisoletana, los artífices medinenses, instalados
en la acera de la Joyería de la Plaza
Mayor y en la
calle de la Plata, hacían gala de su excelente técnica
en piezas tan singulares como la custodia
procesional de
la Colegiata
de San Antolín, mandada dorar por el Concejo
en 1562; el cáliz de la hoy cuatro veces centenaria cofradía
de la Virgen de las Angustias, o la espectacular cruz
procesional que el platero medinense Alonso Román hiciera
para la parroquial de San Pedro de Alaejos.
Entre la producción
foránea representada en este capítulo de la muestra
destacamos dos excelentes piezas: la cruz relicario en cobre sobredorado
que donara a la Colegiatasu primer Abad, Juan
Ruiz de Medina, obra italiana absolutamente desconocida,
y un cáliz con esmaltes de procedencia francesa donde aparecen
las armas de otro medinense ilustre, Fr.
Lope de Barrientos,
quien lo donará al hospital
de la Piedad que
él mismo fundara en su villa natal. De otra parte, dos
campanillas "de
Malinas",
localidad belga de la región de Babante, nos recuerdan
la Medina comercial desde donde se distribuían millares de ellas
hacia toda la Península.
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Lazarillo de Tormes |
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La imprenta de Medina
del Campo ocupó un lugar destacadísimo
durante el siglo XVI, no sólo como centro tipográfico
sino también como ciudad de asiento de encuadernadores,
libreros, editores y distribuidores. Hay quien ha llegado a decir
que buena parte del centro urbano de Medina era un inmenso almacén de papel y libros impresos destinados
a los mercados de Europa y el Nuevo Mundo. En la presente ocasión,
más que atender a obras literarias de primera magnitud -aunque realmente las escogidas lo sean- impresas en la
villa en aquella centuria, ha prevalecido el criterio de seleccionar
ediciones representativas de los más importantes tipógrafos
medinenses, entre otros: Guillermo y Vicente de Millis; Francisco,
Santiago y Mateo del Canto, Cristóbal Lasso Vaca,...; sus
impresiones, ornamentadas con bellísimos grabados que aparecen
en los frontispicios, nos muestran la calidad que llegaron a alcanzar.
De otra parte, se recoge en la exposición quizá
la más importante edición de la imprenta medinense
del siglo XVI: la versión medinense del Lazarillo
de Tormes, de
1554, descubierta hace muy pocos años en el municipio extremeño
de Barcarrota.
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Cofre de Isabel la Católica |
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De suma importancia
eran los muebles donde transportar o conservar los productos y
mercancías comerciados en las ferias; de aquí que
se considerara oportuno dedicar un capítulo a las diferentes
tipologías de arcones, cofres y arquetas. Las piezas que
pueden contemplarse son todas ellas sumamente singulares. Citemos,
entre otros, los difundidos cofres "portamisales", las arquetas encoradas llamadas "de Flandes",
utilizadas sobre todo para el transporte de lienzos y géneros
textiles; las indestructibles cajas fuertes de procedencia alemana,
provistas de una complicada cerrajería; o los grandes arcones
de nogal, a veces, como en esta ocasión, transformados
en muebles limosneros.
Quizá uno
de los capítulos más atractivos de la exposición
sea el dedicado a las artes plásticas. El conjunto de obras
reunidas con la intención de mostrar el activo comercio
de obras artísticas en las ferias de Medina del Campo,
puede ser calificado de extraordinario. Obras de gran calidad
como, entre otras, los trípticos flamencos de la Sagrada
Familia (Marcellus Coffermans) y el del Descendimiento (Ambrosius
Benson y Antonio Vázquez), o el grupo escultórico
de La
Piedad (Juan
de Juni), nos
acercan, junto a los nombres de estos grandes maestros, los de
figuras tan representativas y diferentes de la historia de las
ferias medinenses como, respectivamente: Simón
Ruiz, el abad
García del Rincón o Francisco de Dueñas.
Con ellas, otras piezas procedentes de talleres locales ponen
el contrapunto del repertorio destinado a un comercio más
popular y accesible.
El mercado del
dinero -la banca y los tratos- es, a buen seguro, el
que concede a las ferias de Medina
del Campo su carácter internacional. Andrea
Navagiero dejaba constancia en su libro de viajes que "la
feria de Medina es muy abundante de diversos géneros, pero
los principales negocios que en ella se hacen son los cambios".
La selección documental que puede contemplarse en este
último capítulo de la exposición -procedente
del monumental Archivo de Simón
Ruiz- da buena muestra de la proyección
alcanzada por las actividades financieras de los cambistas llegados
a la villa en tiempo de ferias, procedentes de las grandes plazas
europeas -Génova, Amberes, Lyon, Florencia o Lisboa-. Letras
de cambio, protestos, cartas de poder, liquidaciones
de cuentas, asientos, libros de ferias, memoriales de pleitos,...
son algunos de los documentos reunidos con este propósito,
en los que aparecen grandes personajes del mundo de las finanzas
europeas de entonces, como los de los banqueros Palavicini, Iunta,
Fucar, Strozzi, Spinola... junto a los principales de la saga
de los Ruiz -Simón,
Vítores y Cosme-. El recuerdo expreso a la figura del
gran mercader banquero no podía faltar en el ocaso del
cuarto centenario de su muerte; su retrato y el de su segunda
mujer, Mariana de Paz, su testamento y el acta fundacional de
su más importante obra, el Hospital
General, son piezas insustituibles en una muestra de
este tenor.
Como colofón
a este breve recorrido por los contenidos de la exposición,
cabe reseñar como excepcional, la oportunidad de poder
contemplar por vez primera el retablo de la Virgen
del Pópulo en la cercanía y fuera de su marco habitual en el balconcillo
plateresco que mira a la gran Plaza
Mayor medinense. Es bien
sabido que desde esta capilla abierta, levantada en la fachada
principal de la Colegiata,
se oficiaba la misa dirigida a los feriantes sin que éstos
tuvieran que abandonar sus tiendas; de aquí que esta imagen
de Nuestra Señora se haya convertido, con el paso de los
siglos, en uno de los principales símbolos de los encuentros
feriales de Medina
del Campo, definidos certeramente como "un
concurso inmenso de gentes de todos los países, donde se
hablan multitud de idiomas, donde podía estudiarse lo mismo
la indumentaria y las maneras y procederes del persa que del flamenco,
del inglés que del italiano, del catalán o mallorquín
o gallego; del rufián, del ladrón en cuadrilla y
de los pordioseros; donde bajo el mismo golpe de vista podían
apreciarse genios y caracteres tan distintos, modos de contratar
tan opuestos, gentes de crédito verdadero y timadores con
más o menos arte y fortuna, donde todo esto ocurría...".
DEL
MERCADO MEDIEVAL A LAS FERIAS MODERNAS
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Crínoca de don Álvaro
de Luna |
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La "Crónica
de Don Alvaro de Luna" pone de manifiesto, en referencia
al año 1450, la importancia que, por aquellas fechas, habían
alcanzado las ferias de Medina
del Campo: "E
como en aquel tiempo fuese la feria de Medina
del Campo a la cual suelen venir e concurrir a ella
grandes tropeles de gentes de diversas naciones asi de Castilla como de otros regnos...(se pidió al rey de Castilla, Juan
II, que, en compañía de la reina, fuera
a visitar la feria)...a ver el tracto e las grandes compañas
e gentio e asi mismo las diversidades de mercaderías e
otras universas cosas que ende habia". El rasgo más
significativo que destaca de este texto es el carácter
internacional que tenían las mencionadas ferias.
Ahora bien, la
situación existente a mediados del siglo XV era la consecuencia
de un largo efectuado en el transcurso de los tiempos medievales
en lo que se refiere al desarrollo del comercio. La actividad
mercantil, en los albores del Medievo, era muy reducida. Asimismo
la escasez de numerario explica que, con frecuencia, se practicase
el puro y simple trueque. El intercambio de mercancías,
en la época altomedieval, se limitaba a aquellos ámbitos
en los que resultaba imprescindible para la vida cotidiana.
El despertar del
comercio fue un acontecimiento paralelo al despegue de la vida
urbana. Sin duda en los tiempos del Imperio carolingio se atisban
síntomas de renovación en ese campo, pero el renacimiento
de las ciudades, y con él de la producción de manufacturas
y de la práctica mercantil, puede fecharse, con un cierto
carácter generalizador para el conjunto de la Europa cristiana,
con posterioridad al año mil. Pronto comenzó a dibujarse
una esfera de comercio entre los incipientes Burgos y sus áreas
rurales circundantes. Pero también se desarrollaba un comercio
de más amplio radio, en el que los protagonistas por excelencia
eran los denominados "pies polvorientos", es
decir los mercaderes que iban con sus productos de un lugar a
otro. Ni que decir tiene que ese comercio interregional tropezaba
con numerosos obstáculos, unos físicos, como el
deterioro de las viejas vías romanas, otros humanos, en
particular los peajes que los señores feudales cobraban
a los comerciantes por atravesar sus dominios, pero también
los riesgos de ser asaltados por bandidos. Mas en otro orden de
cosas fue un importante estímulo al comercio el incremento
de las acuñaciones monetarias.
Con la expansión
de la actividad mercantil comenzaron a desarrollarse las ferias.
Se trataba de encuentros de mercaderes en fechas fijas y en lugares
señalados. Las más importantes, a nivel de la Europa
cristiana, fueron las de la región francesa de Champagne.
Pero también surgieron ferias en diversas ciudades y villas
de tierras hispanas, generalmente por concesión regia.
De todas formas el período comprendido entre los siglos
XI y XIII puede considerarse como la época dorada del mercader
itinerante. No obstante, el desarrollo de nuevos instrumentos,
como la letra de cambio, los progresos del préstamo y la
génesis de la banca o la constitución de compañías
mercantiles anunciaban una nueva era por lo que al comercio se
refiere.
En los últimos
siglos de la Edad Media se produjeron importantes novedades en
el mundo del comercio, que afectaron tanto al transporte como
a las técnicas mercantiles. Esto explica que habitualmente
se hable, aunque la afirmación resulte un poco simplista,
del paso de un comercio itinerante, característico de los
siglos XI al XIII, a otro sedentario. Por otra parte se vislumbran
en el período final del Medievo los primeros síntomas
de una mentalidad y de unas prácticas de carácter
capitalista. De ello darían cuenta la creciente complejidad
que revestían tanto el crédito como la banca, pero
también la búsqueda del provecho, el espíritu
de acumulación o la reinversión del capital. De
ahí el impulso que experimentó la correspondencia
mercantil o la aparición de la contabilidad por partida
doble.
Las novedades apuntadas rápidamente afectaron a la actividad mercantil. Las ferias del pasado, como las de Champagne, entraron en declive. Por el contrario surgieron nuevas y pujantes ferias en toda la Europa cristiana, tales las de Amberes, las de Ginebra o las de Lyón.
En este capítulo hay que incluir también, sin duda alguna, a las de Medina
del Campo, creadas
a comienzos del siglo XV por Fernando
de Antequera, a la sazón señor de la villa. Su crecimiento fue
espectacular, lo que explica que apenas unos años después
de su nacimiento ya contaran entre las principales de toda la
corona de Castilla.
El viajero Pero
Tafur, que recorrió buena parte de Europa entre
los años 1436 y 1439, comparaba a las ferias de Medina con las de Amberes. En 1473, un documento emanado de la cancillería
de Enrique
IV hablaba de "la nuestra feria de Medina".
Y en 1491 una disposición de los Reyes
Católicos otorgaba la consideración de
ferias generales del reino a las que se celebraban en Medina
del Campo.
La protección
regia tuvo mucho que ver en el auge de las ferias de Medina
del Campo. Pero también fue un factor positivo
la excepcional ubicación de la villa, lugar en donde confluían
los caminos procedentes de Burgos,
de Toledo y de Portugal. El crecimiento experimentado por la economía
castellana en el transcurso del siglo XV, por su parte, también
contribuyó sobremanera a potenciar las ferias medinenses.
No obstante, lo más significativo de dicho evento, que
se celebraba a lo largo del año en dos fases bien diferenciadas,
una en torno al mes de mayo y otra en torno al de octubre, con
unos 50 días de duración para cada fase, era su
carácter internacional. Junto a los hombres de negocios
de la propia corona de Castilla acudían a Medina
del Campo mercaderes de la corona de Aragón,
de Navarra, portugueses, franceses, flamencos o italianos (en
particular florentinos y genoveses). La diversidad de productos
que había en las mencionadas ferias era espectacular, desde
alimentos, como vinos, aceites o especias, hasta productos de
lujo, tales perlas o brocados. Pero lo más importante fue
el papel desempeñado por Medina
del Campo en la contratación de lanas, así
como en el mercado de capitales, en donde se negociaban ante todo letras
de cambio. Las ferias
de Medina del Campo, por lo tanto, respondían plenamente
al modelo propio de las ferias modernas, muy alejadas del tipo
de comercio practicado en siglos anteriores del Medievo. Por lo
demás las ferias de Medina
del Campo alcanzaron
sus cotas más altas en el siglo XVI, época en la
que vivió su más destacado mercader-banquero, Simón
Ruiz Envito.
LA
SOCIEDAD DE MEDINA DEL CAMPO AL FINALIZAR LA EDAD MEDIA
¿Cómo
era Medina
del Campo al finalizar la Edad Media?
En ese momento sus ferias no sólo se habían asentado,
sino que habían alcanzado un éxito sin precedentes
en toda la corona castellana, de tal manera que puede afirmarse
que habían convertido a esta villa en uno de los centros
económicos más importantes del reino. Su activa vida
mercantil atrae a multitud de forasteros, mercaderes en su mayor
parte, que acuden al llamado de los prósperos negocios
que pueden realizar en el interior de sus muros. Y esta población
flotante hace cambiar el ritmo y el aspecto de la villa: Abundan
las tiendas y las casas de aposentamiento; en dos momentos precisos
del año, en mayo y octubre, cuando se celebran las ferias,
su amplia plaza se llena de tendejones, al tiempo que se animan
los distintos ángulos reservados a los más diversos
oficios y productos; y sus calles, generalmente más animadas
de lo habitual en otros núcleos de población similares,
conocen a diario un abigarrado trasiego de personas, animales
y mercancías, que en su constante ir y venir llenan el
aire de un potente rumor de pasos, voces y otros ruidos.
Al final de la
Edad Media, Medina
del Campo es, en fin, una villa próspera,
populosa y animada. Todo ello, evidentemente, se debe a la acción
de sus habitantes, que con una precisa política, dirigida
desde el concejo, han sabido aprovechar las favorables circunstancias
que se les han presentado. Pero ¿Quiénes y
cómo eran estos medinenses?.
Hasta 1492, tres
comunidades confesionales conviven al amparo de los muros de
la villa: judíos, musulmanes y cristianos. Hasta esa
fecha, y a pesar de su progresiva marginación, se desarrolla
en Medinauna próspera comunidad judía, que aunque tiene
limitada su capacidad de movimiento, está lo suficientemente
arraigada en la vida local como para que alguno de sus miembros,
después de haber emigrado a Portugal tras la expulsión,
decida convertirse al cristianismo y volver a su tierra natal.
Menos problemas
que los judíos tienen los musulmanes. Estos son relativamente
numerosos, y se dedican en general a actividades artesanales,
destacando su presencia en el sector de la construcción.
Diez años después que los judíos, también
los mudéjares tendrán que optar entre la conversión
o el exilio, pero hasta ese momento su integración en
la vecindad de Medina fue mucho mejor y menos problemática que la de aquéllos.
Pero estos dos
grupos no representan más que una mínima parte
de la población medinense, que está constituida
en su inmensa mayoría por la comunidad cristiana. En
ésta, las circunstancias que separan a unos de otros
son de tal naturaleza que se impone su presentación prestando
atención a las dos clases predominantes que la integran.
En efecto, dejando de lado a los pobres, criados y esclavos,
nos encontramos con "el común" y "la
oligarquía".
La inmensa mayoría
de los vecinos de la villa integran el común. Sus miembros
se autodenominan "exentos" a pesar de que tienen
que pagar algunos tributos que el concejo, con permiso real,
exige en ocasiones (sisas). Por supuesto, disfrutan de las ventajas
de vivir al amparo de los muros, protegidos por el gobierno
local, pero no pueden participar en ese gobierno, es decir están
apartados de los cargos de poder, del concejo, lo que disminuye
notablemente su capacidad vecinal.
Entre los integrantes
de este grupo podemos encontrar desde pequeños comerciantes
hasta campesinos, pasando, claro es, por los más diversos
sectores artesanales. Y también podemos encontrar muy
diferentes situaciones económicas. En este aspecto destacan
de forma muy clara algunos de ellos, que cuentan con una muy
buena posición económica, es decir con importantes
recursos de todo tipo.
Precisamente,
estos miembros del común notablemente enriquecidos, constituyen
un pequeño grupo de medineses, que sin poder llegar hasta
las esferas del poder establecido, intenta hacer valer sus intereses,
e incluso en algún caso equipararse con la oligarquía.
La progresiva
constitución de ese grupo de vecinos con una situación
económica lo suficientemente sólida como para
aspirar a rivalizar con la clase superior, pero sin capacidad
real para ponerse a su altura, provoca una serie de desajustes
en la organización de la estructura social tradicional
de la villa. A través de esos desajustes este grupo se
va constituyendo como clase; y, a la vez que toma conciencia
de su propia personalidad y especificidad, intenta participar
activamente en el poder, y especialmente controlar a quienes
lo ejercen: la clase dominante.
La oligarquía
está integrada por elementos procedentes de la pequeña
nobleza local tradicional, a los que se unen otros individuos
y familias surgidos de las filas de los más destacados
vecinos, que se han enriquecido fundamentalmente a través
de la actividad comercial. Considerando globalmente los ingresos
de los miembros de esta clase, el comercio no ocupa un lugar
excepcional; no obstante la actividad mercantil es para todos
ellos una importante fuente de recursos, tanto por lo que obtienen
de su práctica directa, como por lo que consiguen extraer
indirectamente a través de la fiscalidad. La propiedad
territorial y la ganadera, así como el poder señorial,
los cargos y las mercedes reales siguen teniendo una gran importancia
para los componentes de la más alta clase social de Medina
del Campo; clase que está organizada en linajes,
y que cuenta con los medios necesarios para imponerse sobre
el resto de los vecinos, mediante el control del concejo.
En efecto, al
finalizar la Edad Media, la oligarquía medinense domina
claramente el máximo órgano de gobierno local,
el concejo. Los siete linajes se reparten los cargos del mismo,
tanto los regimientos como las escribanías y los oficios
menores. Desde esa posición privilegiada orientan y organizan
la política a seguir según su propio interés,
y por eso no es infrecuente encontrar actuaciones que so color
del bien común de la villa benefician fundamentalmente
a los miembros de los linajes. Vamos a verlo en varios ejemplos
concretos relacionados con la prevención de los incendios,
ya que éstos representan el más grave siniestro
que cualquier núcleo urbano medieval podía sufrir.
Medina
del Campo se
ve afectada por los rigores del fuego repetidas veces, en especial
en los años finales del siglo XV. De esta época,
el primer incendio destacable se produjo el 23 de febrero de
1479, fecha en la que ardieron diez casas de la cerería.
Más importante que éste es el de 1491: provocó
importantísimas pérdidas en el área mercantil,
hasta el punto de hacer peligrar les reuniones feriales, sobre
todo cuando catorce meses más tarde, el 7 de septiembre
de 1492 se repite el siniestro. Años después,
en 1498, se declaró otro incendio de gran magnitud, teniendo
que ser derribadas algunas casas para atajarlo. Y, como es bien
sabido, durante la guerra de las comunidades, Medina
del Campo ardió en el mes de agosto de 1520.
La explicación
de la frecuencia del siniestro podemos encontrarla en toda una
serie de circunstancias características de los núcleos
urbanos bajomedievales. En primer lugar, la propia aglomeración
de personas, animales y objetos varios, en especial cierto tipo
de mercancías (desde las telas a las especias);
todo ello hace inevitable los accidentes y favorece la propagación
posterior del fuego. También hay que tomar en consideración
las propias circunstancias urbanísticas de Medina,
donde las casas parecen apoyarse unas sobre otras directamente,
sin ninguna medianía. Y a todo esto hay que sumar el
material de construcción por excelencia: la madera. Ante
esta situación, el objetivo prioritario para todos los
vecinos era evitar en lo posible que se declarase un incendio.
Por ello, en 1492, el concejo de la villa toma diversas medidas
con ese fin.
Una de las primeras
cosas que hace es obligar a los albarderos a trasladar sus talleres;
la mayor parte de éstos estaban en San
Francisco, y
ahora tienen que instalarse en una zona alejada del centro,
entre la cerca
vieja y el Zapardiel,
junto a la antigua judería.
Es decir se les expulsa del centro neurálgico medinés
y se les obliga a establecerse en un área marginal. La
medida es importante, pero lo que la hace aún más
llamativa es que de momento no se adopten otras semejantes:
por ejemplo, hay que esperar hasta 1516 para que se prohíba
la existencia de hornos de cerámica en el espacio intramuros
comprendido entre el Zapardiel y la Plaza.
Quizá la explicación podría encontrarse
en el mayor número de albarderos con respecto a los otros
oficios peligrosos, y en la mayor peligrosidad de este oficio.
Pero no hay que olvidar (y me atrevería a decir que
esta fue una de las causas fundamentales de tal decisión)
que el interés del concejo y la corona se centra especialmente
en preservar las ferias y los intereses mercantiles, y por tanto
el área central de la villa, donde se ubica la calle
de San Francisco, en la que hasta el traslado estaban
instalados los albarderos. Estos se vieron afectados, y perjudicados
al ser relegados a un lugar secundario y alejado del centro,
en pro de un interés colectivo, sin duda, pero también
del interés específico y puntual de un sector
vecinal, los grandes comerciantes y los miembros de los linajes,
situados a la cabeza de la jerarquía social medinense.
El segundo objetivo
de la política antiincendios es el de procurar que, si
el siniestro se produce, alcance las menores proporciones posibles.
Con este fin se toman una serie muy variada de medidas tendentes
a incrementar la eficacia de las labores de extinción,
así como a favorecer una acción rápida
en este sentido.
Para "no
dejarse sorprender" por el fuego y reaccionar contra
el mismo lo más pronto posible, las ordenanzas de 1492
establecen un sistema de velas pagados por el concejo. Pero
curiosamente estas velas no actúan en todo el perímetro
murado, sino solamente en la zona central del mismo, en el área
comercial.
Con el fin de
acelerar la intervención vecinal en las tareas de extinción,
los vecinos están obligados a tener en sus casas sogas
y herradas llenas de agua. Por la misma razón se procura
facilitar el abastecimiento de agua, y en esta empresa encontramos
de nuevo una actuación favorecedora del centro comercial,
y por tanto de los intereses de quienes allí viven y
tienen sus negocios. Las ordenanzas se ocupan de que los pozos
se mantengan en buen estado, pero como esto es insuficiente
para el centro mercantil, se intenta mejorar en ese área
el servicio de fuentes
públicas. Se construye una en el Corral de
Bueyes; en 1492, tras el incendio,
los reyes autorizan al concejo para que lleve un caño
a la plaza; y además se instala otra fuente en un lugar
cercano, frente a la cárcel, en la zona de la iglesia
de San Miguel y las casas concejiles, es decir del otro lado del Zapardiel,
pero en el espacio ocupado por el máximo órgano
de poder político, y allí donde se encuentra el
más importante paso del río hacia la plaza,
el puente
de San Miguel.
Precisamente con esta obra vuelve a ponerse de manifiesto que,
so color del bien común, el concejo favorece a unos en
detrimento de otros: este caño de la cárcel se
consigue mediante el traslado de uno de los dos con que contaba San
Nicolás,
es decir reduciendo el abastecimiento de agua de una zona no
privilegiada; lógicamente los vecinos de ésta
protestan, pero es en vano.
Por último
hay que llamar la atención sobre la construcción
de cortafuegos de fábrica exenta de ladrillo y cal entre
las viviendas. Esta medida se adopta también a raíz
del incendio de 1491, y no es más que un intento de aislar las casas
por bloques de tres o cuatro. Parece que se planeó una
tapia principal con algunos atajos secundarios, pero siempre
en el centro neurálgico de la villa, zona de la Rúa y San
Francisco.
Es decir, todas
las medidas de carácter urbanístico, tomadas en
torno al problema de los incendios, apuntan a una actuación
sesgada del concejo a favor del centro urbano y de la oligarquía
local, que tiene intereses en esa zona. Ante estas medidas discriminatorias,
no falta la resistencia del común, pero, a pesar de todo,
el interés mercantil y de los linajes se impone sobre el del resto de los vecinos.
Para concluir,
puede decirse que nos encontramos en Medina
del Campo, al
finalizar la Edad Media, con una sociedad compleja, a cuyo frente
se encuentra una oligarquía organizada en linajes,
que controla el concejo; desde esa posición orienta la
política de la villa en su propio beneficio, lo que en
ocasiones choca con los intereses del común y de ese
sector enriquecido del mismo, que empieza a perfilarse como
una nueva clase social. A este núcleo social predominante
(y dominante) se suman (e inciden en la vida de la
villa) los transeúntes (en especial los comerciantes
que acuden a sus ferias), los criados, esclavos y pobres,
y las dos minorías ya mencionadas de judíos y
musulmanes.
FERIAS,
CULTURA Y RELIGIOSIDAD
Las ferias -al
menos las ferias de la envergadura de las de Medina
del Campo en sus largos
buenos tiempos- tenían
que ofrecer variados y múltiples servicios para satisfacer
la demanda variada y, a pesar de las apariencias, imprescindible
en el siglo XVI y en la agitada actividad de los cambios, tratos
y contratos. Estos servicios no son difíciles de imaginar.
Vamos a fijarnos en dos de esas otras necesidades y actividades:
la oferta cultural y la de lo religioso.
LA CULTURA
Se ignora el
grado de alfabetización en Medina
del Campo, como se ignora el de prácticamente
todos los sitios, dadas las dificultades que existen para averiguarlo
en siglos pretéritos. De todas formas, la mayoría
de los medinenses y casi la totalidad de las medinenses tenían
que ser analfabetas. Leer, escribir y contar era algo minoritario,
si bien en la villa, y dadas las dedicaciones de buena parte
de su población, esta minoría podía ser
menos reducida que en otros lugares. Incluso los mercaderes
y las autoridades municipales actuaron como estimulantes de
la enseñanza y de la escolarización.
Había
maestros de primeras letras, como era de esperar, y el censo
de población de 1561 habla de seis maestros de niños.
De niños que no eran hijos de padres económica
o socialmente bien dotados, que disponían de otros medios
de instrucción. También se encargaron de esta
enseñanza elemental los jesuitas pero pronto decidieron
abandonarla por no tener tiempo ni lugar ni maestros suficientes
para enseñar tales rudimentos. La institución
más peculiar, y entonces la más moderna, encargada
de de enseñar primeras letras (y primeros
oficios fue la de
los "doctrinos".
"Los
niños de la doctrina" eran una realidad ya cordial
en las ciudades castellanas a mediados del siglo XVI. La experiencia
había partido de Andalucía, y la finalidad de
estos centros entre colegio y reformatorio se cifraba, en primer
lugar, en la prevención del peligro social y sanitario
que suponía tanto niño libre, adventicio de no
se sabía dónde en tantos casos, "desabrigados
y vagabundos"; de forma subordinada, pero no accidental,
en la enseñanza de primeras letras y en la formación
para los oficios. Las Cortes de Castilla celebraban el éxito de estos recogimientos
de niños pobres, casi siempre huérfanos, delincuentes
potenciales, al comprobar cómo en el sur "dicen
haber menos latrocinios que solía". Y las ciudades
castellanas se fueron poblando de doctrinos, que, además
de aprender la doctrina cristiana y de catequizar por calles
y plazas (no de forma tan sonora como por Andalucía),
asistían a los entierros a tenor de las estipulaciones
testamentarias y pedían por la ciudad y en sus iglesias
para la financiación caritativa de sus internados rigurosos
y regidos por clérigos.
Es lo que aconteció
en Medina
del Campo: por 1550
funcionaba, con toda la precariedad que se quiera, el colegio
de doctrinos de este estilo. Rodrigo de Dueñas se interesó
por los niños de la doctrina con sus mandas no demasiado
generosas, que, aunque mirasen más a asegurar los servicios
religiosos de su fundación de la Magdalena que al mantenimiento
de los niños doctrinos, indican la atención prestada
tanto por él como después por Simón
Ruiz o por tantos otros
mercaderes que los nombran en sus testamentos y los piden para
prestigiar sus honras fúnebres, por el municipio y por
la caridad urbana hacia esta educación de niños
marginados que se vio tan necesaria.
No eran muchos
los párvulos acogidos en comparación con tantos
inmigrantes pobres y vagabundos como pululaban por la villa.
Pero al menos entre treinta y cincuenta niños tuvieron,
por bastante tiempo, la oportunidad brindada por las "ventajas" de la pobreza y de la orfandad. Hay más: el colegio de
doctrinos de Medina
del Campo hubiera justificado
su existencia, su quehacer y el destino de las limosnas de tantos
medinenses y gentes de fuera por el solo hecho de que entre
sus doctrinos entre 1551 y 1559 allí estuvo, aprendió
a leer y a escribir (parece que los oficios manuales no
se le daban tan bien), desde allí ayudó a
misa en la Magdalena, pordioseó por las calles, por las
iglesias, el niño paupérrimo y huérfano Juan
de Yepes, uno de los inmigrantes de la pobreza y
que debió su crianza a estas formas de asistencia social.
Su hermano Francisco repetía admirado en sus relaciones
orales que otros se encargaban de transcribir (porque él,
como toda su familia, era analfabeto): "y así
le pusieron para que aprendiese en los niños de la doctrina
de Medina
del Campo;
y en poco tiempo se dio tan buena maña, que aprendió
mucho, y pedía para los niños de la doctrina,
y las monjas le tenían mucho amor por ser muy agudo y
hábil".
La otra enseñanza,
equivalente a la secundaria, la de gramática, latinidad,
artes, también estaba atendida en Medina para los no tan pocos que la seguían. Se dirigía
prioritariamente a la formación de futuros clérigos,
y por ello varios de los numerosos conventos de la villa tenían
dotadas cátedras de artes, de filosofía, de moral,
incluso el reciente y en construcción por 1560 de los
carmelitas de Santa
Ana. Eran enseñanzas
tradicionales, escolásticas casi siempre y en las que
se resistían a penetrar los nuevos aires humanistas.
La novedad, arrolladora, se introdujo gracias a la financiación
de los mercaderes y a la presencia de la Compañía
de Jesús en la villa por 1551. Se decía -y
así quedó grabado en la inscripción del
sepulcro de los más decididos mecenas- que la fundación
del colegio había sido profetizada por san Ignacio de
Loyola, nada menos que en Amberes, cuando recibió un
pingüe donativo del mercader medinense Pedro Cuadrado.
Lo cierto es que la llegada y el establecimiento de los jesuitas
se debió a la perspicacia de sus superiores ( san
Ignacio, el padre Nadal, san Francisco de Borja, que pondría
la primera piedra del edificio definitivo) y a la generosidad
de los mercaderes: no tanto a la del primer instigador de la
llegada, Rodrigo de Dueñas, a las ayudas eficaces de
Luis de Medina, después a las de Simón
Ruiz, cuanto a la de
los verdaderos y reconocidos fundadores: don Pedro Cuadrado
y su esposa doña Francisca Manjón. Todos mercaderes-banqueros.
El colegio de
los jesuitas resultó ser el fermento de cierta fiebre
cultural espoleada por la novedad y la participación
de la sociedad implicada: de aquellos más de ciento setenta
alumnos, en su mayoría entre la adolescencia y la juventud
(porque los hubo también maduros), sus familias
y los maestros de la Compañía, todos jóvenes
como Astete, Ripalda, José de Acosta el padre Bonifacio,
que todavía no era padre cuando llegó al colegio
con sus diez y nueve años y con su entusiasmo que luego
se plasmaría en tratados innovadores de pedagogía
infantil.
Lo más
llamativo era su método de enseñar latinidad y
retórica. El padre Juan Bonifacio -y no era el único
por entonces- estaba convencido de lo contraproducente que
eran "la vara y la sangre" y de las ventajas
de enseñar "con amor y con halagos";
de la necesidad de fomentar la iniciativa de los alumnos con
la práctica del latín, del griego, hablados hasta
en las horas de recreación, declamado (para eso estaba
la retórica) en representaciones teatrales para
la sociedad medinense que lo aplaudía y comentaba, lo
mismo daba la tragedia de Jefté, la conversión
de san Pablo que la historia de Absalón, redactadas por
Acosta y a veces por los propios alumnos.
También
los "libros de texto" eran nuevos, aunque fuesen
de Erasmo y aunque los clásicos latinos como Terencio
u Ovidio fuesen expurgados puesto que se aprendían de
memoria ("ad pensum"). Los estudiantes no sólo
traducían; también llevaban al latín lo
castellano. Y escribían y declamaban sus composiciones
poéticas. Como dice Luis Fernández, que ha estudiado
esta dimensión del colegio de Medina, "pronto
se imitaba a Virgilio en castellano siguiendo la pauta de Boscán,
Garcilaso y otros renacentistas españoles".
Huellas de Boscán,
de Garcilaso y de tantos otros transmisores de su poesía
han encontrado los críticos de la literatura en el lírico
más encendido y, a la vez, transgresor de la lengua castellana,
san Juan
de la Cruz, que precisamente
en aquellos años de efervescencia estudiaba, eso sí,
como pobre y trabajando al mismo tiempo en el hospital de las
bubas, en el colegio de la Compañía con el nombre
de Juan
de Yepes, hay que repetirlo,
hecho y formado en Medina
del Campo. También recordaría, embelesado,
esta fase su hermanos Francisco: "tenía tanto
cuidado, que en breve tiempo supo mucho en la Compañía
de Jesús"; "diose tan buena maña
en su estudio, ayudándole en él Nuestro Señor,
que aprovechó mucho en poco tiempo".
El pedagogo Juan
Bonifacio recomendaba también la lectura al estilo humanista: "Los buenos libros son otra clase de maestros. Generalmente
cada uno es como los autores que lee". Y Medina fue un centro librario de especial agitación, durante
largo tiempo, en sus ferias y por sus ferias, uno de cuyos objetos
de tráfico era el libro: el impreso y encuadernado allí
o el venido de fuera y comercializado en la villa. De esta actividad
fue buen testigo el bibliófilo más exquisito de
la primera parte de aquel siglo XVI, don Fernando Colón,
que desplaza a sus agentes a estas ferias para captar ejemplares
buscados que engrosarían su opulenta y, a la vez, selecta "biblioteca colombina". Los educadores, erasmistas,
de Felipe
II se desplazaban a Medina para surtir la biblioteca del futuro rey con libros clásicos,
como hacía en 1545 Cristóbal de Estrella, maestro
de pajes del todavía príncipe.
Por fortuna es
este sector uno de los mejor conocidos, por lo que a la industria
se refiere, gracias a la monografía antigua y aun válida
del erudito Pérez Pastor. Investigaciones actuales han
alumbrado también las posibilidades de la comercialización
del libro desde Medina
del Campo. Las ferias
y sus oportunidades atrajeron a impresores y libreros (ambas
funciones no estaban entonces perfectamente divididas)
llegados de Francia o de Italia que se instalaron en Medina
del Campo y dieron
origen a dinastías afincadas en la villa como los Millis,
los Canto o los Boyer. Es preciso advertir que impresores y
libreros de esta alcurnia se impusieron sobre los miedos al
leer que fueron arreciando desde el ambiente inquisitorial y
los índices prohibitorios de 1559, todo desde Valladolid,
y que su actividad sobrepasó también el golpe
de gracia a las ferias dado por 1575. No obstante, la más
notable actividad ferial del libro coincidió con el mediar
del siglo XVI.
Fue por entonces
cuando Pedro de Medina> decía, y lo decía como observador directo de la
realidad, en su afortunado Libro de las grandezas y cosas memorables
de España (1548) y hablando del concurso internacional, "cosa muy de notar con tantas gentes, tratos y mercaderías" de sus ferias, y la ahora de especificar los tratos se fijaba,
como ejemplo, "vi muchas casas de mercaderes que sólo
en libros trataban, según fui informado, en diez o doce
mil ducados", que ya era decir.
>A las monografías
aludidas y a las clásicas historias de Medina
del Camporemitimos
a quien desee informarse de la literatura que salió de
sus prensas y que se vendía en esta feria internacional
permanente también del libro. Por su significado me permito
destacar la impresión de un libro singular, que sobresale
entre tantos y de todos los talantes (desde la más seria
teología hasta los amadises) como se imprimieron por
entonces. Me refiero a la edición del "Lazarillo" ignorada hasta escasos años, cuando se descubrió
su existencia entre otra decena de libros (todos sospechosos)
que, con él, habían permanecido emparedados (quizá
por miedo a la Inquisición)
desde el siglo XVI en una casa de la localidad extremeña
de Barcarrota. Se trata de la primera edición conocida
(hubo otra del año anterior que no se ha encontrado)
de un libro que tuvo tal éxito, que hasta cuatro veces
se imprimió en el mismo año, el siguiente a su
aparición. Hasta ahora se conocían tres de ellas
(de 1554): las de Burgos,
Alcalá y Amberes. Desde 1996, gracias al hallazgo casual
de la mínima biblioteca clandestina, se conoce otra impresión
de La vida del Lazarillo
de Tormes y de sus
fortunas y adversidades. M.D.LIIII, con el colofón: "Fue
impressa la presente obra en la muy noble villa de Medina
del Campo en
la imprenta de Mattheo y Francisco del Canto hermanos. Año
de M.D.LIIII". Poco después El Lazarillo sería prohibido,
y no volvería a aparecer hasta mucho más tarde
pero ya "castigado" por la Inquisición.
LOS NEGOCIOS
Y LO RELIGIOSO
En épocas
sacralizadas como aquélla resulta comprensible que Medina
del Campo estuviese
bien armada para satisfacer la demanda de primerísima
necesidad, para la oferta de lo religioso. Por supuesto de libros
espirituales, como puede verse en los inventarios que se han
conservado de alguna de sus librerías, bien surtidas
(como la de Boyer) de este producto. También de
servicios, fiestas, diversiones, sermones. De cofradías
devocionales o asistenciales con muchos hospitales que luego
se reducirían. De clero abundante para lo que se precisara
en su colegiata (con abad electivo, incluso después
de incorporarse con condiciones a la diócesis de Valladolid),
con su docena de parroquias en las que casi siempre los párrocos
eran pilongos. Buena parte de ellas -incluida la abacial
de San
Antolín- fueron construidas o reconstruidas y ornadas por los mercaderes
precisamente en los tiempos de mayor actividad ferial. No es
ningún secreto para los historiadores que tales construcciones,
así como fundaciones de obras pías, legados de
mandas piadosas, elección de enterramientos, eran recursos "expiatorios" por posibles pecados inherentes
al negocio del dinero, al comercio. Pero eran, también
y en mayor medida, exigencias de quienes buscaban afanosos,
además de sufragios para el gran negocio de la salvación,
el prestigio social en tales exhibiciones. Se trataba de formas
de inversión del capital con rentabilidades muy ambicionadas
por entonces.
Los conventos
eran otra necesidad. Los de monjas, incluido el de las arrepentidas,
como esperanza para la vocación o para el "acomodo" de tantas hijas de comerciantes y de no comerciantes que preferían
este estilo de vida al de la soltería, con más
intensidad, si cabe, a partir de la imposición y connaturalización
de la mentalidad tridentina y contrarreformista. Los de frailes
para implantar la presencia de la orden respectiva, con fuerte
espíritu familiar y en competencia con las otras órdenes
y familias religiosas que no podían faltar en ciudades
ricas y pobladas.
Medina> estaba bien surtida de frailes y monjas ya a mediados del siglo
XVI con conventos de órdenes mendicantes de origen medieval:
había dominicos y dominicas; franciscanos y claras; agustinos
y agustinas; trinitarios y hasta mostenses (premostratenses).
A mediados de siglo llegarían los carmelitas de Santa
Ana.
Y como señal
de modernidad no tardarían en asentarse los jesuitas
(1551) y las carmelitas
descalzas de la Madre
Teresa de Jesús (1567). De la Compañía ya hemos visto algo. Apenas
instalada, en ella ingresaron cuatro hijos de Rodrigo de Dueñas
y cinco de Antonio de Acosta. De la Madre
Teresa baste con recordar
la narración fresca que ha legado en su crónica
de la aventura fundacional. No quería fundadores exigentes
y quisquillosos (como solían ser casi todos) y
sí libertad, y por ello prefería lugares ricos
y, por lo mismo, con capacidad limosnaria. También por
ello y no por azar, pensó en Medinacomo primer destino de
la expansión de su experiencia de grupos de mujeres orantes.
Le habían contado tantas y tales cosas de las presencias
internacionales en la villa ferial, que, creyendo que por allí
habría hasta sacrílegos hugonotes (luteranos
los llamaba ella), al ver lo desguarnecido que quedaba
el Santísimo en la casona primitiva, no pudo menos de
exclamar: "¡Oh, válame Dios! Cuando yo
vi a Su Majestad puesto en la calle en tiempo tan peligroso
como ahora estamos por estos luteranos, ¡qué fue
la congoja que vino a mi corazón!".
>Hasta entrado
el siglo XVII no fundarían en Medina los hijos de Santa
Teresa>, y lo tuvieron
que hacer extramuros de la villa (como aconteció antes
con los franciscanos reformados). Era natural la resistencia
de las otras comunidades por la competencia que se les venía
encima en una villa que ya no era lo que había sido.
Sin embargo, justamente en aquel verano de 1567 en Medina germinó
su reforma masculina al dar la Madre con los dos carmelitas
(el maduro fray Antonio de Heredia y el joven Juan de Santo
Matía) que al año siguiente la iniciarían
en Duruelo.
En los tiempos
feriales, por lo tanto, Medina
del Campo estaba bien
surtida de servicios sacros y de otros productos exigidos por
la religiosidad popular, como, por no aludir a más, de
reliquias de todos los talantes, aunque el relicario de los
jesuitas todavía no se hubiera construido en toda su
riqueza conforme al estereotipo de los colegios de los colegios
de la Compañía. Dado el tráfico de reliquias
en el mercado, no sería de extrañar que en las
ferias de Media menudease este otro producto tan apetecido por
la piedad de todos o de casi todos.
Prescindiendo
de las reliquias y relicarios de iglesias, casas, personas (porque
se llevaban frecuentemente colgadas como dijes), me referiré
a una muy especial, de la que tanto se habló desde fines
del siglo XVI en Medinay fuera de ella: la del pedacito de carne del santo fray Juan
de la Cruz lograda
por su hermano vagabundo Dios sabe cómo. Era una reliquia
diminuta (como de un real de a dos). La maravilla (al margen
del poder taumatúrgico que se le atribuyó) consistía
en que desde 1594 Francisco comenzó a ver allí
el cuerpo entero de su hermano en el cielo, al principio en
los huesos por las penitencias; más tarde glorioso, con
la Virgen del Carmen, con el Niño, con la trinidad, con
casi toda la corte celestial. Según tantos testigos medinenses
como declararon, la reliquia actuó de imán de
incontables gentes (entre ellas el obispo de Valladolid) que,
como decían, contemplaban el milagro con sus propios
ojos. Se hizo un proceso, y a principios del siglo XVII fue
editada la "Relación de un milagro insigne que
Nuestro Señor obra continuamente en una parte de carne
del venerable padre fray Juan
de la Cruz" (1616). No sólo eso: el pintor Pedro de Soria, uno de
los afortunados con la visión del cielo en aquella redoma,
pintó una serie de grabados de lo que allí veía.
De forma que el primer escrito que salió a la publicidad
impresa y la primera iconografía de san Juan
de la Cruz, nada
amigo de reliquias, estuvieron motivados por una reliquia suya
que el propietario legaba, como la mejor joya, en su testamento,
que se intentaría comprar hasta por quinientos ducados
y que se convirtió en el atractivo de una curiosa inmigración
-distinta ya de la ferial- hacia Medina.
Como recordaría el hagiógrafo barroco del Santo,
Jerónimo Ezquerra (1641), "concurrieron no solamente
de Medina, sino de muchas leguas, infinitas gentes a verle y
venerarle. Y nuestro Señor correspondía con algunos,
como lo habían de menester con sus deseos, mostrándoles
en estas reliquias algunas cosas, aunque -concluye- los más
no veían nada".
MEDINA
DEL CAMPO Y SUS FERIAS
Medina
del Campo en el siglo
XVI fue, como cualquier otra ciudad de entonces con un potencial
demográfico similar, muchas cosas. Pero sobre todo Medina fue la sede de las más
importantes ferias de la Corona de Castilla y uno de los principales
mercados financieros de Europa. Situada en el centro de la Submeseta
Norte, que al mediar el siglo XV sobresalía ya como la
región demográfica y económicamente más
pujante de la península, desde muy pronto antes
incluso de esa fecha supo sacar provecho de la red
caminera que unía los más importantes núcleos
urbanos de la cuenca del Duero, la de mayor intensidad viaria
de todo el territorio nacional en el posterior Quinientos, siendo
éste de las comunicaciones un factor esencial que contribuirá
a afirmar, robusteciéndola, su temprana vocación
comercial. Durante casi dos centurias la que cierra
el Medioevo y la que abre las puertas a los tiempos modernos,
por atender a divisiones cronológicas convencionalesMedina
del Campo vivió
de y para sus ferias: el volumen de su población, su
estructura ocupacional, su fisonomía y estructura urbanas,
y tantos otros aspectos de su quehacer y bullir cotidianos,
mantuvieron una estrecha relación con el mercado de las
ferias, cada vez más desdeñoso, se apuntará,
a medida que fue transcurriendo el tiempo, de las actividades
propiamente mercantiles y, por el contrario, cada vez más
volcado hacia las operaciones estrictamente financieras.
Sin embargo,
tan íntima y, al tiempo, fecunda dependencia acabó
revelándose fatal para la villa éste
era en realidad su estatus jurídico y no el de ciudad una vez que las ferias comenzaron a declinar como consecuencia,
entre otros factores concurrentes, de las sucesivas prórrogas
en los "pagos", de las dificultades financieras
de la Hacienda Real (con su incidencia perturbadora, asfixiante,
sobre el crédito y las actividades privadas) y del
desplazamiento del centro de gravedad económico de la
península hacia Madrid y la periferia. A partir de entonces,
cuando en otras partes todavía no habían comenzado
a oscurecerse los brillos del "bello siglo XVI", Medina
del Campo se sume en
un larguísimo proceso de decadencia cuyas manifestaciones
más visibles las encontramos en el descenso rápido
de su población, en los cambios ocurridos en la composición
socioprofesional de su vecindario y en el deterioro físico
de su espacio urbano. Más aún: a raíz de
dicho viraje, que se confirma en el tránsito del siglo
XVI al XVII y que no hizo sino agudizarse después, Medina
se ruraliza y se vuelca a la tierra como única posibilidad
de subsistencia; de ciudad cosmopolita, abierta y eminentemente
comercial y financiera se convierte en núcleo cerrado
y rentista, manteniéndose en lo sucesivo gracias sobre
todo a la absorción de una parte nada desdeñable
del excedente agrario producido en los lugares de su Tierra.
Medina
del Campo era, ya en
el siglo XV, un importante centro mercantil. Las ferias, en
lo tocante a la contratación de mercancías, estaban
plenamente asentadas a comienzos de dicha centuria, y paulatinamente
fueron tornándose en la ocasión para efectuar
los pagos y ajustar las liquidaciones del tráfico comercial,
no ya sólo comarcal o regional, sino también nacional
e internacional, carácter que por lo que se refiere a
esta última vertiente les fue conferido por la corona
entre 1495 y 1505, al igual que a la feria de agosto de Rioseco
y a la de cuaresma en Villalón, convirtiéndose
así en centros de compensación del comercio exterior.
Es decir, Medina
del Campo cumplió,
desde fechas relativamente tempranas, aquella función
para la que estaba mejor preparada y dispuesta dentro del sistema
urbano del que formaba parte, sobre todo después de que
Valladolid se convirtiera en residencia de la Corte y de que
sus dos ferias anuales se eclipsaran progresivamente: la función
comercial, o sea, la de ser punto de confluencia de mercaderes
y tratantes que acudían allí a comprar y vender
y que poco a poco fueron constituyendo feria utilizando para
ello determinadas fechas del año los meses de
mayo y octubre coincidentes con momentos claves del
ciclo agrícola, tan determinante de las actividades económicas
en general. Tales reuniones, que al principio tuvieron un carácter
comarcal o, a lo sumo, regional, pronto desde mediados
del siglo XV al menos devendrían en nacionales
como consecuencia no sólo de la intensificación
de los intercambios interiores sino también del aumento
de las relaciones mercantiles con los países de la fachada
atlántica, singularmente con los Países Bajos,
tráfico éste precisado en no menor medida de unos
centros geográficos concretos en donde efectuar las contrataciones
y de unas fechas fijas en que poder ajustar las liquidaciones
posteriores (lo que en la jerga del mundo de los negocios
del momento se denominaba "hacer los pagos"),
las cuales habían de corresponderse en el calendario
con las de celebración de otras ferias europeas, acoplamiento
que al principiar el siglo XVI ya era, como se ha dicho, una
realidad.
|
Nuestras antiguas Ferias de los siglos XV y XVI en la Plaza Mayor de la Hispanidad de Medina del Campo |
Con el tiempo,
es importante recalcarlo, este segundo aspecto terminó
prevaleciendo sobre el primero. En otras palabras, las ferias
de Medinafueron perdiendo progresivamente su carácter de ferias
de mercaderías para transformarse en ferias de "pagos" y de "cambios", donde lo que se negociaba fundamentalmente,
a juzgar por las sumas que en virtud de tales operaciones se
cruzaban, eran deudas y alcances pendientes al tiempo que se
especulaba con el dinero y toda clase de efectos mercantiles
y bancarios. A consolidar esta transformación contribuyó
de forma definitiva el levantamiento, a fines de 1551, de la
prohibición de exportar metales preciosos, circunstancia
que hasta ese preciso momento (al igual que entre 1560 y
1566, y luego esporádicamente en algunos años
concretos) había obligado a los asentistas extranjeros
de la corona a adquirir bienes en Castilla materias primas básicamente con destino
a la exportación para poder reembolsarse, tras ser vendidos
en dichos mercados externos, de las cantidades previamente anticipadas
al monarca español en Italia, Francia o los Países
Bajos; como sin duda influyó también la ruptura
del eje comercial Burgos-Bilbao-Amberes
a raíz de la sublevación de los Países
Bajos y de la interrupción de la navegación directa
con España que, aunque nunca fue total, no sólo
supuso el comienzo del fin de la ciudad cabeza de Castilla,
sino que afectó además a otras localidades conectadas
a ese sistema, y entre ellas a la propia Medina,
provocando un desplazamiento de la contratación del tráfico
mercantil exterior hacia el sur y hacia los puertos, tanto del
Cantábrico y del Atlántico como del Mediterráneo.
Sin embargo,
la supremacía de los efectos escriturados y del papel
moneda negociable sobre las mercancías y el dinero contante
y sonante se veía venir desde el momento allá
por los años veinte del siglo XVI en que la Hacienda
Real escogiera las ferias de Medina
del Campo (y en
menor medida las de Rioseco y Villalón) como lugar
donde negociar con los hombres de negocios los anticipos que
precisaba, efectuar sus propios pagos y compensar a los asentistas
de la corona extranjeros fundamentalmente,
quienes, una vez resarcidos, aprovechaban la ocasión
para liquidar allí mismo las obligaciones que pudieran
tener con otros hombres de negocios. Pero como la mayoría
de esas obligaciones estaban en el exterior, es decir, en aquellas
ferias y plazas donde previamente habían conseguido aprontar
las cantidades que luego ellos adelantaban al monarca español,
lo que hacían sobre todo, al menos mientras estuvo vigente
la prohibición de la saca de la moneda y como una segunda
vía para repatriar sus capitales, era comprar en el mercado
de Medina cuantas letras de cambio hubiese sobre tales plazas entregando
por ellas libranzas recibidas de la corona.
Este cambio de
un tipo de papel por otro, aparte de atraer capitales, de inmovilizarlos
y de restar posibilidades a la inversión productiva,
repercutía negativamente también sobre el comercio
exterior. De hecho, muchas veces el montante de las exportaciones
castellanas no se repatriaba; de mano en mano se convertía,
como han sabido ver F. Ruiz Martín y H. Lapeyre, en libranzas
sobre uno de los bancos de las ferias de Medina.
En adelante, todo o casi todo dependía de
la prontitud con que esos "valores" pudiesen
convertirse en dinero de contado; esto es, de la diligencia
con que la corona fuese capaz de hacer frente a sus obligaciones
y de que lo hiciese además en los plazos convenidos.
Y al decir todo no nos referimos exclusivamente a la posibilidad
de financiar importaciones, asegurando mediante los retornos
la reproducción ampliada del capital mercantil autóctono,
sino a las disponibilidades para concluir otras operaciones,
ya comerciales, ya financieras, tanto en el interior como en
el exterior; operaciones, por lo demás, estrechamente
ligadas entre sí por el sistema de pagos aplazados y
dependientes en último término (o desde el
principio, según se mire) de la situación
financiera de la Real Hacienda, de su mayor o menor liquidez,
a la postre cada vez más supeditada a la llegada puntual,
y acorde con las expectativas creadas, de los tesoros americanos.
Este esquema
explicativo es válido también, al menos en cuanto
a su pieza fundamental la necesidad de que la inyección
de dinero representada por los pagos de la Monarquía
se produjera a su debido tiempo, después de
1561 o 1566, cuando el levantamiento de la prohibición
de exportar metales preciosos, si bien facilitó a los
asentistas extranjeros (ahora ya casi todos ellos genoveses)
la repatriación de sus capitales, motivó el apartamiento
de éstos de la actividad mercantil propiamente dicha
y creó dentro del país (amén de las
consecuencias negativas derivadas de ese drenaje continuo de
oro y plata, manifestadas en la elevación del precio
del dinero y en las dificultades para promover actividades comerciales)
nuevas sumisiones y dependencias.
El "desorden
de las ferias", expresión tomada de la documentación
de la época y que ha sido utilizada por los historiadores
para designar el período comprendido entre 1559 y 1578,
demuestra hasta qué punto el edificio ferial se cimentaba
sobre bases poco sólidas. Dicho desorden iba a estar
provocado precisamente por las prórrogas de los períodos
de pagos de las ferias, causadas a su vez por la incapacidad
de la corona, el primero y más importante deudor de todos,
para hacer frente a sus compromisos de pago en los tiempos convenidos.
El fenómeno, aunque no era nuevo, se generalizará
y alcanzará proporciones hasta entonces no conocidas
después de 1562, llegando a atentar muy seriamente contra
el reglamento general de créditos sobre el que se fundaba
todo el sistema. Desde ese momento las quiebras de los hombres
de negocios, presentes ya tras la primera suspensión
de consignaciones de 1557, se suceden y la suerte de unos arrastra
como en un torbellino a la de otros. Paralelamente, los grandes
financieros extranjeros pierden la confianza en las ferias de Medina:
en 1567, la República de Génova toma la decisión
de prohibir los "cambios" con España
si no fuese a tiempo limitado y a los lugares de feria, y poco
después, en 1571, se decide lo mismo en Lyón.
Por entonces, además, ya se habían comenzado a
librar letras de cambio con vencimiento a fecha fija (y
no sobre períodos de ferias, que no se sabía cuándo
podían concluir) sobre Madrid en conexión
con Alcalá de Henares, lo cual era una manifestación
más de la decadencia de las ferias de Medina y, por ende, de la ciudad que las acogía.
Lo peor, empero,
estaba aún por llegar. Después de unos años
en que los retrasos se acumularon, el decreto de 1 de septiembre
de 1575 por el que Felipe II suspendía por segunda vez
los pagos de la Monarquía y anunciaba la revisión
de los asientos hechos desde 1560, quebrantó todavía
más el crédito e hirió de muerte a las
ferias de Medina.
El caso es que éstas no volvieron a celebrarse hasta
finales de 1578, luego de la conclusión, en 9 de diciembre
de 1577, del medio general por el que se restablecía
a los genoveses en la posición de la que se les había
querido desplazar dos años antes. Pese al éxito
de las reformas de 1578 y 1583 y a que una relativa regularidad
presidió desde entonces su celebración, las ferias
de Medina no volvieron a recobrar su antiguo esplendor. El volumen de
los negocios, especialmente en su vertiente financiera, bajó
muchísimo y la competencia de Madrid y de Alcalá
era una realidad que las providencias dadas en 1571 y 1578 (mediante
las cuales se intentó imponer la prohibición de "cambiar" del extranjero sobre otro lugar que no fuesen las ferias de Medina) no consiguieron disipar. Es más, la Real Cédula
de 7 de julio de 1583 terminaría reconociendo la libertad
de "cambiar" para otras plazas siempre que no fuese durante los cien días
que duraban las ferias de Medina: en la práctica, sin
embargo, ello suponía el fin del monopolio de los "cambios" de Medina
del Campo y el reconocimiento
de la emergencia de Madrid como gran mercado financiero, en
donde desde hacía ya bastante tiempo venían concluyéndose
los asientos de la Monarquía. Y aunque por esta razón
la corona se abstuvo progresivamente de intervenir en las ferias,
circunstancia que a partir de entonces garantizaría el
regular funcionamiento de los pagos, tal alejamiento no podía
traer, paradójicamente, sino fatales consecuencias para
su futuro al faltarles buena parte del lubricante que antes
las animaba. El decreto de suspensión de pagos de 1596,
en virtud del cual Felipe II retomó nuevamente para sí
las rentas asignadas a sus acreedores, significó la muerte
definitiva de las ferias de Medina,
aun cuando legalmente su desaparición no se produciría
hasta la creación, a comienzos del siglo XVIII, de la
llamada Junta de Incorporación.
En 1575 tuvo
lugar otro acontecimiento que afectó de forma no menos
decisiva a las ferias de Medina
del Campo, y en particular
a lo que éstas conservaban de ferias de mercancías.
Nos referimos al aumento de las alcabalas, impuesto sobre el
valor en venta de cualesquiera bienes y productos, y a la correspondiente
supresión de las franquicias parciales de que gozaba
la villa durante los meses de feria, hechos que provocaron la
desbandada de mercaderes y comerciantes y la ruina de la contratación
privada. La subida de las alcabalas, en concreto, aun cuando
desde el Consejo de Hacienda tratara de justificarse con el
argumento de que el monarca no cobraba enteramente el tipo impositivo
al que tenía derecho, constituyó un serio quebranto
para el tráfico mercantil, amén de repercutir
negativamente sobre las actividades productivas urbanas. Medina,
muy afectada por el decreto de suspensión de pagos de
ese mismo año y por la abrogación de muchas de
sus franquicias y exenciones, rechazó entrar en el nuevo
encabezamiento que la asignaba, junto con los lugares de su
Tierra, una cantidad de 40 millones de maravedís anuales,
o sea, dos veces superior a la ofrecida por la villa, que a
su vez era casi el doble de la que había venido pagando
según el último encabezamiento general. El caso
es que las villas y lugares de la Tierra se encabezaron aparte
por un precio de 3.168.000 mrs., y para un período de
diez años, mientras que las alcabalas de Medina pasaron
a ser administradas directamente por el Consejo de Hacienda
a través del contador Luis Peralta, quien pese a exigir
la totalidad del gravamen el 10 % del valor de todo
lo vendido no pudo recaudar los 20 millones de maravedís
ofrecidos por la villa.
En 1576, y hasta
finales de 1580, Medina
del Campo volvió
a estar encabezada, pero en cantidades sensiblemente inferiores
a la solicitada para 1575. En 1582 y 1583 se encabezó
de nuevo por un precio de 17.750.000 mrs., aceptando más
tarde una prórroga hasta 1588. En este año consiguió
una nueva rebaja en el precio del encabezamiento que quedó
fijado en 16.062.365 mrs.; sin embargo, no pudo sostenerlo más
de dos años, pues en 1590 el concejo rechazó la
prórroga prevista para los años siguientes, y
solicitó una vez más el cobro directo por parte
de la Administración que, no obstante el rigor con que
se llevó a cabo, no sobrepasó los 11,5 millones
de maravedís.
Constituye esta
evolución, fundada en cifras absolutas y que, por tanto,
habría que deflactar pues se hallan afectadas en su valor
real por el alza de precios que caracteriza a la segunda mitad
de la centuria, la mejor expresión del derrumbe, no sólo
demográfico sino también y sobre todo
económico, que padeció la villa de las ferias
en los decenios postreros del Quinientos. Lo malo es que el
declive no había hecho entonces más que empezar
y que habrían de transcurrir más de doscientos
años para que Medina pudiera salir de su secular postración,
algo que no será realidad hasta su conversión,
ya en la década de los sesenta del siglo XIX, en nudo
ferroviario y centro de comunicaciones de primer orden, requisito
esencial para que empezara a descollar como importante centro
comarcal de distribución de productos y como incipiente
núcleo industrial.
Podríamos,
en consecuencia, concluir este breve apunte destacando que Medina
del Campo representa
un ejemplo revelador de las resistencias impuestas al cambio
socioeconómico a largo plazo; un buen exponente, en definitiva,
de la lentitud con que en Castilla se produjo la transición al capitalismo. Sin embargo,
si obráramos así no estaríamos sino subrayando
lo obvio. Es evidente que las ferias dieron vida a la villa
durante los siglos XV y XVI y la colocaron en un lugar preeminente
dentro del naciente capitalismo nacional e internacional. Pero
no es menos verdad que al mantener la actividad económica
en la esfera de la circulación y de la especulación
financiera apenas contribuyeron, a través de las inversiones
productivas fecundas, a la creación de riqueza y mucho
menos modificaron las viejas estructuras, las cuales salieron
reforzadas después de que los tratos y cambios languidecieran. Medina subsistirá en las centurias siguientes como una ciudad
eminentemente rentista, como sede de unas cuantas instituciones
eclesiásticas y lugar de residencia de unos pocos privilegiados
que se apropiaban de una parte sustancial del producto del trabajo
de la mayoría, en un área que rebasaba por otra
parte los límites de su término municipal. La
lógica profunda del sistema socioeconómico en
que se hallaba inmersa, aquella que venía determinada
por la primacía se mire como se mire de los
elementos feudales sobre los capitalistas, de las relaciones
de producción y distribución dominantes sobre
las de intercambio, acabó por imponerse y condicionó
la evolución posterior de la villa (como la de la
propia Castilla),
no sólo impidiendo su recuperación tras el declive
de las ferias, sino también recortando sus posibilidades
de crecimiento de cara al futuro, incluso si el análisis
se circunscribe a la única alternativa viable que le
quedaba: la alternativa agraria.
Pero la decadencia
de Medina
que es en primer lugar la de sus ferias, nos ilustra también
acerca de las responsabilidades que en este hecho particular
(y en general en la inversión de la tendencia del
siglo XVI) cupo a una determinada política dinástica
y a los dispendios sin cuento que la misma traía aparejados.
Porque fueron los avatares de las finanzas estatales y el incesante
crecimiento de la deuda pública, junto con el incremento
de la presión del fisco regio, los factores que a la
postre dieron al traste con el edificio ferial. El crédito
público, en su progresión desordenada, se impuso
en la España del siglo XVI, con lo que ello suponía
de absorción de capitales privados y de extensión
de la fiscalidad, y acabó sometiendo a sus designios
al crédito privado, ése que en su desenvolvimiento
armónico había facilitado, si no propiciado, la
fase de crecimiento económico iniciada en Castilla
en el fundamento de la actividad ferial. En suma, la ruina de
las ferias de Medina
del Campo constituye
también una manifestación más de cómo
los intereses del país y de la economía en general
fueron supeditados a los de la Real Hacienda y a la voluntad
de los Habsburgos españoles de conservar hasta la extenuación
su hegemonía política en el exterior.
SIMON
RUIZ: MENTALIDAD Y VIDA COTIDIANA
En los momentos
de mayor esplendor de sus ferias, Medina
del Campo se nos presenta
como un importante núcleo poblado, populoso y de ran
densidad, un centro urbano de los más destacados de la
Península. En ese momento, era fácil encontrar
por sus calles personajes muy relevantes en el panorama nacional
e internacional. Gran centro financiero, pero a la vez también
político y cultural, la villa del Zapardiel acogió
durante los siglos XV y XVI a un buen número de grandes
personalidades de todos los campos. Si tuviéramos que
elegir a uno de ellos como representativo del momento, la elección
tendría que recaer en un hombre de negocios. En este
campo, una de las figuras más señeras era la de Simón
Ruiz Envito. En él
encontramos al mercader y banquero más representativo
del último episodio de las grandes ferias medinenses.
Por muchos motivos,
la trayectoria de Simón
Ruiz Envito es la que
mejor ilustra el período histórico al que ahora
nos aproximamos. Al respecto, hay que señalar su devenir
personal, el papel de primera línea que desempeñó
durante muchos años en su profesión y su estrecha
vinculación a Medina.Quizá ningún
otro personaje histórico de la villa ha conseguido la
proyección lograda por él, una proyección
que llega hasta el momento actual con su impresionante Hospital
y con la Fundación que lleva su nombre. Todo esto sirve
para que su figura supere, desde un punto de vista local, la
de cualquiera de sus coetáneos. Pero también a
otro nivel destaca su singularidad, tanto, que puede decirse
que en el ámbito internacional su trayectoria sólo
es comparable con la de otro hombre de negocios de primerísima
fila: la del italiano Francesco di Marco Datini, mercader afincado
en Prato (muy cerca de Florencia) que desarrolló
su actividad en la segunda mitad del siglo XIV. Ambos guardan
una notable afinidad en su evolución comercial y personal,
y ambos nos han legado unos fondos documentales, relacionados
con sus actividades, que constituyen archivos de primera magnitud.
Simón
Ruiz nace en Belorado
(Burgos)
en una fecha incierta, aunque Henri Lapeyre apunta en torno
al año 1525 ó 1526. Su familia debía de
estar vinculada al pequeño comercio de lana y productos
textiles, ocupando una posición socio-económica
modesta. Nuestro protagonista se inicia a una edad temprana
en los negocios, y con 21 ó 22 años ya se establece
por su cuenta. En ese momento, traba relación con Yvon
Rocaz, un mercader de Nantes. Éste le envía fardos
de lienzos bretones que él se encarga de vender en los
circuitos feriales de Castilla. En torno a 1550 Simón
Ruiz busca nuevos horizontes profesionales, y por ello deja
las tierras burgalesas y se establece en Medina
del Campo, que en ese
momento conocía una pujante actividad mercantil.
Desde Medina
del Campo, S.
Ruiz comienza
a ampliar su negocio de compra-venta de tejidos. Todos los autores
coinciden en señalar su buen criterio comercial, que
le reporta en poco tiempo unos destacados beneficios. En 1551
interviene por primera vez en una sociedad capitalista de cierta
entidad junto a Juan de Orbea, tesorero de Aragón. A
partir de ese momento se suceden diferentes sociedades en las
que S.
Ruizparticipa asiduamente
aportando un porcentaje variable del capital. Comienza a desarrollar
una extensa red de enviados y corresponsales que se extiende
poco a poco por las principales ciudades europeas (Lisboa,
Valencia, Génova, Rouen, etc.). Además, consolida
sus relaciones con Nantes, ciudad en la que residía su
hermano Andrés. Aunque cada vez tiende a participar en
actividades más variadas, la compra y venta de telas
(sobre todo bretonas y flamencas) termina por consolidarse
como el principal pilar de sus negocios.
Durante la década
de 1560 nuestro personaje continúa su imparable ascenso
económico. Algunos problemas legales (como los de Miranda
de Ebro de 1564), o algunos contratiempos en sus inversiones
(como los de Sevilla de 1567) constituyen obstáculos
que parece superar sin el mayor contratiempo. En 1572 intensifica
sus relaciones con Lisboa y unos años después
aumenta su vínculo comercial con Flandes. Los estudiosos
coinciden en señalar la fecha de 1576 como el momento
en que la carrera de Simón
Ruiz se consagra definitivamente.
En ese año inaugura sus actividades como gran hombre
de negocios, y lo hace nada menos que convirtiéndose
en acreedor de Felipe II. Esta cuestión tiene para F.
Ruiz Martín una gran trascendencia, pues refleja la buena
posición y la absoluta solvencia de S.
Ruizy le pone a la
altura de los mayores banqueros del momento, como los Spínola
o los Fuggers.
En la década
de los 80 se dedica fundamentalmente a las finanzas, aunque
nunca desatiende el comercio textil. Finalmente, en 1592, con
66 ó 67 años, Simón
Rui>z funda con su sobrino Cosme la que sería su última
sociedad, tras lo que se retiró de la actividad comercial.
Desde ese momento, y durante los últimos cinco años
de su vida, se dedicó por completo a la construcción
de un gigantesco Hospital que decidió levantar en las afueras de Medina.
Para terminar
este breve esbozo en torno a la trayectoria profesional de Simón
Ruiz, hay que llamar
la atención sobre algunos aspectos de su carrera que,
en cierta medida, ejemplifican el surgimiento de la banca moderna
y del sistema crediticio capitalista. Por un lado, hay que resaltar
su trayectoria de hombre de negocios que, partiendo de una posición
social humilde, logra el ascenso merced a su inteligencia y
habilidad mercantil. Por otro lado, con él asistimos
a la transformación que va del mercader al banquero.
Es decir, del comercio con determinados productos al comercio
con dinero. Esta es una evolución importante, que supera
definitivamente la figura del cambista medieval y será
esencial en el posterior desarrollo económico de Europa.
Por último, hay que señalar su participación
en la difusión de la letra
de cambio y en el desarrollo
y perfeccionamiento de las incipientes sociedades mercantiles.
Pero si sobre
las actividades comerciales de Simón
Ruiz poseemos un extensísimo
volumen de información, es muy poco, en cambio, lo que
sabemos sobre su vida privada, sus costumbres, sus hábitos
y su mentalidad. Su reserva en este punto es siempre extrema,
y sus escritos nunca sobrepasan las cuestiones estrictamente
profesionales. Incluso en su correspondencia personal escasean
aquellos datos que no tienen que ver con la marcha de sus negocios.
Esto parece apuntar que su vida giraba fundamentalmente en torno
a sus actividades comerciales. Su notable inteligencia, su habilidad
para interpretar las informaciones, su prudencia, su gran decisión
para arriesgar en el momento oportuno, eran cualidades que siempre
debían estar ocupadas en sus negocios. Por ello, no es
de extrañar que el matrimonio sea entendido por nuestro
personaje como un medio para lograr el ascenso social (como
ocurre cuando se casa en 1561 con María de Montalvo,
descendiente de uno de los mejores linajes de Arévalo)
o para aumentar todavía más su riqueza (como él
mismo señala sobre sus segundas nupcias con Mariana de
Paz en 1574). Incluso en la correspondencia mantenida con su
hermano Andrés se hace patente en no pocas ocasiones
la excesiva preocupación de S.
Ruiz por el dinero,
lo que motiva ciertas críticas y algún reproche
de su hermano.
La institución
familiar tenía una gran importancia en el siglo XVI en Castilla.
Se trataba de un familia extensa, que englobaba a varias generaciones
y que incluía a los criados y a los sirvientes domésticos.
Si a esto unimos un elevado número de hijos, nos encontramos
ante familias muy amplias. La familia Ruiz era extensa y, en
cierta medida, venía a constituir el cauce natural que
guiaba una estrechas relaciones comerciales. Esto puede deducirse,
al menos, de los vínculos mantenidos entre Simón
Ruiz y sus hermanos
y sobrinos, que son siempre indudablemente más estrechos
con aquéllos con los que compartía empresas comerciales.
Un aspecto esencial en la biografía de nuestro protagonista
tiene que ver con el mundo familiar. Nos referimos a su falta
de descendencia. Hay que suponer que la ausencia de hijos, es
decir, de continuadores de su labor, debió repercutir
severamente en su carácter. Quizá este es un argumento
importante a la hora de considerar las decisiones finales de
su vida, sobre todo las tomadas a la hora de buscar un sucesor
para sus negocios, de mantener su estirpe y nombre a través
de la fundación de dos mayorazgos y de inmortalizarse
con la gigantesca obra del Hospital.
La vida privada
de Simón
Ruiz transcurre fundamentalmente
en Medina
del Campo(con la
excepción de la docena de años que separan 1581
de 1593, y que pasó en Valladolid siguiendo los pleitos
que tenía abiertos en la Chancillería). Su
casa de la calle de Ávila (hoy
calle Simón Ruiz)
debió constituir el centro de su universo personal. Según
H. Lapeyre debía ser una casa amplia y bien acondicionada,
una construcción con un exterior en nada especialmente
llamativo, y con una organización de las estancias dispuestas
en torno a un patio interior.
Gracias a los
inventarios de bienes que se realizaron en 1571 y 1597 (conservados
en el Archivo Simón
Ruiz en el
Archivo Histórico Provincial de Valladolid) podemos
conocer cómo era el mobiliario y la decoración
que la adornaba. Lo primero que llama la atención es
la riqueza y calidad de los muebles y del menaje. La casa de Simón
Ruiz atesoraba numerosísimos
objetos de gran valor, muchos de ellos realizados en materiales
nobles y algunos procedentes de puntos muy distantes (como
los escritorios de Alemania, las alfombras de las Indias portuguesas,
las sábanas de Holanda y Rouen, las servilletas de Francia,
etc.). En su conjunto, encontramos una residencia de gusto
refinado y cosmopolita, propia de alguien que pertenecía
a la clase social más elevada y que se encontraba perfectamente
integrado en la oligarquía local (S.
Ruiz, al igual
que su hermano Vítores, fue regidor de Medina).
Pero también, y no se puede olvidar, se trata de la residencia
de alguien que acaba de lograr el ascenso a la hidalguía
y que, por tanto, debe hacer una cierta ostentación de
su posición desahogada.
Como ejemplos
de lo señalado, en la documentación de 1571 encontramos
algunos elementos de ornato de gran calidad como "...una
alhombra turquesa con çinco escudos de armas de la señora
doña María de Montalbo...", "...tres
rreposteros con sus armas, uno biejo y los dos nuebos..."
y "...seis almoadas de terçiopelo e damasco carmesí..."
A su lado se citan con frecuencia joyas y objetos de oro y plata
como "...una escrivania guarnesçida de plata
de la India...", "...una sarta de perlas
que contiene dosçientas e sesenta y dos perlas...",
"...una sarta de ochenta e quatro çarçamoras
con sus granates e guarnesçidas de oro...".
Con frecuencia se trata de objetos con significado religioso,
entre los que destacan "...una cadena de oro de siete
bueltas con su Agnus Dei,...", "...una cruz
con quatro esmeraldas y dos rubies y tres perlas...",
"...un rosario de cristal con çinco extremos
de oro e zinquenta pieças de cristal..." y
"...un rrosario de ébano grande...".
También la vajilla es rica, y una prueba de ello es que
se menciona expresamente un buen número de objetos de
plata, entre los que sobresalen 23 platitos, 8 platones, 5 escudillas,
4 candeleros, un confitero, un brasero pequeño, una olla,
una fuente grande, un salero, varios jarros, 11 cucharas, 5
tenedores, etc. También encontramos un abundante número
ropa y retales de tejidos, generalmente de una calidad muy destacada,
como ocurre, por ejemplo, con "...veinte e tres tirillas
de Cambray labradas de punto rreal e cadeneta...",
con "...otro jubón de telilla de oro y seda
morada...", o con "...un jubón de
rraso pardo con trençillas de seda e oro...".
Por si fuera poco, encontramos además en la casa algunas
obras de arte, en especial pinturas y esculturas. En su mayoría
abordan temas religiosos y estaban dispuestas en el oratorio.
Resaltan las pinturas de San Sebastián, Santa Catalina,
San Françisco y Nuestra Señora. Junto a ellas
se anota en el inventario "...un rretablo grande de
alabastro con la imagen de San Jerónimo y los quatro
evangelistas y dos apóstoles...todo dorado".
Lo señalado
hasta aquí se completaba con una cocina bien surtida
de trébedes, morillos, calderas, tinajas, cazuelas de
cobre, cazos, asadores, jarritos, parrillas, etc.. Igualmente
bien abastecida estaba la bodega, en la que incluso se mencionan
algunas cubas de vino "anexo". Finalmente,
la cuadra de la casa contaba con todos los arreos y accesorios
necesarios para el tiro y la monta de animales. También
aquí llaman la atención la calidad de las piezas,
puesto que se menciona "...una alabarda con pasamanos
de plata y seda...". Resulta curioso que entre estos
últimos objetos se mencione "...una espada de
Toledo con su guarniçión pabonada" acompañada
de su "...vaina de terçiopelo" ; lo que
puede estar relacionado tanto con la necesidad que tendría Simón
Ruiz de ir armado cuando
llevaba encima importantes sumas de dinero, como con la exteriorización
de una posición social elevada cuando realizaba salidas
a caballo.
En esta misma
línea se sitúa el inventario en 1597. En ese momento,
sin embargo, la posición de nuestro protagonista parece
todavía más acomodada. Un prueba de ello es que
el número de alfombras, reposteros, piezas de vajilla,
muebles, etc., ha aumentado considerablemente ; e incluso, podría
decirse que estas piezas son de mayor calidad que las de 1571.
Así, abundan los tejidos y objetos de la India (conseguidos
generalmente a través del lisboeta Hernando de Morales).
En lo que se refiere a textiles, y junto a las telas Holandesas
y francesas, encontramos también sedas de Granada. E
incluso las espadas han aumentado en número, y ahora
son ya dos las que se registran en el inventario. Pero, sobre
todo, llaman la atención las joyas. Entre ellas destacan
algunas realmente fabulosas, como "...una çintura
de piezas de oro en que ay treinta y seis piezas y en ellas
engastados quarenta y ocho perlas y tres diamantes, uno grande
y dos pequeños, e nuebe rrubis y ocho piedras de esmeralda...".
Hay también sortijas y collares, y todo tipo de objetos
de ámbar y coral. En algunos casos, se anotan joyas que
habían sido empeñadas por sus dueños, lo
que nos abre una nueva faceta de Simón
Ruiz, que pudo
actuar como prestamista de la pequeña nobleza local durante
sus últimos años. También son más
numerosos los objetos de plata, que se refinan para dar cabida,
por ejemplo, a un perfumador y a un dedal. Entre las obras artísticas
encontramos los retratos al óleo del banquero y su mujer,
de los que se da cuenta en su ficha correspondiente dentro de
este mismo catálogo. Finalmente, la cocina y la despensa
también aparecen muy bien surtidas. En ellas encontramos,
por ejemplo, "...çinco ollas de barro con un
poco de conserba y miel..." y "quatro barriles
de açeitunas de Sevilla...".
En uno y otro
inventario sorprende la ausencia de una biblioteca relevante.
Se citan tan sólo unos pocos libros, en su mayor parte
de temática religiosa, que parecen apuntar la escasa
afición a la lectura de la familia. Quizá esto
pueda relacionarse con la propia formación de Simón
Ruiz, que hemos de
suponer con un enorme sentido práctico y una inteligencia
formada fundamentalmente a partir de su contacto con el mundo.
Entre los títulos de carácter profanos que se
describen destacan algunas novelas de gran éxito en la
época. Las referencias quizá aludan a las ediciones
impresas en la propia Medina. Este puede ser el caso de "...un
libro de caballerías que se intitula Espejo de Príncipes...".
Para completar
esta breve aproximación a la mentalidad de Simón
Ruiz, nos parece necesario
abordar el tema de su profunda religiosidad. La mayor parte
de los investigadores resaltan el gran sentimiento religioso
de Simón
Ruiz, así como
sus consecuencias respecto a importantes obras piadosas. A pesar
de ello, no dejan de reconocer (como hace H. Lapeyre)
que sus actividades comerciales bordeaban con frecuencia, cuando
no rebasaban por completo, los estrechos límites dispuestos
por la doctrina de la Iglesia Católica en temas tan controvertidos
como la prohibición del préstamo con interés
y de todo tipo de actividad usuraria.
La religiosidad
de la Castilla del siglo XVI debió constituir un fenómeno de
enorme complejidad, en el que indudablemente convivieron actitudes
todavía medievales con valores de nueva creación
impulsados por la Contrarreforma. En este aspecto, el estudio
de las disposiciones contenidas en el testamento de nuestro
protagonista puede resultar de enorme interés. Aunque
se trata de un tipo de documento que estaba generalmente muy
codificado y que poseía una rígida formulación,
en ocasiones es posible entrever en él algunos aspectos
relevantes de la vida interior del ordenante, tal y como ha
puesto de relieve el hispanista francés Daniel Baloup
en sus más recientes trabajos.
Pues bien, si se analiza con cierto detalle el contenido del codicilio de Simón
Ruiz, se observa un
acusado y constante sentido religioso. Pero también se
aprecian otras cuestiones que sobrepasan ampliamente este campo
de acción. Además, en el plano religioso-pietista
se observan algunas paradojas. La más importante es la
que contrapone la angustia del individuo que aspira a la salvación
de su alma (que es un sentimiento encuadrado plenamente en la
Contrarreforma) con algunas creencias que hunden sus raíces
en el Medievo. Entre estas últimas destacan los medios
escogidos para lograr la salvación: la celebración
de misas por el difunto y las intervenciones caritativas. En
el primer caso, las "... mil y quinientas missas..." encargadas por Simón
Ruiz parecen entroncan
perfectamente con la idea medieval del Purgatorio y de la "contabilidad
del más allá" que ha sido estudiada por
Chiffoleau. En el segundo caso, tanto la asistencia a un determinado
número de pobres el mismo día del óbito,
como la descomunal obra del Hospital,
se podrían enmarcan plenamente en el sentido que tenía
la caridad medieval. Como ha señalado Luis Martínez
García al estudiar el fenómeno asistencial burgalés,
se trata de una caridad que primaba la proyección social
del benefactor sobre cualquier otra consideración de
solidaridad o de alivio del sufrimiento hacia los semejantes.
Quizá sólo se entiende debidamente el proyecto
del Hospital
General si se contempla
como una muestra fehaciente de la espléndida posición
de su fundador. En este sentido resultan evidentes sus similitudes
con El Escorial levantado por Felipe II. Tal y como señala
Falah Hassan Abed Al-Hussein, hay que considerar que la obra
del Hospital General que S. Ruiz emprende suponía, en
buena medida, el "deseo de perpetuar una fortuna brillante,
mantenida más allá de la muerte de su gestor".
Por último,
y enlazando con este último aspecto, aunque en otro sentido,
hay que considerar otra cuestión planteada extensamente
por Simón
Ruiz en su testamento.
Nos referimos a la continuidad familiar y a la consolidación
y afianzamiento de la posición lograda por su linaje.
Con este fin crea dos mayorazgos ricamente dotados. Pero en
las disposiciones que establece al respecto, de nuevo puede
apreciarse la paradoja que le sitúa a medio camino entre
el mundo todavía medieval y el ya plenamente moderno.
Por un lado, destaca su empeño en consolidar y mantener
el ascenso social que su acceso a la hidalguía había
supuesto. En ello se deja ver el carácter inmovilista
de la sociedad medieval, con una rígida división
entre estamentos que sólo algunos logran rebasar mediante
la riqueza económica y el acceso a los cargos políticos,
tal y como ha puesto de manifiesto Mª Isabel del Val Valdivieso
en alguno de sus más recientes trabajos sobre la sociedad
de Medina
del Campo. De otro
lado, y más acorde con la mentalidad moderna, destaca
el deseo de perpetuar su memoria, y de proyectar su figura sobre
los tiempos venideros. Para ello dispone que quienes ocupen
su primer mayorazgo "...se llamen por sobrenombre y
apellido Ruyz Envito, primero que otro apellido y sobrenombre,
y assi firmen todas sus cartas y escrituras y letreros de paredes
y reposteros, y otras cualquier cosas en que se pongan sus nombres,
y traigan mis armas sin mezcla de otras armas algunas...".
19-09-04
- LA FERIA DE MEDINA DEL CAMPO Y ZAFRA TENÍAN BASTANTE
RELACIÓN EN EL SIGLO XVI
Las
ferias de Medina
del Campo y Zafra tenían bastante relación en la segunda
mitad del siglo XVI con lienzos y textiles. Así lo manifestó
el director de Museo
de las Ferias de Medina
del Campo, Antonio
Sánchez del Barrio en la inauguración de la exposición 'Estampas
de ferias y mercados (siglos XVIII-XX)'.
Muchos
lenceros procedentes de Zafra iban a las ferias Medina
del Campo y otros instalados en Medina acudían
a la Feria de San Miguel para realizar sus intercambios de manufacturas
textiles en el siglo XVI. Destacó además, que
en el siglo XIX las ferias de Medinas son agropecuarias y en
Zafra ganaderas y los de Medina
del Campotenían relación para realizar operaciones con
ganaderos en esta ciudad.
Antonio
Sánchez,
destacó que la exposición de "Estampas
de Ferias y Mercados (siglos XVIII-XX) organizada con motivo
del Congreso Internacional 550 Feria de San Miguel de Zafra
y se quiere llamar la importancia que han tenido estas reuniones
comerciales, autentico eslabón entre las grandes ferias
de tipos medievales y modernas, etcétera.
En
la muestra hay en total medio centenar de grabados, aunque en
la colección son 300 y las exposiciones se adecuan a
las características de la sala y algunos son de un mismo
marco y destacó uno de la Feria de Sevilla y otros de
Madrid que se pueden contemplar que son de una gran calidad.
La exposición contiene una parte de los fondos que tienen
en el museo dedicado a las ferias en Medina
del Campoy reune grabados de mercados callejeros, propias ferias y villas.
La muestra estará abierta hasta el 7 de octubre en el
Centro Cultural Santa Marina de Caja Badajoz en horario de 12
a 14 y 19 a 21 horas.
Más
información al respecto...
De las Ferias medievales a las ferias de cambios del siglo XVI .
06-01-10
- Las antiquas ferias de Medina del Campo; investigation historica
acerca de ellas.
Fuente: INVESTIGACIÓN
HISTÓRICA ACERCA DE ELLAS
09-02-10
- LAS ANTIGUAS FERIAS DE MEDINA DEL CAMPO
Las
antiguas Ferias de Medina del Campo. (documento pdf
03-10-10 - El Archivo Provincial restaura y cataloga legajos de 187 pueblos que se remontan a 1250
Las ferias y mercados y las fiestas taurinas son las señas de identidad del patrimonio documental de los ayuntamientos vallisoletanos - TERESA LAPUERTA | VALLADOLID.
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En el año 1287 Sancho IV confirma un privilegio de Fernando III otorgando el fuero a Torrelobatón. En el documento conviven el latín y el castellano. |
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Sevilla, 10 de octubre de 1250. Fernando III, por la gracia de Dios rey de Castilla y de Toledo, de León y de Galicia, de Sevilla y de Córdoba, de Murcia y de Jaén, otorga al concejo de Villalón de Campos la celebración del mercado un día a la semana todos los sábados, «con sus fueros y sus derechos». Además, el rey advierte firmemente en el castellano antiguo del escrito que «ninguno sea osado en embargar ese mercado» y que aquel que contravenga la prerrogativa «peche con trescientos maravedíes». La carta plomada que recoge la confirmación que El Santo hace del privilegio concedido por su abuelo al municipio villalonés es el documento municipal más antiguo que se conserva en la provincia y, en la actualidad, se encuentra custodiado en el archivo del pueblo.
Varios son los testimonios escritos sobre concesiones o renovaciones de privilegios reales -actas solemnes para las que se utilizó el pergamino hasta el reinado de Carlos III- que atesoran los pueblos vallisoletanos y que, gracias a la labor del Archivo Provincial ya están localizados, catalogados y, en muchos casos, restaurados por los alumnos de sus talleres. Se trata de auténticas joyas que dan testimonio de la historia de 187 municipios (el 98,2% de la población de la provincia) y que en los últimos años han sido archivadas por este servicio de la Diputación, uno de los más avanzados y completos de España.
Una treintena de años después de confirmado el privilegio villalonés, Sancho IV hacía lo propio con el fuero otorgado por El Santo a Torrelobatón. La concesión real se recogió en un pergamino de 1287 en el que conviven el latín y el castellano, una peculiaridad que lo hace único, como única es también la prebenda de Felipe II a Villavicencio de los Caballeros. En este caso, el texto confirma el privilegio por el que en el año 1030 la Abadía de Sahagún concedió el fuero al municipio, el primer Fuero de León otorgado a una villa de jurisdicción señorial y no de realengo.
Pero el valor de los documentos recapitulados de forma titubeante desde 1990 e ininterrumpida desde 1993- alrededor de seis mil metros lineales recogidos en cincuenta mil cajas- no solo reside en su antigüedad porque, tal y como explica el jefe del servicio, Carlos Alcalde, «todos ellos son muy importantes desde el punto de vista histórico. Las actas dan fe de las decisiones políticas que se adoptaron y las cuentas, de si éstas llegaron a hacerse realidad. También son muy habituales los documentos relativos a las deslindes de terrenos, con problemas que han llegado hasta nuestros días».
En lo que a patrimonio histórico documental se refiere, las actas y las cuentas son los legajos más habituales de los conservados en los pueblos vallisoletanos y, de entre ellas, destacan las de Villalón, cuyo Libro de Acuerdos del Concejo (1421-1464) no solo es el más antiguo de la provincia sino que, además, han tenido continuidad, ya que el Ayuntamiento conserva los documentación sobre las decisiones de sus políticos municipales prácticamente sin lagunas hasta nuestros días.
la villa terracampina custodia otra de las curiosidades documentales halladas por los archiveros provinciales: la Ordenanza de Gremios de 1434, en la que se regula desde la organización de cada uno de los oficios, hasta las calles en las que debían situarse los comerciantes durante las ferias o las sanciones relacionadas con el mal uso de las pesas o medidas
Los mejores, en el norte
«Los documentos mejor conservados se encuentran en el norte, aunque a veces no sabemos por qué desaparecen algunos y se mantienen otros, puede ser por descuido, por incendios.... También te encuentras con casos que no te esperas como la riqueza patrimonial que atesoraban pueblos como Cubillas o Santibáñez de Valcorba», explica el archivero, quien añade que la circular de 1943 en la que el Ministerio de Gobernación alertaba sobre la escasez de papel y la necesidad de entregar todos los impresos viejos para el reciclaje ha hecho mucho daño a este patrimonio histórico. Casos más específicos son, por ejemplo los relativos a Olmedo, que carece de documentación anterior a 1800, o a Medina del Campo, cuyo archivo se quemó en 1521, durante el asedio de las tropas imperiales.
Pero si algo singulariza la documentación histórica que conserva la provincia son las fiestas de los toros y las ferias. Tal y como apunta Alcalde, los legajos relativos a las ferias y mercados del triángulo formado por Medina de Rioseco, Villalón y Medina del Campo son, junto a la de Burgos, los más ricos de España; «no en vano, Medina del Campo era para Castilla en el siglo XV lo que Nueva York en la edad moderna. Era allí donde se decidía el precio de las cosas».
En cuanto a los toros, las investigaciones del Archivo Provincial han hecho posible documentar la celebración de encierros en la provincia desde el siglo XV, aunque la tradición o juego de toros se remonte al siglo VII (Julio Caro Baroja la cita en una carta del rey godo Sisebuto). Portillo, por ejemplo, tiene acreditadas fiestas taurinas en las Cuentas de Propios de 1471, si bien la palabra 'encierro' no está documentada en el municipio hasta 1536. También se refiere a la fiesta la ordenanza de la Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar de 1499, hallada en el archivo de Santibáñez de Valcorba, un valioso 'protoincunable' recuperado asimismo por el servicio vallisoletano.
En estos días en los que tanto se habla de la tradición taurina española, Cuéllar se convierte en un referente fundamental, ya que en el Archivo Parroquial de la villa segoviana se conserva el primer legajo histórico que atestigua la celebración de encierros en la piel de toro: una sentencia arbitral del sínodo de la Diócesis de Segovia, de 1215, en la que se prohíbe textualmente a los clérigos que «jueguen a dados, ni acudan a juegos de toros».
A lo largo de estos años el Archivo Provincial ha organizado en los pueblos 83 exposiciones para mostrar los hallazgos históricos y acercar de forma didáctica a los vecinos la riqueza documental que atesoran sus ayuntamientos, unas muestras locales que, en ocasiones, se han complementado también con exposiciones temáticas elaboradas gracias a los legajos catalogados en varios municipios.
Depósito sin seguridad
Aunque el objetivo de la Diputación es que los ayuntamientos custodien sus propios archivos, desde principios de este mismo año se les da también la posibilidad de custodiar su documentación más singular en las propias instalaciones del Archivo Provincial, ubicado en la calle Doctor Villacián. La oferta se dirige a aquellos ayuntamientos que cuentan con patrimonio histórico anterior a 1800 pero no disponen de los medios de seguridad adecuados (alarmas conectadas, vigilancia...), a los que les recomienda que los depositen indefinidamente para su conservación o difusión, aunque conserven la titularidad de los mismos.
«La recuperación del patrimonio histórico documental es una labor secundaria del Archivo Provincial, nuestra principal misión y lo que nos diferencia de lo que se hace en otras provincias es la de facilitar a los ayuntamientos las herramientas necesarias para que tengan su documentación actual en orden, para que sepan dónde buscarla y cómo acceder a ella». Alcalde explica que, para ello, el servicio de la institución provincial ha distribuido los ayuntamientos en cuatro grandes grupos, según su volumen de trabajo administrativo, para realizar una labor de mantenimiento de su producción con carácter anual, bianual, trianual o quinquenal.
El responsable del archivo matiza, además, que hasta la fecha la documentación que se selecciona para los diferentes archivos es la original, aunque es inminente que la compulsa electrónica permita dar también un valor a las copias de los escritos actuales. En cualquier caso -añade- en las actualizaciones se va seleccionando lo que se digitaliza, porque hay un 60% de la información que generan los ayuntamientos que está duplicada y se podría destruirá».
El Archivo Provincial, inaugurado en abril del pasado año, se encuentra ahora al 40% de su capacidad, si se exceptúan los 3.000 metros lineales de documentación que la Audiencia Provincial ha depositado allí temporalmente a la espera de habilitar su propio centro de documentación. Las transferencias regulares de documentos de nueva producción representan un incremento de 40 a 45 metros lineales anuales por lo que se necesitarían 150 años para agotar su capacidad.
11-12-10 - 1596: La feria de Medina del Campo y la bancarrota del Estado. - Pedro García Luaces
El 11 de diciembre de 1596 la feria de octubre de Medina
del Campo se prolongaba un mes, hasta el 9 de enero del año siguiente. Felipe II acababa de declarar la bancarrota del Estado y deseaba dilatar uno de los principales motores económicos de su reino.
En efecto, las ferias regionales habían adquirido durante el siglo XVI un prestigio que traspasaba fronteras y atraía a comerciantes de todos los puntos de Europa. Aun siendo instituciones típicamente medievales, ferias como las de Medina
del Campo, Rioseco o Villalón eran parada obligada del comercio internacional. Con el tiempo, las ferias regionales habían terminado por especializarse, distribuyéndose a lo largo del año según la temporada: cereales, vino, grano, ganado, tejidos...
La feria de Medina
del Campo databa del siglo xiv y se había convertido en la institución clave en el comercio de Castilla con sus vecinos de la Cornisa Cantábrica. Villalón y Rioseco surgieron en competencia con ésta, impulsadas por sus respectivos señores feudales, los Pimentel, condes de Benavente, y los Enríquez, almirantes de Castilla. Señores que, por cierto, obtenían pingües beneficios con la organización.
La feria de Medina
del Campo celebraba dos sesiones anuales, una en mayo y otra en octubre, de aproximadamente un mes de duración. El eje de su negocio lo constituían las relaciones entre comerciantes vascos y castellanos, a menudo intercambiando hierro por lanas y otras artesanías propias del interior. Los portugueses traían especiería y otras singularidades de ultramar, los comerciantes flamencos lienzos y paños, como también los llevaban aragoneses y catalanes, mientras que los valencianos acudían con sedas o productos de huerta.
En torno a este fecundo comercio surgió también una casta de banqueros, que ofrecían letras de cambio o seguros marítimos para las mercancías que viajaban a ultramar. El problema llegaba cuando el Gobierno intervenía las ferias para aliviar sus escaldadas arcas públicas y los comerciantes comenzaban a rechazar las letras que firmaban por considerarlas poco fiables. A medida que se normalizó y diversificó el comercio de las Indias, las ferias del interior fueron perdiendo fuerza y Sevilla se erigió en el gran eje del comercio peninsular.
08-11-11 - Refinería de Salina Criz y Central dre Abastos de Oaxaca, donde realmente se genera riqueza. Por e-oaxaca.mx
Oaxaca es uno de los estados donde la pobreza y la falta de educación crean un ambiente cerrado, indómito,que para muchos, resultan ser las causas por las que difícilmente se podrá tener un crecimiento, tanto económico, como de igualdad.
En Oaxaca sólo hay dos lugares donde verdaderamente se genera riqueza. El primer lugar es la refinería “Antonio Dovalí Jaime” de Salina Cruz, y la otra es la Central de Abasto de la Ciudad de Oaxaca.
La Central de Abasto es el lugar donde conviven todo tipo de personas: comerciantes, vendedores ambulantes, cargadores, músicos, prostitutas, merolicos, pepenadores, principalmente personas de todas las regiones de nuestro estado. Muchas de estas personas vienen de lugares tan alejados, qué regresar sin un peso en la bolsa a casa, es arruinar la economía de su comunidad.
La Central de Abasto es el motor económico de nuestra ciudad, son los que desde antes que salga el Sol, ya están generando dinero y beneficios. No hay días de descanso, puentes, ni vacaciones. Trabajan los 365 días del año. Si les va bien, cierran el negocio el viernes santo a lo mucho.
Siempre se habla de violencia, de ladrones, de negocios ilícitos, de frutas y legumbres. Aunque en realidad hablamos de la economía de todos los oaxaqueños.
Por eso, resulta interesante aportar algo del trabajo artístico para los que trabajan ahí, que no pueden dejar el puesto, que trabajan desde temprano hasta altas horas de la noche, en fin.
Desde los orígenes, los mercados han sido la fuente principal de riqueza de una sociedad. En nuestra historia, el gran mercado de Tlatelolco, descrito por Bernal Díaz del Castillo en su “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España” nos maravilla y nos sorprende con las similitudes:
Cuando llegamos a la gran plaza, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y mercaderías que en él había y del gran concierto y regimiento que en todo tenían. Los principales que iban con nosotros nos lo iban mostrando. Cada género de mercaderías estaban por sí, y tenían situados y señalados sus asientos. Comencemos por los mercaderes de oro y plata y piedras ricas, plumas y mantas y cosas labradas, y otras mercaderías de indios esclavos y esclavas. Traían tantos de ellos a vender a aquella plaza como traen los portugueses los negros de Guinea, y traíanlos atados en unas varas largas con colleras a los pescuezos, porque no se les huyesen, y otros dejaban sueltos.
Luego estaba otros mercaderes que vendían ropa más basta y algodón y cosas de hilo torcido, y cacahuateros que vendían cacao, y de esta manera estaban cuantos géneros de mercaderías hay en toda la Nueva España, puesto por su concierto, de la manera que hay en mi tierra, que es Medina del Campo, donde se hacen las ferias, que en cada calle están sus mercaderías por sí. Así estaban en esta gran plaza, y los que vendían mantas de henequén y sogas y cotaras, que son los zapatos que calzan y hacen del mismo árbol, y raíces muy dulces cocidas, y otras rebusterías, que sacan del mismo árbol, todo estaba en una parte de la plaza; y cueros de tigres, de leones y de nutrias, y de adives y venados y de otras alimañas y tejones y gatos monteses, de ellos adobados y otros sin adobar, estaban en otra parte, y otros géneros de cosas y mercaderías.[…]
¿Para qué gasto yo tantas palabras de lo que vendían en aquella gran plaza? Porque es para no acabar tan presto de contar por menudo todas las cosas[…]
Con el tiempo, los mercados en México, han cambiado de alguna manera, han afrontado los embates del capitalismo desmedido y la globalización. Que lo único que hace es ir eliminando identidades de los pueblos. Ya que actualmente, todo es igual; cambian los materiales, pero los carritos de supermercado son iguales en todas partes del mundo.
En México, principalmente en Oaxaca, asistir a los mercados es un deleite de sentidos: hueles, ves, pruebas, tocas y oyes infinidad de sonidos que te arrastran en un sinfín de imágenes e ideas, además de recuerdos. Caminas por los pasillos y crees que el mundo se detiene en el color de una fruta o en el aroma de un delicioso guiso.
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